"Parece que hay una competición internacional por desarrollar una vacuna contra el coronavirus", apuntaba este martes durante una rueda de prensa informativa sobre el coronavirus el representante de la Embajada china en España, Yao Fei.
La afirmación de Yao no podría haber sido más acertada, ya que desde que el Gobierno chino hizo público el pasado 10 de enero el código genético del coronavirus, decenas de empresas y científicos de todo el mundo han comenzado a trabajar contra reloj con el objetivo de ser los primeros en lograr desarrollar una vacuna contra el virus, que ya se ha cobrado la vida de 422 personas.
No es la primera vez que el mundo se enfrenta a la disyuntiva que el coronavirus está suponiendo durante las últimas semanas: un virus nuevo, miles de infectados, y ni rastro de cura. En los últimos cinco años, hemos tenido que hacer frente a brotes de ébola, zika y a otra versión del coronavirus, el MERS.
En todos esos casos, la búsqueda de una vacuna también se tradujo en una carrera internacional, pero jamás a la misma velocidad a la que se está produciendo hoy en día. Esto se debe en parte gracias a que las autoridades chinas hayan compartido la secuencia genética del virus a nivel internacional con tanta rapidez.
Ahora mismo, los equipos de científicos que investigan el coronavirus bautizado como 2019-nCov se encuentran por todo el mundo, desde España hasta Australia, pasando por China, Estados Unidos o Reino Unido.
España cuenta con el CNB
En nuestro país, el Centro Nacional de Biotecnlogía, liderado por Isabel Sola y Luis Enjuales, es uno de los equipos de científicos que se han lanzado a intentar encontrar una vacuna que frene la 'neumonía de Wuhan'.
No son nuevos en esto. Según explicaba durante una entrevista con Vozpópuli el propio Enjuales, uno de los mayores expertos en coronavirus de nuestro país, llevan años estudiando a esta familia de virus y cuentan con experiencia con el SARS y el MERS, los primos lejanos del 2019-nCov. De hecho, en 2015 lograron hasta desarrollar con éxito una vacuna contra el SARS -cuyo brote se produjo en 2003-. El problema fue que para entonces esa epidemia ya se había contenido, por lo que la vacuna no llegó a comercializarse.
De media, desarrollar una vacuna en condiciones normales suele llevar unos 10 años, pero algunos de los investigadores que participan en esta "competición" esperan poder tenerla para finales de año, algo inédito. Por lo general, en situaciones de emergencia los plazos pueden acortarse, pero la promesa de obtener una vacuna en cuestión de meses aún choca entre la comunidad científica.
En el resto de Europa, Francia e Italia han tenido su propia competición. Por un lado, el prestigioso Institut Pasteur anunciaba esta semana que había logrado aislar al 2019-nCov, siendo los primeros en lograrlo dentro del suelo europeo. Francia tiene ya cinco casos confirmados, mientras que Italia tiene dos.
No obstante, lo mismo han afirmado hace unos días desde el Instituto Nacional de Enfermedades Infecciosas Lazzaro Spallanzani, que aseguraron que habían logrado resultados en menos de 48 horas. Ambos equipos, por el momento, siguen investigando.
La norteamericana Gilead, a la cabeza
La investigación la están llevando tanto grupos de investigadores de instituciones científicas, como es el caso del CNB, como los equipos internos de algunas de las mayores farmacéuticas del mundo. Este es el caso del gigante norteamericano Gilead, probablemente el que a día de hoy lidera la carrera internacional.
La farmacéutica, conocida por sus medicamentos contra el VIH y especializada en infecciones víricas, ha logrado poner en marcha el primer ensayo clínico a gran escala con humanos en Wuhan, el epicentro del brote. De hecho, el fármaco antiviral que testará a partir de este miércoles en pacientes chinos fue desarrollado hace años con el objetivo de combatir el ébola. Después de varios estudios, parece haber demostrado cierta efectividad con el 2019-nCov.
Normalmente, para poder testar cualquier fármaco en humanos, las compañías farmacéuticas tienen que esperar años y realizar decenas de estudios para demostrar que el medicamento es seguro. En casos excepcionales, este proceso se acelera. En esta ocasión, Gilead ha llegado a un acuerdo con el Hospital de Amistad China-Japón, dependiente de las autoridades chinas, para llevar a cabo un ensayo clínico en el que participarán 270 pacientes con síntomas moderados.
La coalición internacional de las vacunas
No es la única de las grandes 'farmas' que se ha puesto las pilas. Johnson & Johnson y AbbVie, dos de los gigantes del sector, también están desarrollando estudios en relación con la vacuna. Sin embargo, dentro de Estados Unidos le llevan la delantera dos compañías relativamente desconocidas para el público internacional: Inovio Pharmaceuticals y Moderna Therapeutics.
Estas dos compañías biotecnológicas han recibido una suerte de "beca" por parte de la Coalición para la Innovación y Preparación para las Epidemias (CEPI) para financiar su investigación, junto a un equipo de científicos de la Universidad de Queensland, en Australia. Cada uno de los tres programas plantea un enfoque radicalmente distinto a los demás, lo que hace que la "competición" sea mucho más interesante.
CEPI es una plataforma relativamente nueva, financiada por varios gobiernos y organizaciones internacionales, tanto públicas como privadas. Nació a raíz del brote de ébola que tuvo lugar entre 2013 y 2015 en varios países de África -y que llegó a España-, cobrándose la vida de más de 11.000 personas. Ahora, su objetivo es servir de nexo entre la industria farmacéutica y la investigación pública para acelerar el desarrollo de vacunas en situaciones como la del coronavirus.
De hecho, la CEPI acaba de llegar a un acuerdo con la farmacéutica británica GSK, bajo el cual la compañía cederá parte de su tecnología para ayudar a los programas de investigación que ya están en marcha. Esta tecnología se basa en la fabricación de adyuvantes, unas substancias utilizadas para potenciar la eficacia de las vacunas, lo que permite fabricar más dosis en menos tiempo.