Quiere la casualidad que haya vuelto a la novela de Galdós Fortunata y Jacinta en un momento en el que el tiempo real coincide literalmente con el de la ficción. En Madrid, Navidades de 1873. En el capítulo 10, que Pérez Galdós titula “Más escenas de la vida familiar”, el patriarca de los Santa Cruz, don Baldomero, entra en su casa feliz y contento con la noticia de que han sido agraciados con uno de los premios grandes de la Lotería Nacional. Para los curiosos y supersticiosos les diré que el número en cuestión es el 44.408.
Los Santa Cruz son una familia burguesa y sobrada de comodidades, con lo que una vez más se confirmaba que la Lotería, la mayor parte de las veces, hace más ricos a los ricos y destroza a los pobres cuando se acuerda de ellos. Don Baldomero repartió participaciones entre todos sus trabajadores, los de su negocio y los de su casa, de modo que la felicidad era completa. Pero había una particularidad, se había quedado fuera del premio un personaje clave en la novela, Plácido Estupiñá, un fiel servidor de la casa Santa Cruz y especialmente de su señora, a la que acompaña y asesora en todas sus compras. Estupiñá aconseja bien a Barbarita, pero es mal consejero de sí mismo, y aunque está a punto de jugar un duro en el sorteo, al final se lo guarda en el bolsillo. La señora, que no puede admitir que la alegría no sea completa, le hace creer que realmente jugó ese duro, pero que quizá no se acuerda.
-¡Si habrá nacido de pie este bendito Plácido -dijo don Baldomero mirando a su nuera (Jacinta) -, que hasta se saca la lotería sin jugar!
Sin ganar elecciones
Y como la literatura tiene realmente un asombroso poder de llevarnos a terrenos que no buscamos, relacionarlos y entenderlos, allí donde salía Estupiñá se me presentaba a mí y con toda naturalidad Pedro Sánchez. Plácido es amante de las palabras, en las que encuentra “el sabrosísimo fruto y el sabor de la vida, el alcohol del alma”. Sánchez vive con las palabras justas, las suficientes para encontrar en ellas el aroma de la mentira y el reclamo de la inconsciencia y lo evanescente.
El personaje de Galdós se aprovecha de un premio sin jugar al número, Sánchez llega a la presidencia del Gobierno sin haber ganado unas elecciones. Entre los dos hay una gran similitud, creen haber hecho lo que no han hecho y a su manera ambos piensan que los hechos han sucedido a conveniencia; participan de sus satisfacciones después de engañar y engañarse. El primero cree realmente que ha jugado y comprado la participación. El segundo actúa como si hubiera ganado las elecciones con la holgura de las llamadas mayoría suficientes. El primero, que ahora es un devoto cumplidor con los deberes que manda la Iglesia, esconde su pasado de contrabandista y torero. El segundo, ¿qué les voy a contar?, no se parece en nada al hombre que decía ser hace seis semanas. Pero ahí sigue Pedro Sánchez, cual Plácido Estupiñá, agraciado por la lotería sin jugar un décimo y sólo porque otros atienden sus penas y valoran sus favores.
Razón tiene Casado de que sus votantes no entenderían que él facilitará el nacimiento de un Gobierno con los comunistas de Podemos
Lo de ayer en el Congreso nos lo podíamos haber ahorrado. Sánchez sólo quería, y a fe que lo consiguió, que cunda la idea de que son los demás los que no quieren colaborar. Razón tiene Casado de que sus votantes no entenderían que él facilitará el nacimiento de un Gobierno con los comunistas de Podemos. Pero no la tiene cuando se marcha del Palacio de las Cortes sin haberle hecho una sola propuesta en esta dirección. Por ejemplo, ¿qué tal si renuncias a Podemos y a los separatistas y nos ponemos a hablar? Ni siquiera eso. Es casi seguro que Sánchez no aceptaría, que en verdad tiene un plan, el que sienta a la mesa a UP, ERC, PNV, Bildu y hasta la CUP, que vaya estómago el de Ábalos y Lastra. Si de verdad España es lo primero, como decían en tiempos Fraga en el PP, hace falta que esto se visualice. Si así fuera, más no podríamos pedir al PP. Su negativa es tan rotunda que recuerda, por el error que fue inmenso, a la de Albert Rivera, aquel político que nos amenazaba con que llegaría a España lo peor pero él, que tuvo la oportunidad de evitarlo, no hizo nada. Para qué recordar dónde está.
El momento es complicado, sobre todo cuando Sánchez lo único que ofrece es la abstención al PP. Pero si Casado cree que lo que está a punto de llegar romperá España, destrozará la economía y nos hará desiguales, más vale que se arme de argumentos, porque serán muchos los que se acordarán de él, como antes lo hicieron de Rivera. El PSOE gana siempre el relato al PP, y terminará convenciendo a la opinión pública de que Casado es el responsable de lo que está por ver y seguro llegará.
Evitar el desastre
Si el presidente del PP tuviera oportunidad de leer estas Navidades Fortunata y Jacinta -la edición de Cátedra es un verdadero milagro-, encontrará a un montón de personajes que le serán de ayuda en estos momentos con sus consejos y humanas reflexiones. Ahí aparece un tal Evaristo Feijoo, el protector de la pobre Fortunata, a la que instruye de esta manera.
-No descomponiéndose nunca, se puede hacer todo lo que se quiera.
Sánchez, que no ha leído a Galdós, y bien que se le nota, ejercita a la perfección y éxito el consejo de Feijoo. Cuídese el presidente del PP, porque esto, para tristeza de los españoles, va por barrios. Y por turnos. Si como parece le importa más ser el ariete de la oposición que lo que se nos viene encima, tenga la habilidad necesaria para que no se le note. Todo se puede hacer en este patio de monipodio en que se ha convertido la política. Todo menos descomponerse y no hacer lo único que está en su mano: evitar el desastre que con tanta pasión y esmero predica el presidente del PP. O al menos, que se le note. El famoso relato, vaya. Por ejemplo.