El pasado jueves, las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) de toda España protagonizaron una ovación cerrada a sus profesionales. La iniciativa partió de los médicos para rendir tributo a sus equipos -enfermeras, auxiliares o celadores- y reconocer su titánico esfuerzo durante la epidemia del coronavirus. Rosa María Pila es una veterana del servicio. Enfermera desde hace 12 años en cuidados intensivos, respira hondo cuando cuenta la experiencia vivida en el madrileño hospital Severo Ochoa de Leganés, donde trabaja. Exhausta, tras pasar las semanas más difíciles, se vacía para Vozpópuli: "Nunca habíamos vivido algo igual". Y lanza un mensaje: "Que nos cuiden, que tenemos que seguir cuidando".
Cuando este diario habla con Rosa, la enfermera, 41 años, madre de un niño de 4, confiesa que ha pasado otra noche regular. Lleva tiempo durmiendo a saltos. El insomnio es habitual entre muchos sanitarios. Demasiada adrenalina, demasiadas emociones, demasiado crudo todo lo vivido. Por eso, confiesa con cansancio, siente que cualquier homenaje a su servicio llega con un poco de retraso. "Ahora es cuando estamos más relajados. Cuando hemos estado a pie de cama, dejándonos la piel, nadie se acordaba de nosotros. Pero 'nunca es tarde'", dice tirando de refranero.
En esta entrevista, la enfermera aúna el sentir de muchos compañeros ante lo vivido. Pero va mucho más allá. Habla de miedo -"¡Ojo! Mira lo que ha pasado, hay todavía un montón de población que no se da cuenta de la capacidad que tiene este virus de infectar, de contagiar, de matar"-; habla de recortes antes y después de la pandemia - "la sanidad comenzó a deteriorarse hace más de una década, en camas, en personal...- y habla, sobre todo, de lo que ella ha sentido durante estos días.
Aislar el dolor para atender a otros
"No somos héroes, no. Cuando me pongo el uniforme, lo que me da es el poder mágico, como digo a mi hijo, de aislar mi vida, mi cansancio, mi dolor y que solo me enfoque en quien tengo en la cama y depende de mí. Eso hace que ahora no sea el momento de protestar; ahora que salga el mayor número posible de población salvada de todo esto y, cuando todo pase, ahí haremos para que la población nos escuche. Alzaremos la voz", advierte la enfermera.
Rosa trabaja por ciclos. Cuatro tardes, dos noches, dos salientes de noche y dos días libres. Los días de descanso son gloria para ella. Deja descansar a su cuerpo y se cuida la dermatitis que le provoca en la cara el equipo de protección. Su vida ha cambiado radicalmente en las última semanas: "Antes, mi día a día era llevar al niño al cole, preparar la comida, tener tiempo para mi, hacer cursos de formación... Ahora, enseñarle a leer, a escribir, a los ejercicios..." y gestionar como puede todo lo vivido.
En el corazón de la UCI
Tuvo que llegar el coronavirus, según Rosa María Pila, para que muchos supieran cómo se trabaja en una UCI. España entera parecía vivir dentro de uno de esos servicios tan especializados, contabilizando derrotas de pacientes con covid-19 que entraban y ya no salían y que morían entre el calor de los sanitarios ante la imposibilidad de hacerlo con sus familias. Y contando victorias, las de quienes salían, venciendo al virus, entre aplausos.
"Es en una de estas unidades donde ves la fragilidad del ser humano. La diferencia entre la vida y la muerte pende de un hilo y, cuando viene la muerte, te lo corta y te mueres. Ahí es donde nos dimos todos cuenta de que este virus estaba muy cerca", señala la enfermera.
Rosa siempre quiso ser enfermera. "Si no tienes vocación, la profesión te come y más en cuidados intensivos". Comenzó, en Madrid, en el hospital Ramón y Cajal, "un hospital grande y muy especializado" en una UCI con "pacientes muy complicados, muy graves". De ahí, en la misma comunidad, pasó por los hospitales de Getafe, Móstoles y Parla, hasta llegar a Leganés.
Lleva toda una vida en enfermería intensiva, donde ha visto de todo -"el sufrimiento, el dolor, la ansiedad; todo tipo de emociones"- pero nada, asegura, parecido a lo vivido en estas semanas a costa del coronavirus. "Es lo peor que hemos vivido nunca", asegura. ¿Tiene miedo a un repunte? "Sí. Se deberían realizar test masivos a la población para evitarlo", afirma rotunda.
