A veces hay que hacer un esfuerzo, y no pequeño, para no tomarse a guasa ciertas cosas que casi se diría que por su propia naturaleza lo piden. Esta es una de esas veces. Pero la experiencia nos ha enseñado cuán peligroso es despreciar (o no hacer aprecio) de algunos fenómenos que, con el tiempo, acaban por infectarse o, como dirían en mi tierra de León, por implarse, por entelarse (mírenlo en el diccionario, por favor: es muy bonito) y al final se arma la de Cristo bendito.
Puede que sea suspicacia, aunque a mí me parece que no; pero no creo que sea casualidad el que, en plena crisis del independentismo catalán, trufada con las angosturas que se han pasado para formar en España un Gobierno que tienen que apoyar o al menos permitir esos mismos independentistas catalanes, al alcalde de la ciudad en que nací, que se llama José Díez, se le haya ocurrido proponer al pleno municipal una moción en la que se pide que la “región leonesa” (las provincias de León, Zamora y Salamanca, según el texto) se separe de la comunidad autónoma de Castilla y León, a la que pertenece desde sus primeros balbuceos, en 1978.
La idea de los 'leonesistas'
Bien, lo cierto es que esto no se le ha ocurrido a él. La idea partió de un partido político minoritario llamado UPL (Unión del Pueblo Leonés), cuyo origen está en los años 80 y cuya ideología es, por seguir su propia terminología, “leonesista”. Ahora hablaremos de esto, pero el alcalde Díez, del PSOE, necesita los votos de los tres concejales “leonesistas” (además del único de Podemos) para gobernar. En legislaturas anteriores esos votos los necesitaron otros, de derechas o de izquierdas. Así pues, como reconocen mis paisanos que se dicen “leonesistas”, la idea de esa curiosa moción municipal, que salió adelante por un solo voto, no fue de la izquierda sino de la UPL. Como ocurre con frecuencia en estos casos, el PP y Ciudadanos se opusieron. Nada nuevo.
Lo que sí es nuevo, y lo que a mí me ha hecho sudar frío, es el manifiesto, bellamente escrito, que han firmado “más de 200 intelectuales leoneses” en apoyo de la autonomía para la “región leonesa”. Vaya por delante que el día en que en León, o en casi cualquier otro sitio, haya más de 200 intelectuales, habremos llegado a la Arcadia feliz y al paraíso perdido de Milton, pero entre los firmantes se hallan nombres incuestionables a los que admiro y respeto desde hace décadas: Antonio Gamoneda, Julio Llamazares, José María Merino, Juan Pedro Aparicio, Juan Carlos Uriarte, Juan Carlos Mestre y algunos más. Estos no obedecen a nadie ni les paga nadie. Estos no son –válgame Dios– de la UPL. La sola presencia de esos nombres hace necesario darle una “pensada” más a este asunto.
El manifiesto dice que la vinculación de la “región leonesa” (“la más histórica de las históricas”, según el texto) a la comunidad castellano-leonesa es la causa de su declive económico y social
El manifiesto no aduce razones sentimentales, que es lo habitual. Dice que la vinculación de la “región leonesa” (“la más histórica de las históricas”, según el texto) a la comunidad castellano-leonesa es la causa de su declive económico y social, con datos alarmantes sobre demografía envejecida, emigración de jóvenes, abandono de pueblos, parálisis de sectores económicos en otro tiempo muy boyantes y otros asuntos igualmente alarmantes. Y también ciertos.
Se me ocurre a mí: ¿Tiene la culpa de eso, toda la culpa, la comunidad de Castilla y León? Si así fuese, deberían pedir su separación de ella también Segovia, Palencia y Ávila, desde luego Soria y hasta Burgos. Les pasa más o menos lo mismo. En medio de un progreso general, como dice el manifiesto que se vive en España, todas esas provincias padecen despoblación, envejecimiento demográfico, declive de industrias que en el pasado florecieron y abandono de pueblos. Por lo mismo, Teruel debería abjurar de Aragón, Cuenca y Ciudad Real deberían huir de Castilla-La Mancha, Orense y Lugo deberían separarse de Galicia y la comunidad de Extremadura tendría que inmolarse entera en una pira funeraria.
