El confinamiento nos tiene agotados. Hacen falta revulsivos para volver a la felicidad colectiva (o a su apariencia). Algunos creen que la hipotética vuelta del fútbol sería un chute emocional -"espíritu colectivo", dicen en el Gobierno- para los ciudadanos. Otros consideran que lo único que animará al personal es la reapertura total de los bares y restaurantes. El inminente regreso de la lotería es para otros muchos el signo inequívoco de que las aguas vuelven a su cauce. E incluso los más pragmáticos están felices ahora que han abierto otra vez los chinos del barrio. Todos se equivocan. Lo verdaderamente necesario y lo único imprescindible como sociedad es que vuelvan las rebajas.
Sin rebajas no hay normalidad, sea de la nueva o de la vieja. En una sociedad como la nuestra, esencialmente consumista, de ritmo trepidante, presa de la imagen en general y de los selfies de Instagram en particular, el ánimo colectivo solo mejorará cuando todos podamos comprar más ropa que disfrutar o lucir, que por cierto son dos cosas bastante diferentes. Hasta las familias con las economías maltrechas, o quizás precisamente esas, encuentran en dicho período su particular paraíso.
Lo de comprar en rebajas es un clásico de nuestra existencia consumidora. Ponerse lo que te has comprado es casi lo de menos. Porque lo importante de verdad es esa sensación de alborozo cuando sales con las bolsas llenas, feliz al haber encontrado un par de chollos, seguramente sin reparar en que has acabado adquiriendo más productos de los que pretendías o necesitabas. Además, ir de rebajas sepulta frustraciones. Y de eso andamos ahora más que sobrados. Lo malo para las tiendas es que quizás en el confinamiento muchos han aprendido que no hace falta acumular tanto fondo de armario. Y ya veremos cómo afecta al consumo la brutal crisis que ya está aquí.
Hemos vivido el enésimo episodio confuso. No se prohíben las rebajas de productos, sino las grandes campañas publicitarias que puedan provocar aglomeraciones en las tiendas
Viene esta disquisición a cuento de que acabamos de vivir el penúltimo episodio confuso propio de estos días embrollados y embrollosos. Este martes unos cuantos medios de comunicación aseguraban que el Gobierno había prohibido las rebajas en las tiendas y solo las permitía en la web. Yo, adicto a la compra pero sobre todo en esas etapas de descuentos, casi sufro un síncope el leer esos titulares alarmistas. ¡Si lo mejor de las rebajas es ir a la tienda a probarte las prendas de seis en seis! ¡No puede ser!
Ya recuperado del golpe, pregunté a quien debía y creía que había salido de dudas. La realidad era que no se prohibían las rebajas de productos, sino las grandes campañas publicitarias que puedan provocar aglomeraciones en las tiendas. Las promociones y descuentos podían hacerse. Sin embargo, este miércoles por la tarde el ministro de Sanidad, Salvador Illa, aseguraba que "no están permitidas". ¿En qué quedamos? No tengo ni idea.
La redacción del artículo del BOE sobre este asunto parecía sacada de una novela de Javier Marías. O sea, era enrevesada a más no poder
Todo hace indicar que en realidad se vive la enésima pugna interna del Gobierno, en este caso entre los Ministerios de Sanidad y de Consumo, amén del sector textil, claro. Los comercios ponen el grito en el cielo porque pretendían rebajar sus productos en la reapertura para vender los sobrantes que no pudieron vender durante el cierre. También hay que decir que la redacción del artículo del BOE sobre este asunto parecía sacada de una novela de Javier Marías. O sea, era enrevesada a más no poder.
Haya o no rebajas, estos problemas de quienes deciden y redactan las normas constituyen la vigorosa demostración de lo difícil, por no decir imposible, que es legislar tantos aspectos de la vida cotidiana. Prohibir no es tan sencillo como parece. En todo caso, los anuncios o las rebajas o lo que sea que se prohíbe es, por ahora, para la fase 1 -cuando las tiendas más grandes ni siquiera abren-, de manera que en pocas semanas quizás los descuentos estén permitidos y podamos disfrutarlos.
De este lío, uno más en la vida dividida en fases, podemos concluir que las rebajas son intocables. Cambien lo que tengan que cambiar. Aceptaremos ponernos las mascarillas y guardar las distancias y respetar las mil y una restricciones que vengan. Pero no nos toquen las rebajas, por favor. Lo de que tengamos dinero para ir a comprar ya es harina de otro costal.