Una montaña rusa de emociones
"Esto ha sido una montaña rusa de emociones que no ha parado. Nunca vi nada igual. Me he visto desbordada en muchos turnos de trabajo y no he podido resolver todo lo que quería, pero por una sobrecarga de trabajo fuera de lo normal y eso genera más emociones que no había tenido", explica. El paciente que ha visto en estos días, describe, era un paciente muy inestable" lo que complicó la ya de por si compleja atención en una unidad tan especializada.
"Los nuevos compañeros han hecho lo que han podido y se les ha podido explicar. Llegaban muertos de miedo. Ya de por sí, trabajar en una UCI da respeto y, en esas circunstancias, más todavía"
No ayudó, precisa, que la mayoría de los compañeros que fueron a ayudarles a la Unidad carecieran de experiencia en intensivos. "Los nuevos compañeros han hecho lo que han podido y se les ha podido explicar. Llegaban muertos de miedo. Ya de por sí, trabajar en una UCI da respeto y, en esas circunstancias, más todavía". Tener que formarles sobre la marcha, apunta Rosa, fue un estrés añadido. Pero, asegura, se tejieron lazos irrompibles: "Éramos un todo".
"Una UCI no es solo un respirador como salía en las noticias; hablamos de pacientes muy delicados para los que se precisa una enfermería muy entrenada. El respirador tienes que saberlo manejar. Además hay bombas con medicación, un monitor; a veces un hemofiltro, (una máquina muy complicada que hace de sustitutivo de la función renal)...", describe.
El Severo Ochoa se repliega
En el Severo Ochoa, uno de los hospitales madrileños que más sufrió en la pandemia, ahora están más relajados. Las cifras, con un constante descenso en el número de contagiados, ayudan. En la actualidad, mantienen 12 camas de UCI. Todas con pacientes covid-19.
En los peores días de la pandemia, en el hospital, llegaron a tener 24 camas que llevaban desde intensivos. Después, para triplicar el número de camas ante el colapso de pacientes, se abrió otra unidad de coronavirus con diez camas más.
Trasladar la UCI a otra zona más amplia, para poder atender a más pacientes, fue muy complejo afirma Rosa. Pero también, ante el descenso del número de pacientes infectados que entraban por Urgencias, replegarse hacia su espacio habitual. Sucedió el pasado viernes 24.
"Ahora quieren blindar la sanidad pública para que el paciente que entra por Urgencias tenga asegurada una atención excelente", señala la enfermera
"De un día para otro, el gerente ordenó el traslado de esa unidad especial a la que nos habíamos ido desde nuestra unidad inicial. Eso implica un riesgo. Coge de repente a los pacientes desfilando por el pasillo hasta la unidad inicial y vuelve a montarla, con un estrés sobreañadido al que ya tienes y, además, en turno de trabajo. Eso estuvo muy mal gestionado", critica la enfermera. Ahora les preocupa, que si llega otro paciente crítico no covid, allí no puedan atenderle y lo tengan que derivar a otro hospital por falta de camas.
La gestión de las camas de UCI siempre ha sido así, precisa Rosa. Con conciertos entre hospitales. "Cuando uno se queda sin camas, pide camas a otro". Parece que ahora quieren blindar la sanidad pública, dice, para "que no pase eso, para que el paciente que entra por Urgencias tenga asegurada una atención excelente. Y para eso necesitas tener un personal especializado, cualificado y en ratio".
Intensivos gasta más dinero
¿A qué se debió esa decisión? La enfermera lo tiene claro: a criterios económicos. El descenso de casos hace que la gerencia del hospital decida que hay que volver a la normalidad. "El reubicarnos de nuevo es para dejar la unidad en la que estábamos para pacientes postquirúrgicos. Los hospitales quieren volver a la normalidad y volver a operar, porque eso da dinero. Intensivos no genera dinero. Lo gasta", señala la enfermera.
Desde su dilatada experiencia en estas unidades, Rosa pone cifras sobre la mesa. El coste por día/paciente en una unidad de intensivos, detalla, oscila entre los 700/1.000 euros. "Eso el que menos gastos genera. Si hablamos de un paciente extremadamente grave nos podemos disparar a 3.000/4.000 diarios".
¿Y un paciente covid-19? "A lo mejor lo triplicamos. Hemos tenido pacientes con coronavirus con los que la medicación que se utiliza para su soporte vital es muy cara y la maquinaria que se utiliza es también muy cara. Hay que añadir el personal. El médico intensivista, la enfermera, la auxiliar, el celador... a todos hay que pagarles. Si lo vas dividiendo...", puntualiza.
6 pacientes por enfermera
En la pandemia, las ratios por paciente han saltado por los aires. "Yo empiezo a trabajar y mi ratio máximo son 2/3 pacientes críticos. He llegado a llevar hasta 6", explica. "En un turno de trabajo normal, de diez pacientes, puedes tener a seis que están inestables, los otros cuatro no; pero aquí han sido 24 pacientes inestables juntos; de repente uno se desaturaba, otro se medio paraba... son muchas técnicas seguidas que generan mucho estrés", cuenta Rosa.
