Por fin las elecciones en los EEUU han llegado a su fin, al menos parcialmente. Donald J. Trump ha perdido, pero la batseñal trumpista quedará brillando en el cielo de América durante un tiempo indefinido aunque éste ya no esté. La resaca va para largo. Y es que hay que atender a que Joe Biden y Donal Trump han movilizado a más votantes que ningún otro candidato en la historia de los Estados Unidos. Y aunque Biden ha obtenido cinco millones de votos más que Barack Obama -se dice pronto- sería una necedad pensar que semejante autómata con piel de cordero despierta más pasiones y simpatías que el del Yes we can.
La realidad es que las pasadas elecciones han girado exclusivamente en torno a la figura de Donald J. Trump, que las ha perdido. Virtualmente sería correcto decir, por lo tanto, que Joe Biden ha ganado, pero cada vez que escucho esa frase no puedo dejar de imaginarme a Tom Cruise disfrazado de Les Grossman diciéndole al candidato demócrata que “hasta un mono haría tu trabajo”.
Seamos honestos, en Estados Unidos ha habido dos tipos de votantes, los que votaban a Trump y los que votaban contra Trump. Lo que significa que hay mucha más gente que quiere a Trump como presidente que gente que quiere a Biden, pero estas elecciones no se definirían por quién quiere a quién, sino por a quién no se quiere bajo ninguna circunstancia, y ahí Trump ha ganado de calle.
El odio y el miedo han triunfado por encima de las convicciones. Presidirá así el menos odiado, alguien que no levanta pasiones, alguien por lo tanto más susceptible de ser fiscalizado por la ciudadanía de forma racional. Esto es una buena noticia. Todo lo que sea menos polarización es una buena noticia. Es importante alejarnos de la figura del líder político con ínfulas de estrella del Rock. Y en este sentido no puedo evitar recordar a Pablo Iglesias hablando de que el objetivo de su discurso era la “seducción” y que la política podía entenderse como algo “sexy”. Así, pudimos contemplar a nuestro actual vicepresidente mostrar sus ansias de ser una suerte de Mick Jagger de la política -de mercadillo, eso sí-.
Volviendo al otro lado del charco, está claro que la estrategia electoral de los demócratas ha sido un éxito, y no sé hasta qué punto ellos mismos lo habrían vaticinado. Contra el populismo y el personalismo del candidato republicano que claramente se ha reflejado en el voto, han presentado a un candidato que no evoca ni amores ni odios del electorado norteamericano. No han ganado combatiendo a Trump, sino rapiñando las bajas pasiones que suscita.
En España parece que seguiremos la misma senda y tengo la sensación de que en las próximas elecciones no se decidirá el voto por los candidatos más queridos sino como reacción a los candidatos más odiados"
Desde este punto de vista, ¿podríamos afirmar que es más deseable que nos gobierne alguien que no nos haga ni fu ni fa, a que lo haga otro que sólo apele al amor y al odio? El primero será más propenso a intentar hacer su trabajo de la mejor forma posible pues sabe que su competencia será siempre valorada por encima del uso demagógico del discurso, mientras que el segundo nos sumirá en una guerra de narrativas y relatos político-mediáticos de esos que tanto excitan a Iván Redondo. Digan lo que digan no es bueno que la mitad del país te vea como un ogro xenófobo supremacista blanco en busca de la llegada del cuarto Reich, y la otra mitad te vea como un Mesías salvador y último eslabón en la defensa de Occidente contra la llegada del Nuevo Orden Mundial. Señores, relax.
En España parece que seguiremos la misma senda y tengo la sensación de que en las próximas elecciones no se decidirá el voto por los candidatos más queridos sino como reacción a los candidatos más odiados, o lo que es lo mismo, una pugna por ver quien es el mal menor.
¿A quién votará el que odie a Pablo Iglesias? Un odio moderado puede que decante el voto al Partido Popular, pero un odio visceral es posible que se lo dé a Vox. Lo mismo sucederá con los odiadores de Abascal, cuanto más profundo sea el odio, más probabilidades hay de que estos votantes le concedan el voto al coletas. Nunca hay que subestimar esa satisfacción sádica que tenemos los humanos de ver humillado al objeto de nuestro infinito desprecio. ¿Y que hay más humillante que ver a Santiago con expresión fúnebre aceptando una derrota a manos de Pablo Iglesias? Estoy seguro de que sólo de pensarlo muchos progresistas tendrían una erección.
El problema es que en España tenemos más de dos opciones lo que complica un poco la ecuación. Así que yo propongo, para evitar líos y aliviar tensiones, que en las próximas elecciones no votemos al partido que queremos en el poder sino al partido que más odiemos y que nos gobierne el menos odiado. Es decir, el que menos votos obtenga. No es coña, auguro que habría una participación estratosférica. Nunca jamás iría a votar tan convencido de la utilidad de mi voto, y eso le pasaría a muchos otros españoles, que como los americanos en las pasadas elecciones, por primera vez no votarían al que quieren, sino al que no quieren bajo ninguna circunstancia. Ni democracia formal, ni libertad constituyente ni pollas en vinagre. Mirémonos en un espejo y seamos honestos, lo que nos pide el cuerpo de verdad es un modelo odiocrático. La única y auténtica garantía contra el discurso fratricida y los políticos pirómanos con adicción al poder, que antes de aceptar la derrota en la batalla cultural y política parece que prefieren meternos de cabeza en una guerra civil.
Puedes ver los vídeos de Un Tío Blanco Hetero (Sergio Candanedo) en: https://www.youtube.com/channel/UCW3iqZr2cQFYKdO9Kpa97Yw