En una escena de la inolvidable Casablanca y ante aquel legendario "Rick, tú me desprecias verdad ¿verdad?” él responde: “Si pensara alguna vez en ti, probablemente lo haría”. Para evitar dar pábulo al insignificante personaje que ha organizado la cacería de Vicente Vallés, seguiremos el ejemplo de Humphrey Bogart y prescindiremos de nombrarlo o ¡mejor aún! Nos referiremos a él simplemente como 'el menguado'.
Y le va muy bien el apelativo si tenemos en cuenta sus últimos resultados electorales, porque ya está fuera de Galicia y del País Vasco y sin estridencias ni arrebatos, como se debe de acabar con lo innecesario. También es un 'menguado' porque no le queda ni un solo correligionario de la primera generación de su partido, porque antepone sus intereses personales a su carrera política, porque recibe pingües ingresos de varios regímenes que lo menos que se pueden considerar es de acérrimos enemigos de España, y además se permite la compra del conocido casoplón o dar a su señora el cargo de ministra de ¡igual da! Todo ello convalidado con una consulta 'Ceaucescu' a las huestes.
En el tren del 15-M
En el Congreso de los Diputados se le suben a las barbas hasta los novatos y las novatas: se ha transformado en el puching ball de la feria en la que él mismo ha contribuido como el que más a convertir la política española. Su mengua no es sólo una cuestión de principios. Es también intelectual, porque sus doctrinas tienen décadas de antigüedad y no es que estén caducas, es que son prehistóricas. Su miopía obsesiva hacia los derechos sociales frente a los derechos políticos es un viejísimo argumento de la desaparecida URSS, como el derecho de autodeterminación de los pueblos, su dacha estalinista o la camarada ministra. Se subió al tren del 15-M, en el que ni siquiera participó, con el oportunismo del polizonte que llega a la tierra prometida el primero. A eso se limita su éxito y su inevitable descarrilamiento, eso sí, en cámara lenta.
Es un menguado gobernante porque en estos difíciles meses nada ha salido de su Ministerio que sea mínimamente razonable, moderno o tan siquiera algo. Sacó pecho como un Tarzán de los monos cuando le otorgaron la responsabilidad única sobre las residencias de ancianos bajo el estado de alarma, pero se limitó a ser un espectador (aún no lo hemos visto siquiera acercarse a una residencia) incapaz de mover un solo dedo para evitar o al menos paliar el desastre. Siguió dividiendo a los españoles cuando más falta hacía unirnos a todos, exigiendo su entrada en el CNI o la renta mínima, y todo esto en medio de la hecatombe de las medidas de excepción por la pandemia. Piensa que los españoles le tenemos miedo cuando ni siquiera le tenemos el más mínimo respeto. ¿Es el 'menguado' una anécdota de la historia? ¿Un espejismo como fue McGovern para los radicales de los EEUU? Ni eso, es sólo un charlatán, eso sí, por ahora rodeado de escoltas.
Vicente Vallés y pocos más han mantenido durante el confinamiento la luz de la información frente a las tinieblas cutres e infantiles de Simón y Sánchez. Algunos se agigantan con las circunstancias, otros, como nuestro patético protagonista de hoy, menguan y menguarán hasta la desaparición, más allá del desprecio.
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(Artículo elaborado en colaboración con Jorge Fernández Sastrón, empresario)