Texto original de @erkillojoputa para Mémesis:
Todo empezó en Julio de 2015. Mi hijo tenía cuatro años. Era un niño precioso como sólo se puede ser cuando se es un niño de esa edad. Poco después de su cumpleaños empezó a estar pachuchillo. Tras un par de visitas al médico y llevarlo después a urgencias porque los síntomas persistían nos extrañó que lo ingresaran pues nada hacía presagiar algo serio. Fue a los dos días de estar ingresados en el pequeño hospital de nuestra ciudad cuando dijeron la maldita palabra. Cáncer. Mi hijo tenía cáncer.
El mundo empezó a temblar a nuestros pies y todo se derrumbó a nuestro alrededor. En menos de dos horas, mi mujer y mi hijo estaban dentro de una ambulancia camino del hospital de La Fe de Valencia.
Al llegar, una auxiliar, un encanto de mujer a la que recordaré hasta el fin de mis días, nos acompañó a nuestra habitación. Con el alma rota y la mente nublada, nos quedamos solos con nuestro niño en la habitación. Un nudo amargo me apretó la garganta y me dirigí hacia la ventana para que mi hijo no me viera llorar. Lo que vi en ese momento me golpeó con tal fuerza que casi no podía creer lo que tenía delante de mí. Frente a la ventana el paisaje era despejado. En medio de todo un solitario edificio con una pared servía para alojar publicidad. Como si de una broma macabra se tratase, el enorme cartel de una funeraria me ofrecía sus económicos servicios por si mi niño no pudiese superar la batalla que estaba empezando a librar. No pude soportar esa situación. Me giré como pude, salí al pasillo y conseguí encontrar un rincón detrás de los ascensores donde rompí a llorar como un niño.
Mirar por la ventana y recibir ese mensaje me hacía daño. Sabía lo que casi con total seguridad me esperaba pero no necesitaba que me lo recordaran constantemente. Acabé por no asomarme a la ventana.
Con pocas esperanzas de éxito, lancé una llamada de ayuda a través de Tuiter. No creí tener éxito porque mi cuenta es de un personaje ficticio de todo menos creíble y respetable. Pero se obró el primer milagro (y no es el único de esta historia). La gente se volcó. La llamada se hizo viral. Jamás podré agradecer el apoyo que me dio la gente de esa red social. Miles de retuits que llegaron a políticos, y periodistas. Estos últimos difundieron la noticia en radio, prensa y televisión y, en once días, me asomé a la ventana y vi esto:
Se obró un segundo milagro. Contra todo pronóstico, mi hijo se recuperó. Venció al cáncer y su cuerpecito quedó completamente limpio de células malignas. Sus órganos no quedaron dañados y pudo continuar con su vida normal. Tiene revisiones periódicas y todo está en orden.
https://twitter.com/erkillojoputa/status/623762602351587328
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Tras casi dos años, ya prácticamente olvidado el dichoso cartel, fuimos a una de las revisiones. Allí estaba Martín (nombre ficticio de otro niño). Con una dura lucha contra el cáncer a sus espaldas. En la consulta de las revisiones posteriores nos vemos de vez en cuando. Se nos acercó sonriendo de oreja a oreja como siempre. Me dio la mano y se sentó a mi lado. Me contaba muchas cosas sobre su lucha, su recaída un tiempo después de curarse por primera vez y sobre como volvió a recuperarse. Me hablaba entusiasmado del futuro y con alegría del pasado, por muy duro que hubiese sido.
En un momento dado Martín se giró y le vi ponerse serio, algo muy raro en él. De repente, me mira y me pregunta:
—¿Te acuerdas del cartel que había en aquella pared? —dijo señalando la fachada donde estaba el anuncio de la funeraria.
—Sí, me acuerdo,... —le respondí tratando de disimular.
—Recuerdo que mi madre se ponía muy triste cuando lo veía. A veces se salía de la habitación. Yo sé que se iba a llorar porque de vez en cuando no aguantaba y se le caían las lágrimas antes de salir. Un día me asomé a la ventana y vi que lo estaban borrando. Llamé corriendo a mi madre y nos pusimos muy contentos. Seguro que alguien con un par de huevos lo denunció. Ese cartel no estaba bien puesto ahí. Era algo muy triste.
Aún no sé cómo pude contener las lágrimas. Hasta ese momento no sabía si a alguien le había venido bien aquello que hicimos nosotros y los vecinos para eliminar esa publicidad. Gente que se había alegrado de que desapareciera aquel cartel.
Estoy seguro de que hubo más “Martines” y aún más, estoy seguro de que mucha gente que ha llegado después, sin ellos saberlo, se han ahorrado el dolor que yo sentí la primera vez que me asomé a la ventana; la angustia de enfrentarte a ese futuro incierto cada vez que veías ese cartel. Ahora podrán asomarse y disfrutar de imágenes como esta:
Espero que esta historia sirva para darnos cuenta de que un pequeño gesto, una mínima acción, puede desencadenar una avalancha de maravillosos acontecimientos que terminan ayudando a muchísimas personas.
Gracias.