Cuando se trata de afrontar la muerte y la destrucción en defensa de sus derechos, únicamente el agredido puede tomar la decisión de continuar la guerra frente a un enemigo más fuerte y despiadado

El eslogan del 'no a la guerra' suprime cualquier distinción entre un acto de agresión y el recurso a las armas en legítima defensa, como si ambas cosas fueran igualmente condenables