Se precisa emplear urgentemente el gerundio, que se adapta perfectamente a la grave crisis institucional y social que nos afecta. Porque, miren, la justicia ya dirá si la hermana de Puigdemont tiene o no responsabilidades en la trama, si Torra se valió de los detenidos para hacer llegar información sensible al de Waterloo o si estaba de acuerdo con ellos para abrirles las puertas del Parlamento catalán y que lo ocupasen, si los encarcelados estaban dispuestos a que sus explosivos se cobrasen víctimas humanas o solo querían “asustar”, da lo mismo, al igual que es indiferente si la propuesta formulada por la ANC de colapsar el país durante tres días se llevará a cabo con éxito o no pasará de algunos cortes en carreteras. Lo sustancial es que existían materiales para elabora explosivos de gran potencia, que los detenidos no son muchachitos imberbes, sino gente bragada y que en sede parlamentaria los separatistas han insistido en que lo “volverían a hacer”. Aquel 155 vergonzante no sirvió para nada, al contrario, les permitió reorganizarse mejor. Esa es la dura realidad.
Son las terribles derivadas del problema que ha existido desde siempre con el separatismo, y que no es otro que el consentimiento estúpido por parte del Estado, de los partidos, de los sucesivos gobiernos de la nación. Es ese rasgo exasperante que existe secularmente en los mentideros políticos de la capital de España, tendientes a contemporizar con el enemigo, a perder el tiempo en especulaciones de salón o la táctica rajoyista de esperar que escampe porque, como dijo el poeta, “lejos de mí cuidados enojosos”.
Ciudadanos y PP han decidido presentar una moción de censura contra Torra. Es una buena noticia que, sin embargo, llega tarde, porque eso debió hacerlo Arrimadas al poco de ganar las elecciones autonómicas
Esa inacción a la hora de conjugar los tiempos verbales nos ha conducido fatalmente hasta los explosivos, los planes secretos, las tramas urdidas por el CESICAT - el CNI de la Generalitat - , las subvenciones a grupos separatistas, en fin, a que debajo de las narices del gobierno de España se haya reforzado notablemente toda una red de conspiradores golpistas sin mayor problema que evitar los restaurantes muy conocidos o los de menú de diez euros, que estos tienen el morro fino a la hora de comer y, total, como la cuenta la pagamos los contribuyentes les da igual.
Ahora de lo que se trata, si no queremos que la cosa pase a mayores, es de recuperar la normalidad, el imperio de la ley, el buen gobierno y la paz social. Son cosas que uno no puede restablecer solo con imperativos, porque para el separatismo radical no existe otro que el suyo, el de su objetivo final. Se impone, pues, el gerundio, que es infinitamente más práctico. Decir “¡abandonen!” a un Govern que está totalmente fuera de toda ley y de toda lógica, por no añadir que también lo está de la más elemental noción de convivencia, no basta. Porque no van a abandonar las ideas y el odio que los sustentan. En cambio, si decir “disolviendo, que es gerundio”, tocando las teclas que nuestra constitución tiene previstas para tales locuras, tiene un efecto inmediato y mucho más terapéutico. No hay que decir, hay que hacer, no hay que proponer, hay que actuar, no hay que contemporizar, hay que aplicar la ley. Que Sánchez no haya hecho nada todavía es señal de una de estas dos cosas: o quiere que la situación se pudra todavía más para aplicar el 155 en plena campaña y ganar votos, o todavía sigue preso de la lógica Icetista. En las dos hipótesis existe un rasgo común, y es que ningún presidente del gobierno con un mínimo sentido del estado estaría, en estos instantes, mano sobre mano disertando acerca del sexo de los ángeles y sin activar los mecanismos de suspensión de la autonomía.
De momento, Ciudadanos y PP han decidido presentar una moción de censura contra Torra en el Parlament. Es una buena noticia que, sin embargo, llega tarde, porque eso debió hacerlo Arrimadas al poco de ganar las elecciones autonómicas; también llega tarde porque ya ni siquiera es políticamente útil. No cuando la violencia ya ha hecho aparición en el escenario catalán. Ante quienes auspician el uso de explosivos hay otra cosa más eficaz: la ley de seguridad nacional. ¿A qué espera, señor Sánchez? ¿A que haya un muerto?