Opinión

Illa, bajo la advocación de san Pancracio

Si lo del domingo fue un plebiscito sobre Pedro Sánchez entonces hay que reconocer que lo ha ganado. Si lo era sobre Puigdemont debemos confirmar que lo ha perdido, a sabiendas de que tiene en la recámara siete votos de p

  • Salvador Illa

Si lo del domingo fue un plebiscito sobre Pedro Sánchez entonces hay que reconocer que lo ha ganado. Si lo era sobre Puigdemont debemos confirmar que lo ha perdido, a sabiendas de que tiene en la recámara siete votos de plata en Madrid que, según los días que faltan por venir, serán decisivos. Decisivos, sí, pero contenidos por la amnistía que él mismo se redactó y que aún no está aprobada. Puigdemont ha sido derrotado, pero goza de buena salud, no nos engañemos. Baste pensar un instante dónde estaba hace siete años y dónde está ahora. 

Dicho lo cual, no tengo problema en reconocer la parte que le corresponde a Sánchez ahora que el independentismo se resiente, se desinfla, dicen por las radios, lo que me parece un poco exagerado. No lo tengo, porque no me cuesta reconocer el acierto de quien dijo que pasaría lo que el domingo sucedió. Nunca le creí. Cómo voy a creer a quien cada vez que habla miente y racanea con la verdad.

Dicho lo cual, hablar de derrota y desguace del independentismo se hace prematuro y arriesgado. Una cosa es el sometimiento y otro el apaciguamiento. Lo primero es definitivo, lo segundo es muy puntual, claramente episódico. Apaciguar es sosegar, aquietar. Hoy es, pero mañana puede no ser.

Hasta aquí hemos llegado maltratando leyes e ignorando preceptos sagrados para el funcionamiento de nuestra democracia. En política no se puede hacer todo aquello que no sea delito. Ya me contarán si encima hemos llegado al domingo rozándolo, cuando no sobrepasándolo.  

No le ha venido mal su inveterada costumbre de empezar los días con el rezo del Padre Nuestro junto a una invocación a san Pancracio, mártir que decapitó Diocleciano, y al que desde entonces se le reza porque atrae el dinero y la suerte

Ahora conviene no perder de vista que lo que importa es el tiempo, o los tiempos, que lo contrario de la prisa no es la lentitud, sino tener el tiempo que se necesita. Pero que no tengan los de Illa no quita que los demás no reparemos en la pírrica victoria del candidato socialista, al que, por lo que hemos visto, no le ha venido mal su inveterada costumbre de empezar los días con el rezo del Padre Nuestro junto a una invocación a san Pancracio, mártir que decapitó Diocleciano, y al que desde entonces se le reza porque atrae el dinero y la suerte. Hay que suponer que Illa está en lo segundo más que en lo primero.  Eso al menos ha dicho él estos días agotados de campaña. Estarán conmigo en que en no deja de ser una rareza que un político de izquierdas reconozca que tiene convicciones religiosas.

Pírrica, sí, es esa victoria. Lo es porque se ha conseguido con muchos daños y destrozos de piezas del edificio de la democracia que no tienen repuesto. Así ha sido por mor de la política de un presidente al que no se le cocía el pan a la hora de ir recortando competencias y prerrogativas al Estado, ajustando las leyes a su capricho e indultando a tipos que, cierto es, cuando digan a partir de ahora que lo volverán a intentar sólo provocarán risas.

Lo de Cataluña no debería confundirnos, y menos deberíamos olvidar aquello que decía Santiago Carrillo en un momento de lucidez, que la destrucción del Estado es también la destrucción de la democracia. ¿Lo hubiera sostenido de haber conocido la España de Sánchez?

A la hora de reconocer los méritos de cada uno es necesario que no olvidemos que ha sido el PSOE de Sánchez el que ha gobernado este país con la colaboración de ERC. Con los de Junqueras. el presidente nos enseñó que la sedición no era lo que creíamos, que la malversación tampoco, que la amnistía traería la reconciliación, que las sentencias lingüísticas no se cumplirían, que el CNI fuera expulsado de Cataluña y queda pendiente, pero no en el olvido, la salida/expulsión de esa parte de España de la Policía Nacional y la Guardia Civil. La anomia es el estado natural de Sánchez cada vez que se ha asociado a Junqueras.   

El procés, en estado de momificación

Conviene que seamos cautos, realistas, que ya enseñó Galdós en sus Episodios que no conviene cantar victoria tan pronto, que en este bendito suelo, el último tiro de una guerra civil es el primero de otra. Dígase procés en vez de Guerra Civil y se entenderá bien lo que digo con la ayuda de don Benito. Ese procés para la independencia es, hoy martes, un proceso momificado. Mejor para casi todos. Ha ganado Salvador Illa y hay que ser un descerebrado para no entender que ha sucedido lo mejor que podía suceder. Pero eso no hace que olvidemos que la amnistía es un acto profundamente inmoral que Illa se ha tragado sin rechistar. De hecho, no le ha dedicado un segundo en la campaña.    

Pero la memoria no puede ser sólo la que nos lleve al 36, al franquismo o a los primeros años de Felipe González, en la que según la ley que Sánchez hizo con los de Bildu el franquismo aún vivía. La memoria más reciente no nos debe hacer olvidar los días en que Sánchez recuperó la amnistía para ser presidente, el desprecio de quien cuando le ha venido en gana no cumplió las leyes, o construyó un muro divisivo para desgracia de los españoles de la dos o tres españas que parece ser que hay.     

Los siete escaños de Junts, a escena

Puigdemont tiene argumentos más que razonables para dejar de dar la tabarra a los catalanes y al resto de españoles. Si tiene palabra, se irá a su casa, que él estaba para ser presidente y no jefe de la oposición. No tengo ninguna esperanza de que así vaya a ser. Ninguna en que deje de darle vueltas a los siete votos que mantienen en la presidencia a Sánchez. Esa cuenta está sin cobrar para Puigdemont, ya que la amnistía es sólo un botín menor y amortizado. El aún prófugo tiene poco que hacer en una Cataluña en la que, sea por cansancio o puro pragmatismo, los catalanes han dicho basta al sueño que les ha provocado monstruos durante los dos últimos lustros.

Lo de Puigdemont viene de lejos. También lo he leído en Galdós, que hace discurrir así a uno de sus personajes muy pagado de sí mismo: "Yo no discurro, creo. Yo siento, no razono".

Me resisto a meter aquí los salvíficos padrenuestros y las continuas invocaciones a san Pancracio de Salvador Illa. No creo que le sirvan a partir de ahora. Sobre todo, porque el sentimiento, que no la razón, es la materia con la que seguirán trabajando aquellos que hasta ayer mismo decían, y seguirán diciendo, eso de que lo volverán a hacer. Desde su propia compulsión Puigdemont sabe que con sus siete votos una mano lava la otra, y las dos juntas, la cara. Lo sabe y no lo olvida. 

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