Hemos recorrido la geografía política de los Estados Unidos de costa a costa, avanzando en el mismo sentido en que se creó el país, de este a oeste, y devorando porcentajes condado a condado, Estado a Estado. Y por fin la noticia se ha producido: Donald Trump, el magnate machista, xenófobo y populista, será el 45º presidente de los Estados Unidos.
¿Cómo es posible? Esta es la pregunta que muchos se harán. Y la respuesta es evidente: Trump ha ganado porque era imposible que lo hiciera
¿Cómo es posible? Esta es la pregunta que muchos se harán. Y la respuesta es evidente: Trump ha ganado porque era imposible que lo hiciera. Repasemos su sorprendente camino. El 16 de junio de 2015, desde una de las torres que posee en Manhattan, lanzó su campaña para la presidencia de los Estados Unidos. Los analistas le veían como una molesta, pero atractiva anécdota, que echaría sal y pimienta a los debates republicanos. El favorito era Jeb Bush, que sería el tercero en llevar ese apellido a la Casa Blanca. Era el candidato del stablishment. Sus principales rivales pugnaban por hacerse con la primacía dentro del ámbito conservador, con perfiles distintos.
Y luego estaba Trump. Quiere expulsar a los inmigrantes ilegales, erigir una muralla con su vecino del sur, imponer un arancel del 45 por ciento (el máximo que ha tenido EEUU en su historia), aislar económicamente el país, entrar en una guerra comercial con China… Todo excentricidades. A lo que sumaba declaraciones a cual más deplorable. El Partido Republicano lo acogió, porque es una formación democrática, pero cuando vio lo que estaba haciendo con su nombre se volcó en su contra. Y yo he visto, semana a semana, cómo cada nueva declaración machista o xenófoba, cada expulsión de un periodista incómodo, cada insulto y demostración de odio, subía en las encuestas. Y hemos visto cómo los Ben Carson, Marco Rubio y Ted Cruz acabaron cayendo, hasta despejarle el camino a enfrentarse con Hillary Clinton.
Los analistas decían, decíamos, que su fulgurante carrera tenía que detenerse en algún punto. Que incluso los medios, que le criticaban pero le daban más espacio que a ningún rival, se cansarían de él, y los electores también. Pero nunca llegó ese momento. De nuevo, ¿por qué no ha sido así?
Con esas normas, las de la correción política, Trump no tiene cabida. El problema está en que tampoco tiene cabida medio Estados Unidos
Insisto, porque era imposible. No hay un guion, pero sí un terreno de juego que más o menos podemos conocer, con unas normas brumosas pero a veces brutales. Y en ese terreno, el del stablishment, con esas normas, las de la correción política, Trump no tiene cabida. El problema está en que tampoco tiene cabida medio Estados Unidos. Por eso era imposible que ganase Trump, y por eso finalmente lo ha hecho. Cada insulto, cada excentricidad, era una prueba fehaciente de que él era capaz de enfrentarse a la ideología que se ha ido imponiendo desde el poder y los medios. Una ideología que hacía ver a medio país que era “deplorable” en palabras de Hillary Clinton.
Pero hay dos elementos más que explican la victoria del Donald Trump. Una, la globalización está transformando las economías más ricas. Los servicios y las nuevas tecnologías son la nueva vía a la prosperidad, mientras que la industria se traslada lenta pero inexorablemente a otras partes del mundo, principalmente a Asia. Los perdedores de este proceso, o al menos la mayoría de ellos, están muy lejos de poder adaptarse a estos cambios. Y han apoyado a un candidato para que sea el hombre más poderoso sobre la tierra, a ver si él es capaz de frenar su declive.
Hillary Clinton, la candidata más corrupta de la historia de los Estados Unidos, es el epítome del stablishment estadounidense
Por último, se ha enfrentado a la candidata más corrupta de la historia de los Estados Unidos. Hillary Clinton confunde lo público con lo privado, desconoce los límites de su ambición personal tanto como las normas de la ética o del derecho, y miente como respira. Y es el epítome del stablishment estadounidense. Hillary tenía que ganar, ese era el guion escrito a espaldas del creciente descontento. Y por eso ha perdido.