Pedro Sánchez ya tiene otra muesca en su daga florentina: Yolanda Díaz, la ministra que desde hace meses se venía creyendo la nueva musa de la izquierda galopando a lomos de una reforma laboral que iba a cambiar la historia de este país, y que acaba de ser aprobada por los pelos por un error del PP y con los votos de Ciudadanos y PdeCAT y el rechazo de los peneuvistas, rufianes, otegis y cupaires y demás socios naturales del Gobierno frankenstein, que diría Rubalcaba. Pobre Yolanda.
El presidente del Gobierno solo tuvo que darle carrete. Como con otras de sus ‘víctimas’ –que pregunten a José Luis Ábalos o Iván Redondo- el ‘asesino silencioso’ de La Moncloa dejó a su ministra pavonearse, exhibirse bajo los focos, tejer alianzas, que escribieran de ella que era “la nueva esperanza de la izquierda”… Nada mejor que el halago para desvelar las cartas y cometer errores. El halago debilita y la crítica fortalece. De lo primero, Díaz ha ido sobrada; de lo segundo, Sánchez está ya de vuelta de todo.
Durante semanas, Díaz se vanaglorió de haber tejido un apoyo histórico en torno a “su” reforma laboral mientras publicitaba por media España su nuevo “espacio transversal de izquierdas”, el “frente amplio” que de sur a norte y de extrema izquierda a centroizquierda, iba a llevarla en volandas hasta Moncloa.
Díaz se acercó demasiado al sol...
Apoyada por los elogios lunes sí y lunes también de Redondo, el que fuera gurú de Sánchez, que la convertía en ganadora de unas elecciones que solo existían en sus cabezas, Yolanda Díaz se embarcó, primero, en un pulso público contra la vicepresidenta Nadia Calviño para asegurar que el texto era una derogación en toda regla de la norma del PP. Sánchez la dejaba hacer…
Después, se dedicó a pasear su proyecto de frente amplio para la nueva izquierda por los territorios. En Cataluña, con Ada Colau, que la quería hacer "presidenta del Gobierno de España"; en la Comunidad Valenciana, con Mónica Oltra. En Madrid, con Mónica García. En el País Vasco, con los críticos con la dirección de Podemos… Pablo Iglesias –el tertuliano que sigue sobrevolando los destinos de la formación morada y al que muchos echan de menos- también la dejó hacer…
Como Ícaro, Yolanda Díaz voló demasiado alto, demasiado cerca del sol, y ha terminado por quedarse sin plumas. Los socios del Gobierno en Madrid han visto en ella una mujer demasiado ambiciosa que podía amenazarles en sus territorios. Y se les rompió el amor. Gabriel Rufián y ERC fueron los primeros en denunciar que el rey estaba desnudo: la reforma laboral, como decía Calviño, no era una derogación sino “un mero maquillaje”. Y no pensaban apoyarla.
Tras él, vinieron los cachorros de la CUP y los bildutarras en el País Vasco. Tampoco apoyarían la norma de Yolanda Díaz. Formalmente, era por no respetar la prevalencia de los convenios autonómicos sobre los que apoyen los sindicatos de base. En el fondo, temían que un éxito de Díaz con esta ley diera alas su proyecto en Cataluña y País Vasco y amenazara la cuota de poder de la izquierda independentista. Y exigieron lo imposible y lo que Sánchez y Calviño habían garantizado: que el texto no se tocaría (o Bruselas amenazaba con frenar los fondos europeos, la respiración asistida imprescindible para que Sánchez intente sobrevivir en La Moncloa).
El castillo de naipes de Yolanda Díaz se desmoronaba a medida que se iban anunciando los votos en el Congreso. Los socios naturales le retiraban su apoyo; ‘su’ reforma saldría con los votos “de la derecha” amarrados por Félix Bolaños desde Moncloa con Edmundo Bal hace más de una semana. Una reforma apoyada por Ciudadanos, PDeCAT y -en teoría- por UPN no podría ser vendida como la ‘reforma Díaz’: era la reforma de Sánchez y Calviño, que este mismo jueves se vanagloriaba en las emisoras de radio mientras Díaz se lamentaba en la tribuna del Congreso de la falta de apoyo de sus socios.
ERC y Bildu, con su ‘no’, han despojado a la reforma laboral el marchamo de ley de izquierdas para proteger su ‘negocio’ en Cataluña y País Vasco, no vaya a ser que en unas generales, la izquierda tuviera la tentación de votar al proyecto de Díaz
Para redondear el sainete, un error de un diputado del PP por Cáceres que votó 'sí' por error desde casa inutilizó el 'gesto' de última hora de los dos congresistas de Navarra Suma a los que UPN les obligaba a apoyar la reforma. Su falló salvó el trámite.
Sánchez tiene, pues, una muesca más en la empuñadura de su daga florentina. Ha girado a la derecha para sobrevivir y para entregar a Bruselas una reforma “sin tocar una coma”, como prometió a los empresarios. ERC y Bildu, con su ‘no’, han despojado a la reforma laboral el marchamo de ley de izquierdas para proteger su ‘negocio’ en Cataluña y País Vasco, no vaya a ser que en unas generales, la izquierda tuviera la tentación de votar al proyecto de Díaz.
En Podemos, Irene Montero y Ione Belarra –marginadas por Díaz en el primer acto en Valencia en el que presentó su proyecto- abandonaban este jueves su escaño antes de que concluyera la exposición de la vicepresidenta. Durante los aplausos, sus escaños estaban vacíos. A Yolanda le quedan para crear su espacio los dos grandes sindicatos -a los que casualmente ha duplicado la subvención en los últimos dos años-, Colau, Oltra y Mónica García. Demasiado poco para seguir haciendo “cosas chulísimas”. Y mientras, Sánchez pone su mejor sonrisa y guarda la daga. Hasta la próxima.