El general superlativo dijo cuando entonces que la huelga era el trampolín donde los saltimbanquis de la política hacían sus cabriolas. Puede que ahora otros saltimbanquis anden ensayando otras cabriolas a base de repudiar a la Monarquía y al rey Felipe VI, utilizando esos repudios como tapadera de asuntos a disimular, sea la tarjeta de Dina Bousselham, la consultora Neurona, el retroceso en la intención de voto que reflejan las encuestas o las cuestiones que suscitan sus asesoramientos a los bolivarianos cobrados y por cobrar.
En otra ocasión, nuestro generalísimo, para desacreditar los rumores que cuestionaban un determinado prototipo de la industria aeronáutica nacional, se valió de una analogía avícola frente a quienes negaban que el aludido Alcotán volase para preguntarles retóricamente “si acaso volaba la gallina, que era el ave más preciada del corral español”. Pues bien, a estos asuntos de trampolines, cabriolas, vuelos gallináceos y corrales nos vemos obligados a volver para ocuparnos de algunos detalles periféricos de la celebración de la Fiesta Nacional del pasado lunes 12 de octubre.
En Palacio había que dar ejemplo cumpliendo las limitaciones de movilidad y distancia social mínima, incluidas en el decreto mediante el que el Gobierno Sánchez vino a declarar el estado de alarma para la ciudad de Madrid y otras poblaciones de su región, el pasado viernes, día 9. Por eso, el programa de la Fiesta se reducía a una parada militar simbólica con representaciones de unidades de a pie de los tres Ejércitos en la plaza de la Armería. Como, en esa línea, se había eliminado la tradicional recepción que los Reyes ofrecen en esa fecha -donde se congregaban más de tres mil invitados- tampoco podían servirse copas ni canapés ni formarse corrillos de periodistas alrededor de los políticos mejor dispuestos a ser noticia a base de salir de sus ambigüedades o de cargar de sentido sus silencios.
Desde fuera llegaban a la plaza de la Armería gritos de ¡viva el Rey!, pero el Gobierno nos tiene advertido que esos ¡vivas! solo fabrican republicanos
De modo que los informadores solo tenían a su alcance la oportunidad de ponderar la instrucción, adiestramiento y marcialidad de las unidades y escuchar cómo al llegar a la altura del Rey los mandos ordenaban “¡vista a la derecha!” y daban el grito de “¡viva España!” que cada formación respondía unánime con un “¡viva!”. Antes, los más perspicaces habían intentado descifrar los saludos dispensados por presidente Sánchez a presidenta Ayuso o los intercambiados por el rey Felipe VI con el vicepresidente segundo, Pablo Manuel Iglesias, y demás ministros de Unidas Podemos, que se habían mostrado particularmente activos en propugnar la república, contribuyendo así a calentar la fecha.
Sin capturas útiles de imagen o de audio solo podían hacerse observaciones indumentarias. Moño recogido a la altura de la nuca, pendiente singular y cuello desabrochado de la camisa sin corbata, PMI actuaba de fashion victim. Pero ese torpe aliño que Machado nunca tuvo era una demostración de distancia, de superioridad, de casta, porque los de abajo, la gente que desfilaba, por ejemplo, lo hacía con una uniformidad impecable exigida bajo estricta obediencia. Son el señor o la señora de Galapagar, de la Berzosa o de dónde sea, los que pueden mostrarse en deshabillé, mientras que el servicio doméstico tiene fuera de su alcance tomarse esas libertades.
Desde fuera llegaban a la plaza de la Armería gritos de ¡viva el Rey!, pero el Gobierno nos tiene advertido que esos ¡vivas! solo fabrican republicanos, sin considerar que los ataques a Felipe VI de afines y coaligados a Sánchez empiezan a sacar a la luz monárquicos impensables.