Opinión

El tortuoso retorno al bipartidismo

El fallido acuerdo de la investidura no es el ‘fracaso de la izquierda’, como se ha escrito con los consabidos gestos literarios de dolor, sino el resultado del despertar de un mal sueño

  • Pedro Sánchez y Pablo Casado, en su primera reunión en Moncloa

Vuelvo a la inspiración analítica de mi sugerente Baruch Espinoza: nuestro sistema político-constitucional tiende al bipartidismo imperfecto, aunque los actores políticos -partidos y dirigentes- pueden alterarlo, como viene sucediendo desde la irrupción de los “nuevos partidos”.

El resultado que refleja la investidura fallida, nos aboca a unas nuevas elecciones. Es irritante y frustrante, pero no toda la responsabilidad es de los dirigentes partidarios. Los electores, la tienen también. Estos días compruebo que hay muchos que me dicen que yo tenía razón cuando les auguraba que votar a los entonces novísimos partidos de izquierda y de centroderecha sería lo mismo -o aún peor- que a los viejos partidos, pues incluso los nuevos iban más allá en su  escaso aprecio por el debate interno y por las decisiones colegiadas.

Los nuevos partidos, los de Pablo Iglesias y Albert Rivera, practican las peores argucias de la partidocracia, con una especie de monarquismo (“un sólo poder”, según el republicano Cicerón) a la hora de hacer con los votos de los electores y la voluntad de los afiliados un mero pretexto para obtener el poder.

Iglesias y Rivera persiguen sustituir a los partidos tradicionales, PSOE y PP, en lugar de querer aumentar la pluralidad ideológica de nuestro sistema de partidos

Nuestro sistema político-constitucional tiende al bipartidismo, por muchas causas institucionales y culturales, y se muestra claramente cuando finalmente vemos que Iglesias y Rivera perseguían únicamente sustituir a los partidos tradicionales, el PSOE y PP, en lugar de querer aumentar la pluralidad ideológica de nuestro sistema de partidos. Y hay más matices. Ahora, cuanto mayor sea el número de partidos en liza electoral, menor será el pluralismo ideológico dentro de cada uno de  ellos, y eso es una deficiencia democrática que afecta a todos los partidos políticos actuales.

Pablo Iglesias no pudo ser el socio de gobierno de Pedro Sánchez porque producía una intensa desconfianza, no sólo porque su impostada moderación de hoy aparecía como falsa, sino porque Iglesias no representa a  buena parte de aquellos que han sido elegidos bajo las siglas de “Unidas Podemos”, cuyo compromiso con la democracia representativa y con los principios de la Unión Europea son realmente inexistentes.

En mi opinión, el fallido acuerdo de la investidura no es el “fracaso de la izquierda”, como se ha escrito con los consabidos gestos literarios de dolor ante la ocasión perdida, sino que ha sido el resultado del despertar de un mal sueño, el que llevaba inconscientemente a creer posible que los deseos políticos de Pablo Iglesias o de Jaume Asens (el diputado que intervino después de Iglesias, favorable a la independencia de Cataluña) pudiesen encajar con un programa de gobierno de un país de la Unión Europea. La vicepresidenta Calvo se ha encargado de despertar con la luz lógica a los más ensimismados dormilones.

Albert Rivera debió pensar que el PP era todo él como el PP de Cataluña. Superar al PP catalán fue fácil, pues la rama catalana no se recuperó nunca de la destitución de su carismático presidente, Alejo Vidal-Quadras, inmolado por José María Aznar a petición de Jordi Pujol, cuando ambos firmaron el acuerdo del Hotel Majestic (28 de abril de 1996), que garantizó la investidura de Aznar como presidente del Gobierno.

La incógnita Casado

Pero el famoso sorpasso no se produjo. Albert Rivera pudo pensar que fue un éxito quedarse a nueve escaños del PP en las recientes elecciones, pero ahora todos los datos demoscópicos, y el sentido común, indican que Ciudadanos no superará electoralmente al PP. En poco tiempo, la estrategia de Rivera está reorientando ideológicamente a su partido, y discursos como el de la investidura de Sánchez, en el que calificó de “banda” al PSOE, al presidente del Gobierno, y a quienes se relacionan con él, podría indicar que Rivera está iniciando el giro que condujeron a partidos liberales, como el austriaco, a situarse dentro del grupo de  los partidos extremistas y ultranacionalistas.

No parece que estos partidos, a los que puede añadirse a VOX y a los independentistas catalanes, sirvan para que Sánchez pueda ofrecer al Rey un acuerdo para otra investidura. ¿Pero qué hará el PP de Pablo Casado? Hay una frase de su discurso en la investidura de Sánchez que posee  carga semántica: “Usted y yo -dijo Casado refiriéndose a Sánchez- tenemos una tarea común por delante, que es ensanchar el espacio central de la moderación y hacerlo tan grande que de nuevo los dos podamos ganar en él. Seguimos sin saber quién es realmente, pero sea lo que sea, usted ya es mucho menos que hace cuatro días (…) Todo ha sido (el debate de investidura) una encarnizada lucha de poder con su socio preferente…”.

Los nuevos partidos, practican las peores argucias de la partidocracia, encaramados a una especie de monarquismo desde el que gestionan los votos de los electores

El subrayado es mío, y el contenido del discurso de Casado abre muchas conjeturas. Por contraste con sus discursos en los que calificaba a Sánchez de felón, ahora Casado se dirige a su oponente socialista con un tono crítico pero muy parlamentario, abandonando el tono chusco en el que naufraga Rivera, y afirma que pueden compartir un mismo espacio central, si el PSOE de Sánchez se aparta de formaciones políticas que no respetan la Constitución.

¿Se ha producido ese entendimiento en los encuentros en Moncloa, aquellas largas conversaciones a las que no quiso asistir Rivera, y que Sánchez cuidó minuciosamente para que Casado cobrase la importancia que la ocasión requería? ¿Hay un entendimiento sobre Cataluña, teniendo en cuenta que el PSOE y el PP dominan entre los dos partidos el Senado, que siempre puede activar el 155? Un Senado, además,  en el que Ciudadanos carece de presencia política e influencia.

Los historiadores registran un hecho histórico: el pacto del Pardo (24 de marzo de 1885) entre el conservador Antonio Cánovas del Castillo y el liberal Práxedes Mateo Sagasta. No se sabe si fue una mera conversación, o fue algo más formal, pero todos coinciden en que fue muy importante para que España evitase una crisis constitucional, con un Rey agonizante y sin descendencia masculina, con el independentismo de Cuba, y con la amenaza de los carlistas. Las comparaciones históricas no suelen servir de mucho, pero ayudan a imaginar el futuro a través del pasado.

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