Opinión

Compartir un mate en tiempos del coronavirus

En los tiempos del 'corralito', esta bebida amarga era lo único que tomaban miles de argentinos como único alimento

  • Supermercado de Mercadona tras la avalancha de compras por el coronavirus.

Es viernes, finales de febrero. Faltan dos semanas para que los Mercadona, arrasados por el pánico al coronavirus, recuerden al ‘corralito’ o parezcan una carta de presentación del apocalipsis. Suena el móvil. Es un amigo argentino invitando a este periodista a pasar la tarde y a compartir una costumbre muy susha (muy de eshos, los rioplatenses), es decir: tomar un mate y charlar.

“¿Vos sabés cuál es el país que más compra mate en el mundo?”, pregunta mi amigo y yo respondo equivocadamente. “¡Siria, lo podés creer!”, me corrige, mientras que vierte agua en la calabaza hueca convertida en una hermosa artesanía y lo pasa a la persona que está a su lado para que también beba de ella. Ésta hará lo mismo, y yo también.

El mate, como lo cuenta Martín Caparrós en una pieza publicada en la versión en español de The New York Times, dedicado a esa infusión mística, puede ser muchas cosas, pero en esencia es algo que va de compartir. “De compartir algo que nadie más comparte”, en sus palabras. Porque claro, quien no lo tenga como un “hábito adulto, un hábito cultural” (como así lo define Andrés Calamaro) difícilmente comprenderá el gusto por beber una infusión más amarga que el café (especialmente si es al estilo uruguayo), chupando un tubito de fierro que alguien más acaba de chupar. La literatura nos sugiere que lo que se comparte es el momento, pero el empirismo nos dice que aquello compartido, además de una infusión, es la saliva.

¡Adelante, a beber mate! La amistad es un tesoro invaluable, y siempre es un buen día para aprender algo nuevo

Quien escribe estas líneas no tiene la costumbre beber mate. Tampoco el ánimo de ponerse en los labios un palito que cuatro personas acaban de ensalivar. Sin embargo, ‘a donde fueres haz lo que vieres’, y “¿además de un resfriado común, de qué pueden contagiarme unos amigos (jamás conocí a alguien con mononucleosis)?”, puede pensar cualquiera. ¡Adelante, a beber mate! La amistad es invaluable, y siempre es un buen día para aprender algo nuevo.

Comienza la charla y alguien comenta que un reportaje de la BBC News Mundo, publicado unos días antes, revelaba que Siria es el mayor comprador de sherba mate en el mundo. Para comprobar el dato, nos sumergimos en el móvil y lo corroboramos. Además, nos enteramos de que ese país le compró a Argentina 31 millones de kilos de este producto (casi el 80 por ciento de la cantidad que exportó la patria albiceleste en 2019). Sí, así como lo lee, Siria, que lleva nueve años en una de las guerras más inciviles de este siglo. Sira y su capital Damasco, con sus cuatro mil años de historia reducidos a cenizas, sangre y olvido. Siria, cuya devastación deja un sabor tan amargo como el mate (sobre todo, el de la primera vez). Pero también nos enteramos de que ellos, los sirios, a diferencia de los habitantes de la Cuenca del río Paraná, no lo comparten, allí, cada uno tiene su propio vasito (de vidrio) y cada quien bebe de su palito de fierro. De pronto, uno de los argentinos que está en la mesa suelta, “¡si lo mejor del mate es compartirlo, el mate acompaña!, ¿cómo es que los sirios lo beben tanto y no lo comparten? Eso no es beber mate”.

Los ‘europeos de América’ compartían un cuenco pequeño con una infusión (rica en hierro y en vitaminas) levemente excitante para hacerse la vida más llevadera

Durante los días más cruentos del ‘corralito’ argentino, en 2001, cuando el hambre se hizo presente en un país que presumía ser ‘el granero del mundo’, en no pocas imágenes se veía a personas en situación de pobreza extrema compartiendo un mate: lo único que les quedaba para ‘alimentarse’ durante días. Así es, aún con los supermercados saqueados, vacas desmembradas en la carretera, vuelos saturados hacia Europa, y filas interminables afuera de los consulados europeos, la gente lo compartía. Los ‘europeos de América’ compartían un cuenco pequeño con una infusión (rica en hierro y en vitaminas) que excita para hacerse la vida menos difícil. En las cárceles de allí lo endulzan con azúcar, es como una comida (claro, la vida así ya debe ser demasiado amarga como para encima beber algo de igual sabor). ¿Y ahora, la pandemia matará la tradición?

Ahora ya es marzo, el coronavirus copa todas portadas de la prensa nacional y ayer en el Mercadona había apenas una bandeja de sesos y una de morro (vamos, lo que nadie quiso). No quedaba queso ni pizzas (algo predecible). Faltaba leche y faltaba fruta. Faltaba verdura y muchas cosas. Pero lo que resultaba inverosímil es que (durante tres días consecutivos) lo que faltaba era mate. ¡La estantería donde se exhibe la única marca que tiene ese supermercado de yerba mate estaba vacía! ¡Faltaba mate en Mercadona, posiblemente lo único que no se repone durante semanas o meses. ¡Ni los argentinos del barrio lo compran, pues se quejan de su precio (claro, al ser algo exótico es más caro) y de lo popular de esa marca! ¿Quién, contagiado por la desesperación y el pánico a este resfriado hooligan, gastó ese extra en mate (algo que seguramente no tenga ni idea de lo que es y de cómo se prepara)? ¿Quién se llevó, víctima de la paranoia y del egoísmo apocalíptico, esa plantita triturada para hacer una infusión que para los argentinos, paraguayos, uruguayos y brasileños del sur es la muestra mayúscula del arte de compartir?

Es verdad que el coronavirus es un riesgo sanitario para la población mundial. Y no merece una atención menor en Europa, donde la población envejece a pasos agigantados. Pero, parece que el miedo y la ignorancia se diseminan aún más rápido, y tal vez sean más letales, que la gripe de actualidad. Incluso Juan Roig (claro beneficiario de esta paranoia) ha invitado a la calma. Tela.

Parece que informarse bien (más allá de mirar memes todo el día en Whatsapp) es igual de importante que lavarse las manos (y, por favor, de no escupir en la calle).

Por último y al respecto de compartir saliva, ¿y con la sidra asturiana?, ¿tendremos que beberla cada uno en un vaso y no tirar el restante al suelo? ¡Cómo cambian los tiempos!

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