Son solo algunos ejemplos. Es circunstancia inevitable que, con el paso de los años, las cosas cambien, unas a mejor y otras a peor. Y cuando cambian a peor, hay que mirar por qué y por culpa de quiénes. Y esto es complicado, porque rarísima vez admite el quejoso que quien se ha equivocado es él. Es más fácil elegir los datos que se manejan y echarle la culpa al empedrado. En este caso, a la comunidad de Castilla y León.
Ni Cristo bendito ha hablado jamás ese pachuezo artificial que, sin embargo, llegó a ser “oficial” en el Ayuntamiento de León en alguna época en la que los concejales de la UPL se lo impusieron al alcalde
El “leonesismo” militante contemporáneo nació hace alrededor de 40 años, cuando se estaba gestando el actual Estado de las Autonomías. Los caciques de León (que son las mismas familias desde hace alrededor de un siglo) se reunieron a echar cuentas. Concluyeron que les iba a salir mejor la cosa, en términos de poder y de dinero, si la provincia de León iba sola y no en compañía de las otras ocho. Y se pusieron al trabajo de crear (y pagar) un “nacionalismo” leonés que no había existido nunca.
Todo nacionalismo necesita algunas cosas: una bandera, un idioma, un territorio irredento que liberar y un enemigo. Bandera ya había. El idioma se lo inventaron; o, por mejor decir, se inventaron varios, todos artificiales, y así resulta que yo, que nací leonés, fui posteriormente transmutado en “lleunés” y más tarde en “llïonés”, con esa diéresis tan elegante. Ni Cristo bendito ha hablado jamás ese pachuezo artificial que, sin embargo, llegó a ser “oficial” en el Ayuntamiento de León en alguna época en la que los concejales de la UPL se lo impusieron al alcalde de turno a cambio de sus votos. Hubo niños que llegaron a estudiarlo en las escuelas públicas. Por poco tiempo, afortunadamente para ellos.
El enemigo fue, de la noche a la mañana, Valladolid, tierra con la que los leoneses no habíamos tenido mayores roces ni inconvenientes desde los tiempos de Alfonso VI. Se enguarraron minuciosamente los indicadores de tráfico para borrar castillos y dejar leones. Se acuñó el término “fachadolid” y otros parecidos. Se creó, incluso, un “grupo terrorista” que se llamó Terra Lleunesa y que parecía sacado de un tebeo de Mortadelo y Filemón o, mejor dicho, de Pepe Gotera y Otilio, porque más torpes y ridículos no podían ser aquellos chavales que no sabían quemar una furgoneta y que llegaron a dar declaraciones a la prensa” embozados con cómicas capuchas. Francisco Martínez Carrión, que era el director del Diario de León entonces, no me dejará mentir.
Victimismo y orgullo herido
Y, esto sobre todo, se alimentó un sentimiento de irredención, de victimismo, de despecho y de orgullo herido. He dicho un sentimiento. Lo repito. Eso y nada más es, en el fondo, todo nacionalismo. Los “leonesistas” no dejan de hablar, con voz emocionada, de historia y del “antiguo reino” medieval de los Ordoños y los Bermudos. Podrían reivindicar, por qué no, a los suevos, a los visigodos o quizá a los neandertales. Podrían también, mediante moción municipal del Ayuntamiento, declararle la guerra a Italia para que el Gobierno italiano devuelva las toneladas de oro que los romanos sacaron, durante siglos, de Las Médulas. Podrían manipular la historia –de hecho, lo hacen– como algunos catalanes para alimentar todavía más ese sentimiento de irredención y de patria oppressa. Porque eso sí es fácil: el rencor y la inquina, que son sentimientos primarios, prenden en el alma humana con mucha más facilidad que la armonía, la voluntad de concordia y las ganas de trabajar para vencer las dificultades.
Insisto: es un sentimiento. El corazón tiene razones que la razón no alcanza, como decía Pascal. No sé cómo, pero en mi opinión habría que parar este desatino “patriótico” (o patiótico, que habría dicho Cortázar) que se inventó hace 40 años para favorecer no a los leoneses, sino a unos cuantos. Estamos a tiempo. Otros ya no lo están. Y no, no es cosa de guasa.