Paseas el martes por la noche por las inmediaciones del Teatro Real de Madrid. Al recorrer las calles Felipe V y Carlos III que rodean ese descomunal edificio es fácil caer en la tentación, y caes, de ponerse estupendo y empezar a reflexionar sobre Historia o sobre la belleza de la música. Más, si cabe, tras divertirte y emocionarte sobremanera escuchando al tenor Javier Camarena y compañía en la divertida ópera La hija del regimiento. No importa que las localidades elegidas no fueran las mejores y por ello nos duela el cuello. Un servidor y su pareja andamos felices porque hemos asistido a una obra de arte y, aunque no seamos duchos en esta disciplina, nos hemos deleitado al vivirla y paladeamos nuestra íntima victoria.
Quienes están ahí en frente, en la pantalla, son tipos de carne y hueso, reales como la vida misma, que se han despojado de las ropas y la dignidad y la vergüenza para ofrecer un espectáculo cuyo interés resulta dudoso, por no decir inexistente
Pero luego llegas a casa, enciendes la televisión y te encuentras un reality absurdo llamado Adán y Eva (Cuatro). La comparación, inevitable y siempre odiosa, te devuelve a la cruda realidad, al horror cotidiano, al lodo repugnante, viscoso y corruptor. Todo ha sido un sueño pasajero. Aunque uno ya haya avisado de lo que se avecinaba y trate de ser comprensivo con el programa, solo le queda frotarse los ojos para comprobar, atónito y asqueado, que no está padeciendo una pesadilla.
Quienes están ahí en frente, en la pantalla, son tipos de carne y hueso, reales como la vida misma, que se han despojado de las ropas y la dignidad y la vergüenza para ofrecer un espectáculo cuyo interés resulta dudoso, por no decir inexistente. Pese al morbo que desprende este espacio, lo normal es cambiar pronto de canal en busca de algún producto algo más elaborado, con una construcción mínimanente intelectual, que te entretenga o te informe o te forme. Tampoco hace falta que sea una ópera, por naturaleza destinada a las élites a las que no perteneces ni quieres pertenecer.
Mejor estreno de la historia
Lo peor llega al día siguiente, cuando te enteras, asombrado pese a la costumbre, de que ese absurdo Adán y Eva ha cosechado unos fantásticos datos de audiencia. Este programa es el estreno más visto en la historia de la cadena menor de Mediaset. Fue lo más visto en la franja de edad que va de los 16 a los 24 años. En twitter hubo 122.000 comentarios al respecto. O sea, a la ciudadanía española, tan indignada y tan sobradamente preparada y tan pisoteada por el régimen político, le interesa, y mucho, este programa. Los concursantes, que por supuesto acuden en busca de pareja, faltaría más, pronunciaron frases como "estoy orgulloso de mi miembro viril" y demostraron a toda España su ignorancia sobre el río Manzanares o la Alhambra de Granada -"¿Qué es eso? ¿Eso es en Córdoba, no?", dijo uno, más o menos-. Con estos datos en la mano solo te queda llorar, llorar y llorar.
Al ver a Ana Obregón diciendo que se ha comprado trajes anti-ébola, reflexionas sobre cómo es posible bromear, por jocoso que sea el tono, acerca de un asunto de semejante relevancia
Un par de días después, aún apesadumbrado, decides dar otra oportunidad y vuelves a encender la televisión. Esta vez eliges La 1, esa del servicio público. Y de pronto están junto a ti, como metidas en tu salón, varias mujeres que participan en el espacio Amigas y conocidas que presenta Inés Ballester. Una de ellas es Ana Obregón, la conocida bióloga, que confiesa entre risas que se ha comprado "un par de trajes anti-ébola". "Yo tengo miedo y quiero estar preparada", añade. Te levantas del sofá, caminas hasta el baño y vomitas. Reflexionas sobre cómo es posible bromear, por jocoso que sea el tono, acerca de un asunto de semejante relevancia. Y, claro, pones alguna serie en el DVD porque no aguantas más. Esa misma noche te topas con Gran Hermano, te dejas enganchar por la frivolidad, que es una droga muy común, y aguantas hasta que ves a Mercedes Milá diciendo que "para solidarizarme con las putas, os digo que yo también soy puta". Otra vez apagas.
Y, por último, llegado el viernes, tienes que escribir y buscas desesperadamente una noticia, un dato, algo interesante o llamativo o curioso que contarle al lector. Recorres las webs especializadas en televisión y revisas el correo electrónico. Te tienes que conformar, contra tu deseo, con contar que la próxima semana, en concreto el martes 28, Telecinco se atreve por fin a estrenar El Rey, una miniserie -un biopic, dicen los cursis- en tres entregas que repasa la vida de don Juan Carlos I desde 1948, cuando le envían a Madrid a estudiar, hasta 1993, cuando muere su padre, don Juan. Los capítulos estarán aderezados por tres especiales, titulados La noche del Rey, que incluirán documentales, análisis y debates sobre la figura del monarca saliente. Te barruntas que quizás se cuente una historia demasiado edulcorada, demasiado maquillada, demasiado falsa, en definitiva. Te preguntas si, entre los momentos que se repasan, aparecerán algunas turbiedades tan conocidas como ocultadas. Y, entristecido por tanta bazofia y esperanzado por este proyecto, solo te queda esperar a verlo para juzgarlo. O pasar de la televisión y volver a la ópera.