Hace cuatro veranos, cuando nació el culebrón del Brexit, el mundo comenzó a derrumbarse. A finales de este año, el Reino Unido se divorciará (finalmente) de Europa, y Donald Trump buscará la reelección. Parece que ahora, justo cuando el mundo ha exhibido toda su fragilidad, es un buen momento para ver que el populismo y la demagogia sólo nos han llevado a eso: a la ruptura, al fracaso.
Después de repasar distintos diarios nacionales e internacionales, durante esta insípida –y a la vez indigerible– temporada estival de 2020, me ha venido a la mente el puntiagudo paralelismo que le leí a Francisco Rossell el último domingo de abril de 2019 (la fecha de las primeras elecciones generales del año pasado) en el que ponía a la par a Sánchez con William Botibol –el protagonista de la ficción Apuestas, de Roal Dahl–. Aquella comparación que hacía director del diario El Mundo se basaba en la esencia de los 'relatos inesperados' del escritor galés, es decir, en los que “la estupidez humana de quienes, cegados de ambición, adoptan decisiones precipitadas que se vuelven en su contra como un búmeran y que, al tratar de revertirlas de forma atolondrada, las agravan acrecentando los estropicios”.
Estas palabras le quedaban entonces como traje a la medida al Pedro Sánchez del año pasado –el que estaba dispuesto a lo que fuese con tal de llegar a la Moncloa–, pero lo cierto es que si algo nos ha enseñado este apocalíptico 2020 es que la obstinación no tiene exclusividad, y que los populismos, como muchos así lo temíamos desde 2016, iban a tirar por la borda gran parte del proyecto integrador que nació con la Unión Europea.
La carrera del populismo
Dicen que el tiempo vuela y es cierto, parece que fue ayer cuando el altanero de Niegel Farage festejaba, orondo y con desdén, la culminación de la fisura británica en Europa. Pero no, ya han pasado cuatro años desde aquel inutilísimo referendo que convocó David Cameron. Sí, casi un lustro desde que la cúpula de UKIP le gritó a la bravuconería universal que ya era el momento de tomar las riendas del mundo; como si sus berridos hubiesen sido el pistoletazo de salida en la carrera del populismo hacia el poder mundial. Y así fue. No tardaron en llegar Trump, Bolsonaro, López Obrador, entre otros, además de la reaparición de Cristina Fernández de Kirchner tras el fracaso de Mauricio Macri, etcétera.
Hoy leemos que Rusia pudo haber metido mano en el Brexit. Y sabemos que este no saldrá gratis, pues el divorcio de los súbditos de la Reina Isabel II con la Unión Europea tendrá (para ellos, sobre todo) un coste millonario en términos comerciales. Por otra parte, vemos que Estados Unidos, Reino Unido y Brasil son los países con más casos de covid-19. ¿Coincidencia? Por supuesto que no. Hoy también leemos titulares como el de The New York Times que zanja: “Trump desestima la crisis del coronavirus y los republicanos empiezan a romper filas”. Y en otros rincones, donde la demagogia también se ha institucionalizado, se lee: “Argentina se asoma (de nuevo) al abismo…”. Y sabemos que los argentinos viven una pandemia ‘a dos velocidades’. Sobre México, sabemos que cada catorce segundos una persona se contagia y que cada dos minutos otro muere a causa del coronavirus –no olvidemos que cuando en la Europa confinada comenzaba la pesadilla, López Obrador abrazaba a sus seguidores y aseguraba que su país tenía todo bajo control–. Así es, no es difícil concluir que populismo y la ruptura del mundo son, sencillamente, causa-efecto.
Carrera a la Casa Blanca
“Make America great again” (Hagamos a América grande de nuevo) fue el grito de guerra de Trump en 2016 y con el que convenció a sus compatriotas –más patrioteros–, así como a todo desencantado por la situación de su país tras los años de deterioro económico que habían dejado la invasión a Irak y la crisis financiera de 2008 (recordemos que la primera se decidió, y la segunda se gestó y estalló, bajo los mandatos de George W. Bush). Sin embargo, parece que mr. President no ha cumplido su promesa, pues es justo en catástrofes globales como la que vivimos ahora en las que se demuestra el tamaño de un líder. También se dice por ahí que cae más pronto un hablador que un cojo.
A menos de cuatro meses de las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos, The New York Times publicó una pieza imprescindible en la que cuenta el creciente y silencioso descontento que existe dentro del Partido Republicano estadounidense. ¿El punto principal? La gestión de la crisis sanitaria y económica actual. Al parecer, legisladores republicanos como Mitch McConnell (senador por Kentucky) le han dado la espalda a Trump. “El presidente se aburrió de ella” revela también el rotativo neoyorkino, sobre David Carney, un asesor del gobernador de Texas, Greg Abbot. Y no son los únicos.
Un giro ante la pandemia
Puestas las cosas así, no será raro ver a Trump contra las cuerdas no mucho antes de las elecciones en noviembre. Él ha insistido en la reactivación de la economía, en la vuelta a la 'normalidad', así como en argumentos ridículos –como el que el número de casos se ha disparado debido al número de pruebas que se han hecho–, en vez de una seria gestión de la pandemia que azota sin piedad a su país. Mientras, el descontento en las filas republicanas crece en estados clave durante una elección como lo son Texas y Georgia. Por lo pronto, se cancelado la convención republicana: ya es un giro importante en su postura frente a la pandemia.
¿Será que el virus que le cambió la sonrisa al mundo por un cubrebocas será quien le ponga fin a la era populista que comenzó con el Brexit? Aún es pronto para hacer predicciones, pero lo cierto es que esta nueva crisis global ha dejado al descubierto mucho del discurso demagógico mundial que creció sin medida desde hace cuatro años.
En fin, habrá que esperar a noviembre.