Sé que estoy en minoría si digo que el Joe Biden de hoy es infinitamente más poderoso que el Donald Trump presidente electo de Estados Unidos en noviembre de 2016, pero lo creo firmemente. Tiene mucho que ver la falta de grandeza de éste último, que debería aprender del adiós de aquella demócrata de estirpe a quien ganó hace cuatro años, Hillary Clinton; incluso de ese John McCain correligionario suyo en el Partido Republicano que, ocho años antes, ya había ofrecido al mundo toda una lección de elegancia y democracia tras saberse derrotado por Barack Obama.
No creo que Biden -a priori mucho peor candidato que Trump en estos tiempos de tuit y frases hechas- sea más poderoso que el multimillonario neoyorquino ganador en 2016 solo porque le haya sacado cuatro millones de votos de diferencia por todo el país y ganado de forma inapelable por varias decenas de miles de papeletas en los cruciales Pensilvania, Arizona, Nevada, y algo menos en Georgia.
No. No es solo por eso. Más bien tiene que ver con las cosas que dicen del nuevo el actual inquilino de la Casa Blanca y sus seguidores a uno y otro lado del Atlántico; resultan tan atrabiliarios los asertos, tan monstruosas las plagas que -dicen- va a traer consigo y tan irreales los supuestos beneficiarios de la conjura: Vladimir Putin -recuerden, el ruso aliado de Trump hace cuatro años- y una China que anda conteniendo el aliento, que si Biden no nacionaliza Amazon, Apple o Google ni confisca los ahorros de 370 millones de estadounidenses acabará pareciéndonos un atractivo John Fitzgerald Kennedy crepuscular. Al tiempo.
Un Fidel Castro... en Delaware
Porque presentar como una suerte de Fidel Castro redivivo a quien ha sido senador y mandamás durante cincuenta años en ese paraíso fiscal que es el Estado de Delaware, templo del capitalismo estadounidense y sede de miles de empresas de todo el mundo, va a tener efectos contraproducentes para el republicanismo post Trump si no andan listos.
Los promotores de la campaña para arropar las miles de denuncias judiciales que prepara Trump deberían preguntarse lo que se preguntaría cualquiera: si tan “Castro-chavista” (sic) es Biden, ¿cómo sus votantes en Delaware y posibles víctimas no lo ha detectado en cinco décadas? ¿Y cómo la CIA, tan atenta ella a la persecución del comunismo dentro y fuera de sus fronteras, no le denunció y dejó que llegara a la vicepresidencia del país más poderoso de la tierra en 2008?
Como todo lo exagerado es inútil, al demócrata le va a bastar con no tuitear a destiempo, no vociferar a los periodistas, hablar con respeto a -y de- las mujeres, además de mantener ese elemental principio de auctoritas que reza: no cesarás al secretario de Estado de Defensa mes y medio antes de irte solo porque te ha llevado la contraria, para ganar sobre la marcha media reelección en 2024... caso de que sus 81 años de entonces, su salud y Kamala Harris se lo permitan, que ese es otro debate.
Si las TV se han atrevido a censurarle en la Casa Blanca por cuestionar el sistema electoral sin pruebas, cuando el 20 de enero Trump tenga que conformarse con tuitear desde su torre... no le va a seguir ni ‘Perry’
No, no hace falta ser Nostradamus para pronosticar que, una vez que las televisiones ABC, CBS y NBC se han atrevido a censurarle discursos desde la Casa Blanca por cuestionar, sin pruebas, un sistema electoral que lleva funcionando siglo y medio, cuando Trump la desaloje, el próximo 20 de enero, y se vaya a su torre de cristal neoyorkina a tuitear con una mano mientras come hamburguesas con la otra... no le va a seguir ni Perry, que diría un castizo.
Eso que gana el Partido Republicano a condición de que sepa leer correctamente qué le ha pasado; al partido, no a Trump, que el magnate ya es historia. Resulta muy probable que acabe controlando la mayoría del Senado cuando se despeje la incógnita de las elecciones legislativas en Georgia y, a partir de ahí, tampoco debería resultarle tan difícil la travesía del desierto. Al fin y al cabo, Biden no va a tener mayoría para desarrollar una agenda progresista, como sí tuvo Obama en sus dos primeros años de mandato.
Algunos conservadores ilustres, como la familia Bush, ya se han dado cuentan de esto y andan soltando lastre con el del pelo naranja; cuanto antes, mejor. Actitud que seguirá, a no mucho tardar, el resto del Partido Republicano porque no hay congresista, senador, alcalde o gobernador rehén de la disciplina de partido. A diferencia de lo que ocurre en Europa, son ellos y sus votantes, nadie por encima... Que se lo cuenten al gobernador de Arizona, Doug Doucey, firmante sin rechistar el acta de la victoria del de Delaware, diga lo que diga Trump.
Así que el hombre que insiste en reinar en EEUU por encima de sus instituciones debería seguir el ejemplo de Doucey y el consejo de su esposa, Melania, y su yerno, Jared Kushner, y aceptar deportivamente la victoria de Biden; si no, corre riesgo de que unos estadounidenses amantes del juego limpio por encima de todo le paguen con la misma moneda que él a los concursantes en el programa de TV El Aprendiz: ”You’re fired” (¡estás despedido!) y que el Make America great again que le catapultó a la Casa Blanca acabe confirmándose como la distopía que apunta ser.