Que Santiago Abascal crea que la tierra es plana no exime a Pedro Sánchez de ser un presidente frívolo, narcisista y peligroso. Que el antieuropeísmo, antiglobalismo y conspiranoia de andar por casa del líder de Vox sean de primero de populismo no es incompatible con la ineficacia de Pablo Casado como líder de la oposición, incluso aunque haya salvado los platos a última hora con la oferta de Sánchez de retirar su propuesta de enmienda del CGPJ.
Así pinta el paisaje de la moción de censura de esta semana, la tercera en cinco años. Lo que resulta aún más asombroso es cómo un grupo de actores políticos que repudian España hayan firmado un documento junto con el partido que ocupa el Gobierno para defender de las zarpas de Vox una democracia en la que no creen, a la que faltan al respeto cada vez que pueden y que incluso desprecian. Cualquiera diría que Bildu, JxCat, ERC y CUP adoran a Abascal por hacerles el trabajo. Y puede que así sea.
Cuando vivía, a Hugo Chávez le llovían aplausos cada vez que criticaba a George W. Bush. Aquello de “¡Ayer el diablo estuvo aquí. Todavía huele a azufre!” que dijo en 2006 en la Asamblea General de la ONU (aludiendo a la presencia del presidente republicano en el podio en el discurso previo al suyo) le granjeó al bolivariano las simpatías miopes de quienes subestimaron la amenaza que encarnaba. Su sobreactuación anti-Bush le sirvió para disimular sus tics autoritarios y ganarse la simpatía de quienes lo vieron como a un libertario… o un payaso. “¡Huele a azufre!”. El mal ya estaba hecho.
"Mientras exista Abascal como distracción, siempre estará disponible el “¡Huele a azufre!” como burladero para los que, detestando la democracia, dirán defenderla"
El delirante discurso del dirigente de Vox y la moción de censura contra Pedro Sánchez parecen un artilugio e incluso un agasajo a un Gobierno capaz de hacer de la propaganda virtud. La performance de Santiago Abascal dispuso una bandeja de plata para ERC y Bildu, porque, aún atizándolos, los refuerza: les regala su propio “aquí huele a azufre”. Estar contra Abascal es, cómo no, un enjuague. O eso procuran.
Debilitando a Pablo Casado y acusando al PP de derechita cobarde, Santiago Abascal reafirmó su voto duro y amortizó su propia idea de una moción que no pretendía nada distinto de lo que ya quería: vender su propio crecepelo. Su presencia en el Parlamento lo demuestra. La mejor y más eficaz forma de destruir un edificio es desde dentro. Lo hacen todos, desde Santiago Abascal hasta Gabriel Rufián.
Al otro lado de la realidad, fuera del Congreso de los Diputados, a años luz de la política de partidos, se amontonan la realidad y sus evidencias: una gestión nefasta de la crisis sanitaria ocasionada por la covid-19; datos confusos, incompletos y cambiantes sobre una pandemia que en España ya ha sobrepasado el millón de contagiados; contracción económica y malestar social; erosión y asedio a las instituciones, entre ellas el poder judicial… Pero mientras exista Abascal como distracción estará disponible el “¡Huele a azufre!” como burladero para los que, detestando la democracia, dirán defenderla.