La primera mujer y de raza negra en conquistar la Casa Blanca. Esto es lo que aspiraba a ser la aún vicepresidenta y mano derecha de Joe Biden, Kamala Harris. La ahora líder demócrata llegaba por sopresa y de forma absolutamente improvisada para tratar de mantener el mando de la Administración de Estados Unidos. Llegó a la carrera sin demasiado optimismo, con bajos índices de popularidad y con un mandato ignorado, sin haber destacado. La suerte se puso de su parte y logró, a solo cinco meses de las elecciones presidenciales, lo que nadie se esperaba, pero no ha sido suficiente y, finalmente, ha sido derrotada, sin posibilidad de maniobra, por el republicano Donald Trump.
Harris no era un rostro nuevo. En 2010, la vicepresidenta, nacida en 1964 en Oakland (California) e hija de padre jamaicano y madre india, fue elegida fiscal general de California, donde supervisó al departamento de justicia estatal más grande del país. Siete años más tarde, en 2017 juró su cargo en el Senado de Estados Unidos, donde impulsó leyes para luchar contra el hambre, ofrecer reducción de alquileres, mejorar la atención médica materna, ampliar el acceso a capital para las pequeñas empresas, revitalizar las infraestructuras de Estados Unidos y combatir la crisis climática. Además, es una defensora férrea del derecho al aborto.
Hace cuatro años, el 20 de enero de 2021, Harris prestó juramento como vicepresidenta de Biden. Era la primera mujer, la primera estadounidense de raza negra y la primera estadounidense surasiática elegida para el cargo.
Dejando a un lado su trayectoria profesional, Harris llegaba a la carrera presidencial obligada por las circunstacias. Era jueves 22 de agosto, una fecha clave que marcaría el futuro más inmediato del país y, en concreto, del Partido Demócrata. Tras el debate electoral que enfrentó a Biden y a Trump a finales de junio, el partido había entrado en una inasumible crisis. Los continuos errores y lapsus del aún presidente no hacían más que entorpecer el camino de vuelta a la Casa Blanca.
Así, las voces internas del partido pedían auxilio y una retirada a tiempo de un líder que había dejado de serlo, que había encumbrado a Trump en las encuestas y que había sembrado el pánico en las filas demócratas, perdiendo toda la confianza. Biden se mantuvo en su sillón y no fue hasta que Trump sufrió el intento de asesinato cuando vio que no había marcha atrás: debía retirarse y nombrar a alguien a contrarreloj para intentar subsanar la situación.
La 'frabricación' improvisada de una líder
El nombre estaba prácticamente claro, su 'número dos' asumiría la responsabilidad de sacar a flote el partido. La suerte estaba echada. Harris se presentó como un rostro en el que no todos creían pero que, en cuestión de semanas, logró dar la vuelta al tablero político, a las encuestas y ganó la batalla dialéctica contra Trump televisada en la CNN.
A partir de ese momento, la avalancha de rostros -entre ellos los Obama o Nancy Pelosi, sin enumerar la ingente cantidad de artistas- que arrimaban el hombro a la vicepresidenta fue incesante, logrando pronto los apoyos necesarios para presentarse como candidata y consiguiendo récords de recaudación, hasta 81 millones de dólares en 24 horas.
Pero la duda residía en cómo consiguió el partido de Biden resarcirse de tal manera y lograr 'fabricar' a una candidata tan rápido y que estuviese logrando una euforia del todo inesperada -también entre los miembros de su propio partido-. Una candidata que contaba con puntos positivos y debilidades que hacían que el escenario pareciese incierto.
Sin embargo, la candidata no ha podido con el ya conocido trumpismo. La durísima estrategia y campaña del republicano logró igualar los sondeos y ambos se presentaban a la contienda como la más ajustada de la historia. Las encuestas en los estados clave o 'bisagra' estaban empatados y eso podía favorecer al magnate.
Finalmente, así ha sido, y el líder republicano ha conseguido -por el momento- 277 votos electorales, es decir, se sitúa por encima de los 270 necesarios para proclamarse ganador. Asimismo, aún queda algún escrutinio en alguno de los 'swing states', que ya le dan como vencedor fuera del margen de error.
Harris, por su parte, se situaría ahora en los 224, lejos de los necesarios para instalarse en Washington.
Un desenlace inesperado
El desenlace de la cita electoral del 5 de noviembre se ha saldado con un líder más potente y férreo que nunca frente a una vicepresidenta que, todo apunta, dejará la carrera el próximo 20 de enero, cuando tome posesión Trump en el Capitolio. Harris está del todo debilitada y ha sufrido un revés que ha provocado que ni siquiera se haya dirigido públicamente a sus seguidores.
Quizá haya sido por su ambigüedad, por su falta de concreción en asuntos clave como la guerra en Gaza o, simplemente, por el hastío de los votantes, agotados por la situación, la economía y la crispación y polarización y que consideran que, durante los cuatro años en los que ha estado en Washington, no se ha solucionado nada. Sí podía haber asumido un papel más progresista que a los que los líderes tienen acostumbrados, un rol más determinante en asuntos controvertidos que permitieran a EEUU innovar. Pero no pasó.
No hay un análisis claro, tampoco un motivo concreto conocido, lo único cristalino es que, por unas razones o por otras, Kamala Harris es la líder que pudo ser y nunca será.