"Nuestro trabajo, el de las enfermeras, es cuidar, empatizar con el paciente. Eso casi ha brillado por su ausencia. Ha sido una enfermería de guerra", dice Rosa Pila
La enfermería de intensivos es muy especializada; hay que reaccionar muy rápido a los problemas, describe. "E imagina eso multiplicado por 24. La sensación era de no llegar. Nuestro trabajo, el de las enfermeras, es cuidar, empatizar con el paciente. Decirle: 'Tú no puedes, pero yo sí, yo cuidaré de ti, te llamaré por tu nombre...' Eso casi ha brillado por su ausencia. Ha sido una enfermería de guerra: 'Te voy a mantener con vida, nada más'".
La muerte de Esteban: un antes y un después
Durante la pandemia, no hubo suficiente dotación de medios para atender a los pacientes, asegura Rosa. Antes de la covid-19 ya había reducción en plantilla. "Sí, todo esto viene de atrás. De una sanidad deteriorada. De recortar las camas, recortar el personal. De dotar a la sanidad privada de lo que le estás quitando a la pública. Cuando yo acabé la carrera, hablamos de más de una década, ya empezaba a deteriorarse. Fui de las pocas enfermeras que terminé y firmé un contrato. Las generaciones que vinieron por detrás ya salieron sin trabajo", señala.
La muerte, a comienzos de abril, tras varios días en la UCI, de Esteban Peñarrubia, 57 años, enfermero de quirófano, destrozó a la familia del Severo Ochoa
Tampoco, al principio, tuvieron equipos de protección. Y es ahí cuando Rosa -la fuerte, la inquebrantable, la de mirada resuelta- se rompe. Porque habla de Esteban, el compañero, al que vio morir en su unidad. Infectado por el virus. "Recordarlo es tan duro...", dice con la voz entrecortada.
La muerte, a comienzos de abril, tras varios días en la UCI, de Esteban Peñarrubia, 57 años, enfermero de quirófano, destrozó a la familia del Severo Ochoa. Era un enfermero veterano. "Antes del estado de alarma, en quirófano se hacían peonadas (cirugías programadas por la tarde). Todavía no había muchos pacientes con coronavirus y la dotación para protegernos era la justo". Esteban se contagió haciendo una cirugía a un paciente infectado. "No llevaban protección porque ni lo sabían", indica Rosa.
Al principio, su evolución fue buena. Estaba en casa, con tratamiento. Pero empeoró y hubo que hospitalizarlo. Acabó en la UCI. "Ahí lo conocí yo. Entró despierto y a las pocas horas tuvimos que intubarle. Estuvimos luchando por él hasta que, tras varios días, falleció", rememora.
La muerte de Esteban marcó un antes y un después en el Severo Ochoa. "En mí, en mis compañeros y en la gestión de este hospital. El gerente se dignó a proporcionarnos unos EPIs completos. Hasta entonces estábamos con batas de plástico, con guantes que no eran de nitrilo... hemos ido sobreviviendo con lo que quiera que nos han traído, y además, con fe ciega.
"Han traído mascarillas que pensábamos que estaban homologadas y al tiempo sale que Sanidad te las retira porque no ejercen la protección adecuada y dices: 'Dios mío de mi vida, ¿que he estado con la mascarilla cuatro turnos seguidos? Eso pasó en servicios como el de Urgencias. Por suerte en mi UCI nunca nos ha faltado mascarilla de máxima protección", aclara.
La soledad de los pacientes
También marcó a Rosa Pila la soledad que vio en sus pacientes. "Al principio, cuando empezó la epidemia, a los positivos sí les vieron sus familiares. Eran muy pocos. Los familiares seguían entrando con protección. Cuando nos cambiamos de zona, se quedaron solos. Llegaban pacientes a la Unidad y lo único que les devolvíamos eran certificados de defunción", recuerda.
A la enfermera se le murió un paciente de 72 años. "Su familia no quiso entrar a verle. Querían recordar al de antes", recuerda. Y Rosa decidió que no moriría solo. Estaba sedado, relajado, conectado a ventilación mecánica, con medicación paliativa para morir.
"Yo quería que tuviera una muerte digna. Cogerle la mano, que sintiera mi calor aunque fuera a través de un guante. Te quedas a solas con él, le metes en un sudario, le rocías con lejía, desinfectas el sudario, vuelves a desinfectarle, le metes en otro sudario, lo sellas; antes de todas esas cosas, le dije: 'Hasta aquí has llegado, que tengas buen viaje'", concluye.