(El 1 de octubre del 2017, la Generalitat organizó un referéndum sobre la independencia de Cataluña. La consulta había sido declarada ilegal, pero millones de simpatizantes del separatismo se movilizaron para que se celebrase la votación en una de las jornadas más tensas de los últimos 40 años en España. Vozpópuli reconstruye el seguimiento que el Gobierno de Mariano Rajoy hizo del 1-O en el Palacio de la Moncloa. Los episodios que aquí se recogen han sido contados por sus testigos directos).
El 1 de octubre del 2017, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría llegan a primera hora a la sala habilitada en el Palacio de La Moncloa para seguir los acontecimientos en Cataluña. Son las 7 de la mañana aproximadamente. A Rajoy le acompaña su jefe de Gabinete Jorge Moragas y la secretaria de Estado de Comunicación, Carmen Martínez Castro.
También está el equipo más próximo de la vicepresidenta. Su jefa de Gabinete María González Pico y José Luis Ayllón, entonces secretario de Estado de Relaciones con las Cortes. Hay más gente. Nadie del Ministerio del Interior, encargado de dirigir el operativo para impedir el referéndum ilegal, está en Moncloa aquel día. La ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, se incorpora un poco más tarde.
Aparecen las urnas
Los augurios son los peores. Miles de ciudadanos bloquean desde la madrugada el acceso a los colegios electorales designados arbitrariamente por la Generalitat. Los Mossos d’Esquadra no actúan. El presidente Carles Puigdemont ha decretado esa misma noche un censo universal para que se pueda votar en cualquier colegio e incrementar así la movilización.
Lo de menos son las formalidades. No hacían falta sobres y la papeleta se podía llevar impresa desde casa. El separatismo quiera la imagen de votaciones. La cúpula del Gobierno se había dedicado sistemáticamente a burlarse de estas medidas. El entorno de Santamaría consideraba tupperwares las urnas que había presentado la Generalitat.
Las urnas. Uno de los grandes misterios de toda esta crisis. No se encontraron antes. Y se compraron por internet. La mañana del 1-O, los voluntarios de la ANC (Asamblea Nacional Catalana) empiezan a sacarlas de sus escondites: casas particulares, locales, iglesias, Cáritas. Aparecen centenares de ellas. Todas con su pegatina oficial. Poco a poco se van colocando en los colegios sin que nadie de los Mossos ponga el más mínimo impedimento. El referéndum está en marcha.
La sensación en Moncloa es de desconcierto. Sorpresa. Incredulidad. Pero el equipo de la vicepresidenta se empeña en minimizar el golpe de efecto. “Son tupperwares”, insisten. Santamaría no se podía creer que España estuviera en ese punto. Nadie creía que el independentismo llegaría tan lejos.
Rajoy pierde los nervios
Interior no tarda demasiado en dar la orden. Los agentes de Policía y Guardia Civil desplegados en Cataluña inician una intervención selectiva en algunos colegios. El objetivo es impedir la votación de Puigdemont, el vicepresidente Oriol Junqueras y otros líderes catalanes. Las cámaras de televisión retransmiten en directo unas cargas policiales contundentes contra ciudadanos que se niegan a retirarse de los colegios. Las imágenes dan la vuelta a Europa. Rajoy, poco a dado a perder los nervios, no da crédito a lo que está viendo. "¡Están locos estos tíos!", exclama mientras ve en la televisión a la gente recibiendo palos.
La dureza de las cargas genera dudas en Santamaría. Pero Cospedal presiona. "El Estado no puede dar un paso atrás", dice la ministra de Defensa, según el recuerdo de testigos presenciales. El teléfono de Rajoy empieza a sonar una y otra vez. El presidente abandonaba la sala para atender las llamadas. Algunos líderes europeos se interesan por lo que ocurre en Barcelona. La intervención policial abre los informativos de medio mundo.
El PSOE, a través de su líder Pedro Sánchez, se pone en contacto con la Moncloa. La indignación del primer partido de la oposición es total: "¿Qué estáis haciendo? Están consiguiendo las dos fotos: la gente votando y las hostias". El Gobierno, resignado, ordena la progresiva retirada de los agentes. No hay comunicación con la Generalitat a pesar de las especulaciones tras el parón de los antidisturbios. Los puentes están rotos entre las dos instituciones desde la manifestación en memoria por las víctimas de los atentados yihadistas de Barcelona y Cambrils. La calma es casi total al mediodía. Podría ser una jornada electoral cualquiera.
La llamada de la Liga
Una llamada de la Liga de Fútbol Profesional (LFP) a la Moncloa altera el cuartel de Moncloa a primera hora de la tarde. El FC Barcelona se niega a jugar su partido de Liga contra la Unión Deportiva Las Palmas en protesta por las cargas policiales. La LFP quiere instrucciones y el Gobierno responde con claridad: "El partido se juega". El club, con la presión de la Liga y la complicidad de algunos futbolistas contrarios a mezclarse en política, frena la rebelión de parte de la plantilla culé. El partido se disputa pero a puerta cerrada. El Barça gana 3-0.
Las últimas horas de la tarde transcurren en calma. Se anuncia una comparecencia de Puigdemont a última hora de la noche. Rajoy, Santamaría y Martínez Castro estiman conveniente una declaración del presidente del Gobierno. El contenido se improvisa en cinco minutos. El resultado es un Rajoy noqueado por los acontecimientos. "Hoy no ha habido referéndum", dice. El equipo de Santamaría también anima a la vicepresidenta y le dice que la consulta no ha existido. Hay gente en el Gobierno que no lo puede creer. "No hay más ciego que el que no puede ver", dicen.
Puigdemont sale con todo su Gobierno un par de horas después. "Nos hemos ganado el derecho a ser independientes", dice el presidente de la Generalitat, que pide a la Unión Europea que intervenga ante la "brutalidad" que ha empleado el Estado. Sobre las once de la noche, la sala de Moncloa se vacía. La sensación es de derrota. Una gigantesca desazón se apodera del Ejecutivo. El 2 de octubre es casi peor que el 1-O. Sólo el discurso del rey levanta el ánimo del constitucionalismo. Y eso que Rajoy nunca creyó en Felipe VI.