En un día señalado por la parroquia rojiblanca, el del tercer aniversario de la marcha de Luis Aragonés, el Atlético de Madrid certificó el cambio de era en la despedida del Vicente Calderón de la Copa. Simeone ha hecho grande a este equipo, pero el tardocholismo languidece por el aburguesamiento de una plantilla que ha perdido su rasgo identitario: el alma. El pragmatismo del Barcelona fue suficiente para retratra en la primera parte la vulgaridad colchonera.
El más cholista de los azulgranas, Luis Suárez, dibujó a los seis minutos una obra de arte. Un gol de 9 y medio, de pelotero, en el que retrató a Savic. El central fue la viva imagen del Atlético 2017: fuera de sitio, sin timing ni agresividad. Ni salió a morder ni contemporizó. Y Suárez pasó como un avión a su lado para cruzar el balón a la red ante las dudas de Moyá.
Es el Atlético del tardocholismo. El argentino ha alimentado durante años un fútbol que sale del corazón y las entrañas. Pero esta temporada la tibieza y la irregularidad les convierte en vulnerables. Cholo está molesto con la falta de actitud de alguno de sus ¿cracks? como Carrasco, Gameiro o Gaitán. Gil Marín ha plagado el vestuario de futbolistas de clase media comprados a precio de estrellas, jugadores que han llenado de mediocridad el Manzanares.
Ante un Barcelona pragmático al servicio de su tridente, el Atlético evidenció que los mejores tiempos del cholismo son historia, como lo será el entrañable Calderón. Pasada la media hora Messi certificó la defunción colchonera en una jugada impropia de los locales el año pasado. Recibió un balón al borde del área, se perfiló hacia su pierna buena y se sacó un zapatazo a la red. Simeone se consumía en la banda ante la pasividad de su defensa en el control y disparo del argentino. Indolencia atlética, palabras antónimas no hace tanto.
El Cholo, en el descanso, hizo lo único que podía: una transfusión en lugar de un cambio. Puso en liza al más atlético de los atléticos, al embajador de la grada: Fernando Torres. El corazón atlético comenzó a bombear más rápido. Y adonde no llega el fútbol llega el compromiso. Un error de la zaga azulgrana en un balón aéreo permitió a Griezmann recortar la desventaja. Simeone encendió a las masas rojiblancas, a una grada que siempre ha estado por encima de su equipo. No es sospechosa.
Los últimos minutos fueron un aluvión rojiblanco. Toda la actitud que faltó en la primera parte, la derramó el Atlético en la segunda. Pero entonces apareció el otro problema de este Atlético 2017: la falta de talento, ante la que Simeone poco puede hacer. A día de hoy los del Calderón tienen un déficit alarmante de aptitud arriba. Apenas Griezmann y la voluntad de Torres. Escaso arsenal para guerras mayores.
Por más que Jianlin quiera al argentino en el Wanda Metropolitano, hay síntomas que invitan a pensar que no será así. Se acaba la era del Calderón. Y por más que Simeone lo niegue en sala de prensa, uno sospecha que termina el ciclo del cholismo en el Atlético. No por deseo de Simeone, cuya paciencia y tenacidad ha hecho grande a los colchoneros. Por dejadez de unos despachos que hace tiempo que no están a la altura de su entrenador. Simeone ha sido el entrenador más grande la historia rojiblanca, pero ni Carrasco es Neymar ni Gameiro es Luis Suárez. Simeone y su grada merecen más.