Opinión

No tenemos arreglo

Si recriminamos a los gobernantes su pésima gestión en esta pandemia, es de justicia decir que nosotros también somos un desastre

  • Padres e hijos pasean por Madrid este domingo.

Podemos argumentar que la gente tiene muchas ganas de salir, que 40 días confinado exasperan al más pintado, que los críos precisan correr y disfrutar de la calle, que si hace buen tiempo, que existe la pulsión por recobrar la normalidad. Pero la verdad es que ha sido abrir un poco la mano y el personal ha salido de estampida como los toros en San Fermín, atropellándose unos a otros y olvidando que aquí aún hay gente que muere por el virus, que está internada, que mañana incrementará la lista de los contaminados y que por culpa de su irresponsable actitud puede que el esfuerzo de todos se vaya a hacer puñetas.

Somos una sociedad poco o nada acostumbrada a los finales infelices y tendemos a pensar que las cosas malas le suceden a los demás, pero nunca a nosotros. Somos maestros en poner cara de asombro cósmico cuando nos despiden, cuando el médico nos dice que estamos enfermos, cuando nuestra pareja se lía con nuestro mejor amigo o amiga o con ambos. Todo nos cae habitualmente del cielo, como si nuestra vida no fuera un pésimo guión que acaba indefectiblemente con la muerte del protagonista. Por eso, este domingo la gente se ha lanzado a la calle como si no hubiera un mañana, con la excusa de los chiquillos, para transgredir todo lo que han podido. Es la rémora de aquel asunto de la manzana y el árbol del bien y del mal. Agárrame el cubata, Eva, que se va a enterar la serpiente.

Sin mascarillas, sin guantes y sin guardar la distancia, he ahí la imagen lamentable e irresponsable que muchos han dado al pasear de manera estúpida, con ese punto de chulería al que somos un tanto dados los españoles. Es ese “a mí que coño me dicen”, ese sentirse por encima de sabios y científicos, esa facundia que nos hace creernos inmunes a cualquier consejo porque nosotros somos la hostia y qué sabrán los demás. A mí, que tantas veces mojo mi pluma en la indignación del administrado ante sus administradores, hoy se me ha caído la cara de vergüenza al ver a mis compatriotas saltarse a la torera todas las recomendaciones sanitarias.

Somos un pueblo con infinitas leyes, a menudo alambicadas y nebulosas, que las hace para luego poder conculcarlas con desparpajo siempre que le da la gana

Si he de serles sincero, tampoco me ha sorprendido. Opino que de esta, a pesar de los eslóganes bienintencionados, nadie saldrá ni más sabio ni más prudente. Somos un pueblo con infinitas leyes, a menudo alambicadas y nebulosas, que las hace para luego poder conculcarlas con desparpajo siempre que le da la gana. Es el síndrome tan español del “esto no va conmigo”. No existe ni sentimiento de comunidad ni patriotismo más allá del balconeo impuesto por la ley y la gilipollez buenrrollista machacada desde los medios. Ustedes me dirán que sí, que existe mucha gente con dos dedos de frente que ha entendido que esto no es un asunto cualquiera y que hay que tomar conciencia de que las cosas van a ser muy, pero que muy distintas en el futuro. Me permito desengañarles, porque hay lo que hay y el personal lo que piensa no es de dónde viene el virus, quién se ha forrado con las compras del material sanitario, de qué carajo van a vivir a partir de ahora o cómo nos han metido en un régimen absolutista orwelliano sin darnos cuenta. No, queridos lectores, la gente lo que quiere es que vuelva el fútbol —bien que lo sabe el Gobierno, que lo está estudiando por aquello del pan y circo—, salir a tomar el aperitivo, hacer de su capa un sayo y tomarse a conseja de vieja lo que es obligación sanitaria.

La famosa desescalada ya se comprende cómo va a ser: todos a la playa sin mascarillas, hablando en grupitos y riendo como si esto hubiera sido una amable partida de escape room y los críos jugando entre ellos solitos, que ya está bien de aguantarlos. Es humano, pero también es tremendamente idiota. Aunque, si lo pensamos bien, esa misma idiotez que se salta las normas es la misma que hace que se vote lo que se vota,  colocando en situación de gobernar a quien tiene el mismo caletre que nosotros. La imagen de un miembro del Gobierno comprando sin mascarilla tiene su equivalente en la del grupito de papás y mamás, tan majos ellos, sin protección alguna, haciéndose un piti y hablando acerca de dónde van a ir de vacaciones.

Tenemos a miles de muertos a nuestras espaldas pero esos sinsontes están ahí, tan tranquilos, sin saber que son aspirantes a estadística de fallecidos por el Covid 19 en rueda de prensa oficial. Y para eso están dando su vida tantos médicos, tantos sanitarios, tanta gente.

Poco nos pasa. No tenemos arreglo.

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