Viernes 29 de mayo de 2020, día número 76 del estado de alarma y último fin de semana de mes, justo la fecha en que comienza la Feria del Libro de Madrid en el Paseo de Coches del Parque del Retiro. Esta noche habría sido la fiesta de presentación del Alfaguara de Novela en los jardines de Cecilio Rodríguez, un evento que marca el inicio de la fiesta editorial madrileña. Los pavos reales y los escritores presumirían de plumas, cada uno a su manera, entre cócteles y bandejas cargadas de aperitivos.
Pero este año no habrá nada de eso. Al menos no ahora. El estallido de la crisis sanitaria provocada por el coronavirus obligó a sus responsables a aplazar la Feria del Libro de Madrid hasta otoño. El comité organizador integrado por libreros y editores ha estimado pertinente mover la celebración de la edición correspondiente a 2020 a las fechas del 2 al 18 de octubre. Hasta ese entonces, andará huérfano el parque de lectores. También es verdad que, con más de 30.000 personas muertas, hay poco qué celebrar.
Cerca de 2,2 millones de visitantes acuden a esta feria, cuya duración se extiende durante tres semanas. La Feria del Libro de Madrid, como Sant Jordi, es un momento fundamental para autores, editores y libreros, que se juegan sus cifras anuales en esas ventas. A la Feria se va a comprar libros, a saludar a los amigos, a hacer tiempo hasta que cierren las casetas para irse de cervezas después o aprovechar la pausa de tres a seis para espantar el calor en un picnic canalla como los que organiza Desiree Rubio.
Cada día y momento de la feria es distinto y especial. Ver a las editoras y jefas de prensa atareadas de un lado a otro junto a sus autores, que enfrentan largas jornadas de firmas. A veces nadie los busca, pero otros pueden estar firmando incluso aunque hayan cerrado la feria. Hasta el fenómeno Miguel Ángel Revilla me hace falta. Me gusta pasear de caseta en caseta preguntándole a Javier Jiménez, de Fórcola, cómo le va; a Paca, de Periférica, cuánto han vendido; a Luis Solano, cuál es el mejor de sus libros o intentando, por alguna vez, no meter la pata con los buenos amigos de Libros del K.O.
Me gusta saludar a Los Tipos Infames y visitar la caseta de la editorial Alba, donde me he dejado cantidades apreciables de un dinero que muchas veces no tuve. Pasar a dar la brasa a los editores de Demipage, cotillear las novedades de Anagrama. Olisquear qué se cuece ahí y allá y luego, una vez acabada la ronda, sentarse a leer en las terrazas dispersas bajo el sol intenso de mayo. Aunque nadie en su sano juicio desearía que lloviese, yo encuentro encanto en esas tormentas que descargan con fuerza y amainan de golpe.
A la Feria se va a comprar libros, a saludar a los amigos, a hacer tiempo hasta que cierren las casetas para irse de cervezas después
Recuerdo la primera Feria del Libro de Madrid a la que asistí. Fue en mayo del año 2006. Mario Vargas Llosa acababa de publicar Las travesuras de la niña mala. Desde entonces no he dejado de acudir a una sola edición de la feria. Ya no llevo conmigo aquella cartita redicha y cursi que no pude darle al Nobel. Sin embargo, no depongo mis intentos para conseguir una entrevista con él. La he pedido doce veces. No pierdo la esperanza: puede que la consiga en el vigésimo intento.
La Feria es el lugar al que acuden quienes compran dos libros al año, y está bien. Pero también ese sitio de reunión que mezcla el paseo, el helado y las filas de personas que ansían que Almudena Grandes le firme sus libros o incluso ese momento en el que un grande como lo fue Rafael Chirbes miraba sin convicción la contratapa de una novela mientras la gente pasaba frente a la caseta sin girarse.
Cerca de 2,2 millones de visitantes acuden. La Feria del Libro de Madrid, como Sant Jordi, es un momento fundamental...
Tengo manías y pulsiones: ver cuál autor firma más que el otro, establecer escalafones y comprobar que, pese a lo que se podría pensar, hay más personas esperando para una firma de Arturo Pérez-Reverte que de Blue Jeans. Ambos son necesarios, pero es ese secreto triunfo de la literatura sobre el mero entretenimiento. No hay uno solo de mis amigos a los que les guste ir conmigo a la Feria, dicen que los dejo solos, que no les hago caso, que se me va la tarde hablando con este o aquel. Y tienen razón.
Más de 200 editoriales, 100 librerías y casi 400 casetas se despliegan a lo largo de más de mil trescientos metros cuadrados. La librería efímera más grande del mundo, aseguran muchos. Por ella pasan mas de mil autores y más de dos millones de lectores y participantes en sus más de 400 actividades. Es imposible sustraerse a esa romería que justo por tumultuosa enamora. Incluso extraño hasta lo que me disgustaba. Pero eso he venido a entenderlo justo ahora. En época de Feria no hace falta ni siquiera quedar. Porque, pase lo que pase, nos vemos en El Retiro.