Esta semana una pieza de arte asiático de la colección privada de la baronesa Carmen Thyssen fue subastada por Christie's en Nueva York, con un precio de 3,85 millones de dólares. Se trata de una figura de bronce de Buda creada en Nepal entre los siglos XIII y XIV, con medio metro de altura, que salió con un precio estimado de 600.000 hasta venderse por seis veces más su valor. Pero no sólo esa obra estaba incluida, dos piezas más de la colección de la baronesa Thyssen-Bornemisza salieron a la venta ese día. En total, ya han sido seis las piezas de su colección de arte que la baronesa ha intentado vender. Si el Estado español realmente está interesado en hacerse con ésta, ya puede darse prisa o se encontrará con unos cuantos zarpazos.
En total, ya han sido seis las piezas de su colección de arte que la baronesa ha intentado vender.
En marzo de este año, la viuda del barón Thyssen manifestó que quería vender la obra de su colección personal Caballos de carreras en un paisaje, un pastel sobre papel del pintor impresionista Degas que fue retirado de las salas de exposición del museo. La propia Carmen Thyssen confirmó a la prensa los motivos que tenía necesita liquidez. No llegó a vender el Degás –que se sepa– pero la retahíla volvía a ser la misma. La que utilizó en 2013 para vender su John Constable, la que empleado sistemáticamente para presionar al Estado en las negociaciones para la compra o al menos la negociación por el alquiler de la parte de su colección que se exhibe en el Thyssen e incluso la que ha esgrimido para pelear le letra pequeña de un eventual acuerdo.
Si es suya ¿por qué no vender?
La colección es suya, eso es así. El problema son los aspectos que giran alrededor de esa propiedad. Ya que hay dinero público en el mantenimiento y exhibición de esas piezas. ¿Por qué? A mediados de los ochenta, el barón Hans Heinrich formalizó un acuerdo con sus hijos para evitar la dispersión de la colección de su padre, que él había ido aumentando. De esa separación surgió la Colección Carmen Thyssen, que unida a la del barón Thyssen (y que fue adquirida por el Estado en 1993 por más de 44.100 millones de pesetas, es decir 265 millones de euros), permite hacer un recorrido por la historia de la pintura europea desde sus inicios en el siglo XIII hasta las postrimerías del siglo XX.
De ahí la insistencia de Carmen Cervera en cobrar un canon por su exhibición o, en su defecto, de propiciar una compra. La cesión gratuita de las más de 400 obras de la colección de Carmen Thyssen y de las que se exhiben 240 en la pinacoteca madrileña, implican un beneficio, incluso aunque la baronesa no perciba un alquiler o contraprestación. Hay ayudas públicas y contribución de ciudadanos –además de patronos y otras instituciones- para que esas obras se mantengan y por tanto no pierdan valor. El seguro de esas piezas para su traslado, la restauración, conservación y custodia de muchas de ellas suponen en sí una inversión que determina la necesidad de dar forma al acuerdo que actualmente negocian la baronesa Thyssen y el Estado. Carmen Thyssen ya no pide -al menos ya no en primerísima instancia de su lista- que el Estado español compre el conjunto de las piezas, sino que le permita disponer más libremente de ellas (préstamos, exhibiciones, muestras itinerantes, etc). En concreto, Thyssen pide 60 obras para poder exhibirlas donde ella crea conveniente.
Sacar una obra de un museo o, en el caso, traer una en préstamo supone una larga cadena de desembolsos: las obras viajan con una garantía de seguro cuyo coste depende de la pieza y a la que hay que sumar el dinero total que supone embalarlas, transportarlas, acompañarlas (los llamados correos, es decir, los especialistas que acompañan a la pieza y las dietas asociadas) además de pagar su paso por aduana. Ya en el año 2013, y tras auditar las cuentas de la institución, el Tribunal Supremo de Justicia aseguró que el museo Thyssen se había excedido en el límite de préstamos contemplado en el acuerdo firmado en 2002 para la categoría Colección Internacional A+: el total de obras cedidas a otras instituciones alcanzaba un 20,66% del total de la colección, cuando el límite máximo es 10%. ¿Qué significa esto? Mucho, al menos en lo que a esta negociación supone.
¿Cuánto vale? ¿Cuánto puede vender?
Según Carmen Thyssen su colección está valorada em 1000 millones de euros. El Estado en cambio la valora justo en la mitad del precio que coloca sobre la mesa la baronesa: 500 millones de euros. El desfase entre la cifra es más que evidente. Para algunos galeristas y especialistas en colecciones privadas, la valoración que hace el equipo de Carmen Thyssen está hecha en función a los precios que existían antes de la crisis. Exceptuando un núcleo de cerca de 20 obras, muchas otras de su conjunto ya no tienen el valor de hace unos años y eso condiciona su valor de conjunto de cara a formar parte de la colección de una institución. La oferta de alquiler que se deriva de ese valor resulta demasiado elevado, considerando que la colección del barón Thyssen –adquirida por el Estado en los años noventa- es mucho más importante en número y calidad que el capítulo personal de Carmen Thyssen, que posee alrededor de 400 obras cuyo valor de unidad es mucho menor y se encuentra segmentado.
Carmen Thyssen sabe que el valor fluctúa. Si lo que ella necesita es liquidez, como ha repetido tantas veces, debe moverse y presionar en las negociaciones. Mientras eso ocurre, ha hecho ya dos ventas importantes. En julio de 2013, el cuadro La esclusa (The lock) de John Constable, una de las joyas de su colección privada se subastó en Londres por 27,89 millones de euros. A eso se suma la venta de la figura de bronce de Buda creada en Nepal por 3,8 millones de euros, cinco años después. Según los términos del acuerdo de préstamo, la baronesa tiene derecho a vender un 10 por ciento del valor total de la colección.
El valor del Constable alcanzaba un 5 % de ese total (cuando el valor de la colección era de 800 euros). Sin embargo, si se suma la figura de bronce y se toma el nuevo valor de referencia (500 millones de euros), Carmen Thyssen ha vendido el equivalente a 6,37%, más de la mitad de lo que se permite. Ya cuando vendió el Constable hace cuatro años hubo polémica con otros miembros del patronato, entre ellos, Francesca Thyssen, archiduquesa de Habsburgo y la única hija del barón que es miembro del patronato del MuseoThyssen-Bornemisza. Arrebatar esa pieza significaba mutilar no sólo el patrimonio del museo madrileño, sino la coherencia y brillo de las obras adquiridas durante años por su padre. Esa es la verdadera amenaza que se cierne sobre la colección: el progresivo descoyuntamiento a fuerza de pellizcos para obtener liquidez.