Voilà. Julián Muñoz vuelve a la televisión. Así dicho suena a momento histórico para la prensa rosa porque regresa a la pantalla el exalcalde de Marbella y exnovio de Isabel Pantoja con la intención confesada de contar la verdad sobre la tonadillera. Morbo asegurado. Diversión infinita. Secretos desvelados. Audiencia imbatible. Lo que no conviene olvidar, no obstante, es que este sujeto es un corrupto que acumula siete condenas en firme por las que tendría que haber pasado 20 años en la cárcel.
No es que seamos unos moralistas, ni mucho menos, y lo diremos solo de paso, porque son casos diferentes, pero claro, no puede obviarse que esto ocurre en Telecinco, la cadena que presuntamente guiada por supuestos principios feministas echó a un tipo, Antonio David Flores, que había ganado todas las batallas judiciales contra su exmujer, Rocío Carrasco, protagonista de aquella docuserie populista y justiciera, así como de otro producto similar -son eso, productos, lo envuelvan como lo envuelvan- que está por venir. Ergo lo que diga la justicia importa poco cuando se trata de aumentar el share.
Dicho eso, entremos ya en harina. Servidor decidió ver al gran Cachuli el viernes por la noche para poder juzgarlo como se merece, es decir sin dejarse llevar por los apriorismos éticos mencionados o por los prejuicios. Incluso aparcando que este amigo de lo ajeno haya logrado la libertad condicional por su estado de salud tras cumplir solo 5 años de prisión. Al cabo, siempre se ha dicho con razón que hasta el más terrible de los criminales puede ser entrevistado. La cosa, claro está, depende de qué preguntas se le hagan.
La verdad es que este estreno de la docuserie de Julián Muñoz no defraudó. No defraudó como forma de tortura al espectador, por supuesto
La verdad es que este estreno de la docuserie de Julián Muñoz no defraudó. No defraudó como forma de tortura al espectador, por supuesto. Porque, te parezca lo que te parezca el personaje, creas su versión o la de Isabel Pantoja, estamos hablando de un producto construido para que este condenado por corrupción venda su presunta verdad ante toda España. Sin preguntas incómodas -al menos las emitidas no lo eran- y siguiendo un guion encaminado a buscar el enfrentamiento con su famosa expareja o, mejor dicho, a ponerla a parir sin que ella pueda defenderse.
¿Dónde queda aquello del principio de contradicción? ¿Y lo de contrastar las fuentes? ¿Y lo de exponer las dos versiones para que al menos el espectador contraste? Aquí se da una versión como cierta porque todo gira en torno a un protagonista que cuenta "su verdad" -ese posesivo lo dice todo- y porque, como ocurría en el caso de Rocío Carrasco, la docuserie se emite como una suerte de oportunidad de resarcirse a alguien machacado durante mucho tiempo por la misma cadena.
Parecía que se avecinaban escándalos del tamaño de las fiestas de Boris Johnson cuando como mucho eran cosas tan cutres como el famoso baile del primer ministro británico
Para colmo, la forma de contar el caso tampoco fue la mejor. Porque se contó mediante ese especial en el que entre las mil y una pausas de publicidad se cebaban las palabras que Julián iba a desvelar. Cada frase que iba a decir se presentaba con tanta insistencia que parecía que se avecinaban escándalos del tamaño de las fiestas de Boris Johnson cuando como mucho eran cosas tan cutres como el famoso baile del primer ministro británico.
Respecto al contenido, a las grandes revelaciones de Cachuli que ahora alimentarán horas y horas de programación de la cadena, yo me quedo con una que nada tiene que ver con la Operación Malaya ni con los detalles truculentos de la pareja. Era algo simple, pero que, se lo crean o no, no me dejó dormir bien: "Yo me iba al Ayuntamiento a trabajar y cuando volvía al rocío, a las 5 de la tarde, allí no había comido nadie. Me estaban esperando. Era como Michael Douglas". Seguramente el exalcalde de Marbella soñaba que era el vaquero de un western y, por ello, se refería a Kirk, pero eso se lo perdonamos. Lo imperdonable es y seguirá siendo su corrupción.