Me advertía siempre un buen amigo que en Madrid, si te descuidas un par de minutos, más te vale llamar a una ambulancia para que te desinfecten y cosan la puñalada. Causa cierta desazón observar cómo la actividad política se ha transformado en una nada escrupulosa caza al rival, en la que el interés general ha quedado supeditado a las cuitas de mediocres mandarines sin más oficio que el de increpar.
Como Madrid es la gran joya de la corona nacional, la izquierda ha desatado una batalla sin cuartel contra
Isabel Díaz Ayuso, cuando las medidas anunciadas este viernes parecen bastante razonables. Básicamente, porque consisten en
extremar el control sobre las zonas de la capital donde más contagios por cada 100.000 habitantes existen.
Eso, evidentemente, perjudica a los barrios donde hay un mayor hacinamiento, existen peores viviendas y sus habitantes, al no poder teletrabajar, se ven obligados a viajar cada día en transporte público. Es falso que el
coronavirus afecte a todos por igual, pues, como ocurre con otros patógenos,
tiende a extenderse con una mayor facilidad en los lugares donde no se pueden garantizar ni la distancia de seguridad ni las medidas higiénicas suficientes. Como en las colmenas humanas, que abundan en algunos distritos de la capital.
Sobra decir que la verdad no es un requisito indispensable para los musos de la izquierda mediática que este viernes la emprendieron contra Díaz Ayuso, que, por cierto, como en el caso de Antonio Maestre, son los mismos que criticaron a los (patéticos) negacionistas pocos meses después de ejercer ese papel; y los que llamaban a ser obedientes durante el primer confinamiento y a seguir a pies juntillas el plan del Gobierno. Qué duda cabe que si la crisis hubiese arreciado con el PSOE y con Podemos fuera de Moncloa, las calles hubieran ardido entre llamamientos a la rebelión.
Criticaba Bloomberg hace unas semanas que Pedro Sánchez se tomara vacaciones mientras, en agosto, se multiplicaban los contagios en España. La izquierda tontaina calló. Ni se enteró de la noticia
Porque los partidos de izquierda patrios y las organizaciones sociales que los secundan pecan de una curiosa ciclotimia que les hace comportarse con un desmedido histrionismo ante las decisiones de la derecha; y a adoptar una actitud totalmente pasiva con las más impresentables actuaciones de 'los suyos'.
El buzo Simón
Hace unos días, trascendían las
imágenes de Fernando Simón en un barco, con unas gafas de buceador cubriendo su rostro. El gran héroe de la intelectualidad pro Gobierno había aprovechado los últimos días de buen tiempo para rodar un programa de televisión junto al aventurero Jesús Calleja, con quién, por cierto, uno puede enfrentarse a tormentas y fuertes vientos con total tranquilidad, pues es un gran especialista en buscar refugios. Como el del Ejecutivo. O como el de la Junta de Castilla y León. O como el de Ana Botín.
Criticaba Bloomberg hace unas semanas que Pedro Sánchez se tomara vacaciones mientras, en agosto, se multiplicaban los contagios en España. La izquierda tontaina calló. Ni se enteró de la noticia.
Ahora, hace lo mismo con Simón, quien se fue a protagonizar su particular versión de '20.000 leguas de viaje submarino' mientras las UCIs se llenaban y la crisis se recrudecía. "No hay que hacer demagogia con estas cosas", dijo alguna tertuliana bien pagada y mejor considerada en Ferraz. Y uno se pregunta si todo esto es una broma pesada. Básicamente, porque hace un lustro Antonio García Ferreras exigía dimisiones por la mala gestión del ébola mientras los animalistas dedicaban liturgias a un perro sacrificado, indignados con el Gobierno de Rajoy.
Muertes en residencias
No será este articulista quien defienda la actuación de Díaz Ayuso desde marzo, pues en los geriátricos de la comunidad autónoma se han registrado miles de muertes. Una parte de ellas, por no haber aceptado el ingreso de los ancianos en los hospitales, en la más cruel decisión tomada durante la pandemia. Por otra parte, es evidente que el PP madrileño también ha buscado el choque de trenes durante la pandemia para tratar de debilitar al Ejecutivo, lo que deja en evidencia que sus cálculos partidistas han primado en muchos momentos por encima de los reclamos de los ciudadanos. Además, acciones demagógicas como la patética clausura del hospital de IFEMA dejan claro que el nivel de quieres gestionan 'la cosa' no es para tirar cohetes.
Causa cierta desazón observar cómo la actividad política se ha transformado en una nada escrupulosa caza al rival, en la que el interés general ha quedado supeditado a las cuitas de mediocres mandarines
Ahora bien, las críticas que ha recibido la comunidad autónoma en las últimas horas tras las medidas anunciadas son repugnantes, pues surgen de la manipulación de la realidad y han sido pronunciadas por los mismos que han querido levantar altares a Pedro Sánchez y a Fernando Simón por una actuación tan magnífica que ha dejado a España al borde del colapso sanitario y económico.
Lo peor es que sus terminales mediáticas, ante la evidencia de que España es actualmente un caos, tratan de culparle a usted, que no sabe usar la mascarilla y que se ha relajado en sus medidas de prevención. Es patético.