Tras el referéndum del Brexit, son muchos los políticos y analistas que pugnan para que el antiguo centro financiero del planeta, Londres, traslade su sede a alguna ciudad europea. En España, las apuestas se concentran en torno a Madrid, hasta el punto de que sus mandatarios regionales han intentado atraer a las entidades financieras londinenses haciendo campaña en Reino Unido y prometiendo rebajas fiscales específicas.
No seré yo quien critique per se el intento de captar capitales foráneos con el propósito de impulsar la inversión y, por tanto, la creación interna de valor añadido. Sin embargo, sí deberíamos ser conscientes de que, en primer lugar, resulta altamente improbable que Madrid termine convirtiéndose en la nueva City mundial y, segundo, que las razones de fondo de este previsible fracaso responden a años de absoluta pasividad política para convertir a Madrid —y al conjunto de España— en un atractivo destino global para la inversión.
El ranking no sólo depende de las respuestas de los inversores, sino de las condiciones institucionales objetivas de Madrid
Así, el Global Financial Centres Index (GFCI), elaborado por Z/Yen Group a partir de un cuestionario a más de 3.000 especialistas y de la modelización de variables objetivamente relevantes para el sector financiero, nos proporciona un ranking de aquellas ciudades con un mayor atractivo para convertirse en centros financieros. En su último informe, Londres ocupaba la primera posición, seguida de Nueva York, Singapur y Hong Kong. La primera urbe europea era Zúrich y aparecía en posición sexta; la segunda, Ginebra con el decimoquinto escalafón. Frankfurt se hallaba en la posición decimoctava y París en la trigésimo segunda. ¿Y Madrid? En la 64, por detrás de Bombay, Río de Janeiro, Bangkok, Varsovia, Milán o Praga.
¿A qué se debe tan mala puntuación? Como hemos dicho, el ranking no sólo depende de las respuestas de los inversores, sino de las condiciones institucionales objetivas de Madrid, en particular en cinco áreas: entorno empresarial, grado de desarrollo del sector financiero, infraestructuras, capital humano y factores generales y reputacionales. Aunque el GFCI no desgrana la puntuación que logra Madrid en cada uno de estos apartados, sí es fácil observar que los subelementos que integran cada uno de esos apartados son el resultado de reformas y procesos acumulativos de muy largo recorrido: en el entorno empresarial pesa la estabilidad política, el imperio de la ley, la calidad institucional, el marco macroeconómico y la competitividad fiscal; en el grado de desarrollo del sector financiero es relevante la disponibilidad de ahorro, el empleo y output de ese sector financiero, la existencia de clusters financieros y el volumen y la velocidad del trading; en infraestructuras se aprecia la existencia de oficinas baratas, las vías de transporte, la sostenibilidad medioambiental y el desarrollo de las tecnologías de información y de la comunicación; en el capital humano cuenta la disponibilidad de personal cualificado, la flexibilidad laboral, la calidad de vida y el desarrollo de la educación; por último, entre los factores generales y reputacionales aparecen la diversidad cultural, el nivel de innovación y la marca de la ciudad.
Deberíamos estar mucho menos preocupados por captar alguna sucursal bancaria expatriada de Londres y mucho más por sentar las bases a largo plazo para el desarrollo económicos
De la noche a la mañana, y sin la actuación reformista del conjunto de las administraciones públicas, no es posible alterar elementos tales como la calidad normativa, la presencia de clusters industriales, la libertad laboral o la calidad del sector educativo. Al contrario, para que Madrid pudiera disfrutar de una elevada cualificación en todos estos apartados habría sido necesario abrir la economía y limitar la arbitrariedad estatal desde hace décadas: una ciudad no se convierte en un centro financiero global por cuatro propuestas reactivas con más impacto mediático que contenido de fondo. El oportunismo del Brexit puede tener su sentido —mejor intentar una cierta apertura económica, aunque sea improvisada, que quedarse de brazos cruzados— pero es absurdo pretender construir un entorno institucional óptimo a golpe de decretos parciales, insuficientes y cortoplacistas. Zúrich y Ginebra no son los centros europeos mejor posicionados en el ranking GFCI porque sus gobernantes hayan hecho una buena campaña de propaganda y hayan impulsado un moderado alivio fiscal durante los últimos meses, sino porque llevan décadas constituyéndose en un clima institucional óptimo para el desarrollo empresarial y, en este caso, para el desarrollo financiero.
En definitiva, deberíamos estar mucho menos preocupados a corto plazo por captar oportunistamente alguna sucursal bancaria expatriada de Londres y mucho más por sentar las bases a largo plazo para el desarrollo económico. En ese caso, no necesitaremos articular ninguna campaña de publicidad ad hoc para atraer capitales foráneos: todos ellos se pelearán por instalarse en nuestro territorio, redundando en el bienestar del conjunto de los ciudadanos. Más libertad económica estructural y menos golpe de efecto falso-liberalizador.
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