Entre aquel “España va bien” machacón de Aznar y el intento desesperado del Gobierno por convencernos de que hemos salido de la crisis, han pasado cerca de veinte años, pero la estrategia es idéntica: habla bien de ti mismo, que luego nadie se acuerda de dónde lo ha oído. El problema es que los distintos colectivos que la han sufrido especialmente están llegando al punto de saturación que precede al calentamiento de las calles. Asistimos a protestas sectoriales que, de momento, no trasladan imagen de caos, pero es cuestión de tiempo. Salvo en dos casos: mujeres y pensionistas.
Somos un país que sabe diagnosticar enfermedades, pero ya lo de poner tratamiento se nos da algo peor. ¿Desde cuándo estamos oyendo que el tema de las pensiones no se puede mantener? Hace mucho, sí, pero las recetas que nos ofrecen no llegan ni a eso, y ahí seguimos, igual, mientras los afectados empiezan a bajar el bordillo para gritar que así no vamos a ninguna parte.
Algo similar pasa con las mujeres. Asistimos impertérritos a situaciones de violencia machista que se repiten una y otra vez, formamos comisiones, hablamos, pactamos… y se vuelven a producir. Estamos en un mundo de hombres y pretendemos llegar al punto intermedio pasito a pasito, como las muñecas de Famosa, con mucha calma. La situación exige revulsivos, con brusquedad si es necesario, porque si los tiempos los marcamos los hombres desde la tranquilidad de la supremacía, todos calvos.
A pesar de todo, las encuestas siguen reflejando que los mayores todavía no se fían de la nueva política
A los hombres nos lo han dado hecho desde hace siglos. No hay religión -ese primer transmisor de valores- que se precie que no se haya construido sobre una sólida brecha entre varones y hembras. Si participó alguna mujer en la última cena fue para lavar los platos. Desde entonces, tenemos ventaja. Mucha. Y la contestación a esa brecha da para muchos 8-M audaces y contundentes. El exceso resulta imprescindible cuando la injusticia parece insalvable. En ese caso, no se llega a la normalidad caminando con normalidad. Así hay que entender el carácter muy especial que ha tomado la jornada feminista de este año. Visibilidad máxima para avanzar a un ritmo frenético.
¿Y la política? Muy bien, gracias. El paso es tan cansino que la tortuga nos enseña la matrícula. Tanto en pensionistas como en igualdad. El partido en el Gobierno, éste y el que pueda venir, cumple con esa rara virtud de parecer que está en contra de todo. Y nos encontramos con que, pese a los esfuerzos de última hora del propio Rajoy, el PP se queda con el calificativo de machista y de querer robar a nuestros ancianos. Así que lo que tendrá que hacer es ponerse al frente de la manifestación.
No le vale con refugiarse en las encuestas, por mucho que ofrezcan un colchón cómodo: el último barómetro del CIS dice que las mujeres, en voto más simpatía, castigan con cierta saña tanto a Podemos como a Ciudadanos, y siete de cada diez amas de casa afirman, con total seguridad, que jamás votarán al partido de Pablo Iglesias.
Por no hablar de la tercera edad: tres de cada cuatro mayores de 65 años jamás apoyarán a Podemos y también queda retrasado Ciudadanos. PSOE y PP son los que salen mejor parados. Ahora solo falta que ambos se muevan al ritmo que impongan mujeres y pensionistas. Aunque solo sea por las encuestas.