En nuestro sistema económico, el crecimiento del PIB y del empleo depende en gran medida del consumidor, algo que se ha acelerado en las últimas décadas. Sabiendo esto, es importante para que aumente el consumo que haya demanda (personas dispuestas a gastar) y oferta (productos que sean merecedores del gasto) y los economistas llevan mucho tiempo discutiendo sobre qué faceta es más importante ya que una vez que el ser humano cubre sus necesidades básicas, es clave para el crecimiento económico –y el empleo- que incorpore más y más objetos y servicios de consumo; y para ellos es importante identificar si las políticas deben centrarse en el lado de la oferta o en el lado de la demanda para la recuperación.
Pienso que, como en casi todo, en el punto medio está la virtud pero las últimas décadas parecen dar la razón a los que colocan en primer término a la oferta. Y es que en poco tiempo hemos asumido como imprescindibles objetos que antes no existían; es decir, la tecnología ha creado una oferta que ha aumentado nuestro gasto. Me refiero a ordenadores personales, móviles, wifi etc. Más recientemente lo hemos podido comprobar con el café en cápsulas o con los iPads (de no existir a convertirse en algo que muchos han incorporado a su vida como nuestros padres asumieron la compra de un televisor y nuestros abuelos de una radio) o con los programas televisivos de subastas de trasteros… No existía demanda y fue creada a partir de la oferta. Aunque es su procedencia mayoritaria, no es algo que surja sólo de la iniciativa privada, en España por ejemplo el dinero público creó la oferta del AVE y mucha demanda que iba en avión cambió de medio de transporte.
No debemos olvidar la demanda. No hace mucho me contaron de unos economistas que realizaron un estudio sobre el gasto en prostitución en España y para ello encargaron a varias prostitutas que apuntaran todo lo que ganaban cada día del mes y el resultado en dinero encajó en la cifra que habían planificado pero la periodicidad del gasto no resultaba comprensible para los estudiosos por lo que creyeron que no se lo habían tomado en serio y lo repitieron con otras prostitutas. Y, sin embargo, el resultado fue similar. ¿Qué les había desconcertado? Que, como era lógico, los clientes gastaban más a comienzos de mes, recién cobrados sus sueldos (cualquier taxista también reconocería ese patrón) y menos a finales pero existía un pico de gasto en torno al día 11 de cada mes que no podían entender. Tardaron pero al final dieron con el motivo: en España se cobraba el paro el día 10, y se solía abonar al día siguiente. Este ejemplo, que es real, nos sirve para entender que siempre hay demanda para determinados servicios, lo que falta muchas veces es dinero.
Parece que el actual Gobierno sólo se ocupa de mejorar los sueldos públicos aprovechando la facilidad actual para endeudar –con reducido coste- al estado
También hay una especie de limbo en el que no está claro qué es qué, y no me refiero sólo a temas económicos. ¿El gusto por la telebasura surge del lado de la oferta o había demanda de ella?, ¿las armas personales se venden porque se demandan o se compran porque hay oferta? Pero ahí nos metemos en una discusión bizantina que no nos lleva a ninguna parte porque la cuestión que realmente nos ocupa es que el gobierno de turno sepa aplicar medidas que favorezcan a ambos lados de la ecuación: políticas para mejorar la oferta y para facilitar la demanda. Parece que el actual sólo se ocupa de mejorar los sueldos públicos aprovechando la facilidad actual para endeudar –con reducido coste- al estado. Ese desequilibrio es realmente peligroso y tremendamente injusto para una gran parte de la sociedad. Para mejorar la oferta, el Gobierno puede impulsar la inversión en I+D, o simplificar la burocracia a los emprendedores, o bajar impuestos a los productores… pero sólo se está centrando en mejorar la oferta de una parte de la población mejorando sueldos a funcionarios y pensionistas, además de aumentar los empleados públicos. En vez de, por ejemplo, rebajar impuestos a los consumidores o bajar las cotizaciones sociales.
No todo está en el sector privado
En el sector exterior podemos comprobar cómo la política tiene mucha importancia. Por un lado, la exportación permite a la iniciativa privada crear mucha oferta porque la demanda potencial de consumidores en el mundo es enorme, pero no basta sólo un buen producto, hace falta una divisa sólida, tratados internacionales y en general, labor de política exterior. Por otro está el turismo internacional; de nuevo la demanda potencial para venir a España es de cientos de millones de personas y, aparte del clima, las empresas ofrecen buenos alojamientos, los bares un servicio óptimo, los restaurantes grandes comidas, buena relación calidad/precio etc. Pocos vendrían si éste no fuera un país muy bien comunicado, con bajas tasas de delincuencia, seguridad jurídica, pertenencia a la UE, buena sanidad por si hay imprevistos etc., factores en los que la iniciativa pública ha tenido mucho que ver. Con la respuesta a la pandemia y nuestra imagen al exterior se ha podido comprobar que no todo está en manos del sector privado. Por otra parte, la fuerte caída de la inversión extranjera en nuestro país seguro es, en alguna medida, consecuencia de la situación política interna.
Sin acceso al crédito pocas empresas, grandes y pymes, pueden crear oferta y sin acceso al crédito pocos consumidores pueden comprar viviendas, coches etc.
Además de la buena conexión entre lo público y lo privado y entre las leyes y normas y los emprendedores, hay un factor clave que incide tanto en la demanda como en la oferta, especialmente de lo que se denomina “bienes duraderos” que son los que más peso tienen en el PIB. Me refiero al crédito. Sin acceso al crédito pocas empresas, grandes y pymes, pueden crear oferta y sin acceso al crédito pocos consumidores pueden comprar viviendas, coches etc. Que los bancos estén saneados para que puedan prestar depende de sus gestores privados pero también de los supervisores públicos por lo que es un trabajo conjunto. El problema es que, por muy bien que se haga, si el endeudamiento del estado es enorme, la necesidad de que las entidades financieras se queden con toda esa deuda resta posible capital tanto al empresario como al consumidor. De hecho, el que BCE compre deuda pública permite que los bancos tengan suficiente liquidez disponible para poder conceder créditos pero se supone que esta es una situación temporal por lo que la reducción de la deuda pública se hace totalmente necesaria. Para ello hace falta crecimiento y buenos gestores políticos que dejen de aumentar las emisiones de deuda. Otra cosa que no hace nuestro gobierno.
En la actualidad, en nuestro país tenemos la suerte de poder endeudarnos con un coste muy bajo. Nuestros socios europeos nos han ofrecido una ayuda multimillonaria y, por el bajón del año pasado, un gran segmento de la población tiene mucho ahorro que puede convertirse en demanda potencial. Por otra parte, nuestras empresas, aunque la mayoría sean de pequeño tamaño, ofrecen –lo estamos viendo este verano con el auge del turismo nacional- buenos servicios y son capaces de exportar al exterior a pesar de la irrelevancia en la que ha caído España en el tablero internacional. Todo eso es un cóctel muy positivo que va a desencadenar unos muy buenos números de crecimiento este año. Por desgracia, el cortoplacismo con el que el actúa nuestro Gobierno disparando el gasto público, fomentando sólo una parte de la maquinaria económica, provocará que todo quede en un rebote -tras el desplome de 2020-, incluso aunque se prolongue a 2022. La falta de reformas estructurales y la mala situación de nuestras cuentas públicas (este año se volverá a disparar el déficit) augura que casi todos nuestros vecinos volverán antes que nosotros al nivel de PIB y empleo de finales de 2019. E incluso cuando nosotros lleguemos, la losa de nuestra enorme deuda pública relativizará ese logro.