“Para volver a criterios más elevados debemos abandonar a los falsos profetas y elegir nosotros mismos a nuevo líderes” (p. 19) “Autócratas en pequeñas cosas, buscan autocracia en cosas mayores” (p. 149)
Franklin D. Roosevelt. ‘Discursos políticos del New Deal’
El liderazgo político es un bien escaso. Y en nuestro país, más. Sin una buena conducción política los gobiernos caminan errantes, pero también la ciudadanía circula desconcertada. En momentos de crisis, el carácter político del líder es determinante. El liderazgo contextual, del que hablara Nye, se torna trascendental para afrontar tales circunstancias. No vale ser pusilánime, ni menos aún aplazar las decisiones, pretender contentar a todos o buscar respuestas tibias. Tampoco ensañarse con los más débiles o perseguir fanáticamente a quien genera riqueza. Son momentos de priorizar, buscar amplios consensos y actuar con visión y coraje.
La lectura de los Discursos políticos del New Deal (Tecnos, 2019) de Franklin D. Roosevelt, nos muestran un auténtico líder enfrentado a una situación radicalmente compleja: los efectos devastadores social, económica y anímicamente que el crack de 1929 produjo sobre Estados Unidos. La bancarrota financiera y el panorama desolador que dejó a su paso obligó a Roosevelt a adoptar decisiones drásticas que combinaron inteligentemente medidas de recuperación y un paquete importante de reformas sociales.
Las mal llamadas reformas solo fueron ajustes que castigaron a las capas inferiores de la sociedad y hundieron a una clase media que era el soporte del sistema
Quien fuera presidente de Estados Unidos en un contexto tremendamente complejo (1933-1945), supo diferenciar bien los planos del problema: “El intento de distinguir entre recuperación y reforma es un esfuerzo bien afinado para sustituir la apariencia de realidad por la realidad misma”, tal como decía en el mensaje anual al Congreso fechado en enero de 1935. Keynes, como nos recuerda en el estudio introductorio el profesor José María Rosales, estuvo atento a esa idea: “La primera (recuperación) supone aplicar de inmediato reformas sociales y económicas por mucho tiempo postergadas. La segunda (reforma) casa mal con la urgencia, por más necesaria que sea, pues requiere de una programación a largo plazo”. Roosevelt se embarcó de lleno en ambas tareas. Como decía el entonces presidente: “Cuando no hay visión, la gente se pierde”
Y ese liderazgo político contrasta con la escasa mirada estratégica y los duros ajustes que se produjeron en este país en los años que siguieron a la larga y profunda crisis iniciada en 2007-2008, cuyos fuertes coletazos han llegado hasta nuestros días. Realmente, lo que aquí se llamaron reformas no fueron más que ajustes, además intensos. La recuperación se hizo, además, en falso, pues castigó con fuerza a las capas inferiores de la sociedad, multiplicó la desigualdad, precarizó a los jóvenes y hundió a una clase media, que era el soporte del sistema, hoy en día camino de su extinción.
El motor de la estrategia de Roosevelt descansaba inicialmente en proteger a los más desvalidos. Ciertamente, la situación de partida, comparativamente hablando, no era buena, pero la crisis la hizo insoportable. La inversión pública y las medidas de reformas sociales formaron parte de la fase de recuperación estadounidense de aquellos años. Nosotros, por el contrario, dejamos pendiente el segundo elemento del problema (medidas de reformas sociales) y nos centramos sólo en el ajuste del gasto público con el fin de reducir el déficit (la inversión pública se estranguló por completo). Ahora, diez años después, un gobierno parlamentario sin mayoría absoluta buscará equilibrar los (des)ajustes producidos durante tantos años. El problema real es que se enfrentará a todo ello con unas cuentas públicas aún no saneadas y con una coyuntura económica inmediata no del todo favorable.
Roosvelt ya advirtió (aviso para malos gobernantes) de esa tendencia, tan española, de engordar el empleo público para disimular el paro
Las preguntas, como decía Roosevelt, siguen siendo las mismas: “La gente joven se pregunta cuál será su suerte cuando llegue a la vejez, (y) el trabajador se pregunta cuánto le durará su trabajo”. Pensiones y empleo están en la agenda inmediata. En todo caso, por lo que a nosotros respecta seguimos sumidos en la (inacabada o no resuelta) fase de recuperación y estamos sine die de las reformas estructurales e institucionales, completamente necesarias. La indolencia política se extiende por doquier.
En fin, los Discursos de Roosevelt, recogidos en esos años críticos que transitan desde 1933 hasta 1936, deberían ser lectura obligada para quienes pretenden liderar lo público. Además de las constantes llamadas a la confianza o al conocido mensaje sobre el miedo (“la única cosa que tenemos que temer es al miedo mismo”), esas intervenciones públicas están plagadas de sabiduría y buenos consejos sobre la importancia de la ética en la vida pública y privada, la cultura del esfuerzo, el papel de la función pública o el motor del gobierno local (cuando aquí, en esta última crisis, nos empeñamos en destruirlo) como actor principal en la recuperación. También nos advierte (aviso para malos gobernantes) frente a esa tendencia tan española de engordar el empleo público para disimular el paro: “Las lecciones de la historia muestran de manera concluyente que una dependencia continuada sobre el empleo público produce una desintegración espiritual y moral que resulta fundamentalmente destructiva para el carácter nacional. Proporcionar alivio de esta manera es administrar un narcótico”. Dicho en términos más prosaicos: hacerse trampas en el solitario. En fin, se trata de unas reflexiones políticas llenas de inteligencia, algo que, para desgracia de todos, estamos echando mucho en falta por estos pagos.