Se llamaba Silvia, estaba en Madrid el 16 de marzo, con 25 grados en el termómetro, y llevaba una venda blanca en los ojos. Iba disfrazada de alegoría de la justicia. 'Blandía' una pancarta que decía: “Los argumentos de la acusación se desvanecen como un terrón de azúcar en una CUP of café con leche in Plaza Mayor”. En una conversación de poco más de dos minutos, se preguntaba si el cartel era de buen gusto. “Hace referencia a lo de Ana Botella y los Juegos Olímpicos (…) y la intención no es ofender, sino denunciar lo del (Tribunal) Supremo”. Se puede pensar que el chascarrillo es más o menos gracioso, pero ofensivo, la verdad, es que no lo era en exceso.
El independentismo ha peregrinado en 500 autocares hacia la capital de España -del Estado, si se quiere- para reivindicar el derecho a la autodeterminación de los catalanes y criticar el proceso judicial contra los responsables del 1-O, que estos días se desarrolla en el Tribunal Supremo. Las 60 organizaciones que han participado en esta manifestación han demostrado su capacidad de movilización, pues eran varios miles de personas y banderas 'esteladas' las que llenaban el Paseo del Prado, desde Atocha hasta Cibeles.
Que Madrid es inconquistable se volvía a demostrar este sábado por la tarde en el centro de la ciudad. Mientras los independentistas gritaban el "boti, boti, boti, espanyol qui no boti" y el "Puigdemont, president" en la acera del Palacio de Cibeles, a pocos metros, en Gran Vía, los ciudadanos allí presentes eran ajenos a la protesta y ultimaban sus compras del Día del Padre o de lo que fuera. Los jóvenes y los turistas, aprovechando que dos de los carriles de la calzada estaban cortados por la manifestación, se hacían selfies en los que aparecían junto con el Edificio Carrión, el del luminoso de Schweppes. Y como en España existe una encomiable capacidad para rendir culto a lo absurdo, un tipo con 'barretina' y otro con bandera independentista abrían la puerta de Museo Chicote para tomar un trago. Más castizo, imposible.
A pocos metros del Monumento a los Caídos, en la plaza de la Lealtad, una señora de cara huesuda portaba una pancarta en la que aparecía el naipe del Rey de Bastos con el monarca puesto del revés. Su cara era una fotografía de Felipe VI. “Como sigas mucho tiempo así, se le va a subir la sangre a la cabeza”, decía el hombre que iba con ella. Los ataques hacia la familia Borbón se percibían en varios carteles y cánticos. Uno, impreso en color amarillo y llevado por un señor de mediana edad, decía. "Memoscracia, la España borbónica se cree que Catalunya es una propiedad suya". No muy lejos de allí, en una pancarta se les mandaba "al infierno". Al lado, un par de señoras caminaban con dos urnas de metacrilato entre las manos. "Esto no es un arma", se leía en un papel que se encontraba en su interior.
Iconografía independentista
En la manifestación, en la que estaban el presidente de la Generalitat, Quim Torra, y los exdiputados Joan Tardá y Gabriel Rufián, entre otros, había decenas de imágenes de los líderes independentistas que son juzgados en el Alto Tribunal durante estos días. También algunas fotografías del mayor Trapero en las que se leía su frase más famosa, la que dedicó a un periodista belga en una rueda de prensa: "bueno, pues molt bé, pues adiós". ¿Quién iba a decir que esa bordería iba a servir de gancho para quienes se manifiestan por una Cataluña independiente?.
Mientras la concurrencia esperaba que la cabecera de la manifestación comenzara a avanzar, varios de los manifestantes se hacían fotografías junto a la señal que indicaba la dirección que había que tomar para llegar a la Plaza de la Independencia. Y una pareja de ancianos le entregaba una estelada a una chica japonesa para hacerle una fotografía entre risas. Desde luego, no hace falta mucho para ser feliz.
Precisamente, desde ese lugar, por la calle de Alcalá, cuesta abajo, descendía un caballero con la rojigualda a la espalda, anudada al cuello. Al tratar de rebasar el paso de peatones que se encuentra frente a la Casa de América, un policía, fusil en mano, porra a la espalda, le cortaba el paso. "Me han dicho que no puedo meterme ahí. Yo no soy de ningún partido, pero esto me parece intolerable".
Por el Paseo de Recoletos, un grupo de chavales, de no más de 20 años, con varias banderas de España y una de los tercios de Flandes, trataba de llegar hasta Cibeles, pero los policías se lo impedían.
-Si es que esto es una vergüenza, sólo queremos pasar y que nos vean.
-No podéis, ellos también tienen derecho a manifestarse, esto es una democracia.
-Ya, pero me jode.
-Más me jode a mí estar aquí, créeme.
Hace unas semanas, eran Vox, Ciudadanos y el Partido Popular los que llenaban de 'rojigualdas' la Plaza de Colón. Este sábado, a poco más de 500 metros de allí, había cientos de esteladas. No hay fin de semana en el que las banderas no salgan a la calle. Esta vez, acompañadas de las de la Segunda República, las de Izquierda Castellana y las que homenajean al 1-O, que deben haberse vendido como churros.
-¿Usted de dónde es?
-Yo, de Villafranca del Penedés.
-¿Es catalán?
-No, de Granada, pero llevo 54 años en Cataluña.
-¿Y han venido en autobús?
-Sí, y somos socios de Òmnium (señala a otras dos mujeres que había a su lado).
-¿Y qué sintió al ver a Jordi Cuixart en el banquillo?
-Es un gran tipo y es una pena. La democracia española no admite voces críticas y éste es el mejor ejemplo.
-¿Por eso se manifiesta?
-Por esta injusticia, sí.
-¿Es independentista?
-Yo defiendo a mi país, claro.
Y, tras advertir de que no se manipulen sus palabras en la prensa, se puso fin a la conversación.