Resulta llamativo el entusiasmo de la mayoría de medios de comunicación con motivo del fracaso del levantamiento militar en Turquía, debido, según se afirma, a la heroicidad del pueblo que inundó las calles de Estambul y Ankara para defender la democracia. Ese escenario me ha recordado los parabienes ante la primavera árabe y, en otro orden de cosas, a los aplausos por lo sucedido en la plaza Máidan de Kiev cuando se produjo la revuelta contra el gobierno pro ruso de aquel país. En ambos casos sabemos en qué paró todo y mucho me temo que, en el caso de Turquía, no tardaremos en lamentar el apoyo incondicional a un Gobierno, cuyos modos autoritarios eran conocidos y que ahora se están desplegando sin pudor alguno con motivo de la intentona golpista que, por supuesto, es condenable. El propio Erdogan la ha calificado como un “regalo del cielo”, suponemos que para materializar sus designios de dominación del aparato del Estado y no precisamente para desarrollar la democracia y las libertades de su pueblo. Por ello, cuidado con el experimento puesto en marcha en Turquía no vaya a ser que en unos meses nos encontremos con la democracia pisoteada y la desestabilización agudizada en una zona geoestratégica que ya lo está bastante. Los líderes de la OTAN y de la UE deberían dejar de lado los paños calientes y empezar a tomarse en serio la oleada de purgas puesta en funcionamiento que anuncia tiempos tormentosos para la democracia que ahora se dice defender.
Erdogan está sorprendiendo a propios y extraños con una purga en el conjunto del Estado que recuerda acciones ominosas de la historia europea de la primera mitad del siglo XX
Un país aliado de Occidente en entredicho
Aunque sea reiterativo, conviene recordar que la historia de Turquía está profundamente enraizada con la historia europea desde la caída de Constantinopla, hoy Estambul, en poder de los turcos en el siglo XV. Momento que marca el inicio de la Edad Moderna y también de una relación ininterrumpida de amor-odio entre el pujante Imperio Turco y las diferentes Monarquías europeas: los Balcanes y el Mediterráneo pueden dar fe de ese devenir histórico. Y uno de los episodios culminantes de esa estrecha relación fue la alianza del Imperio Turco, ya decadente, con los Imperios centrales europeos, el Alemán y el Austríaco, en la Primera Guerra Mundial. La pérdida de la guerra disolvió los tres imperios, alumbró nuevos Estados y dio fuerzas a los principios democráticos como base de la convivencia de las naciones, aunque todavía tendrían que superar pruebas durísimas con una nueva guerra mundial de por medio.
Turquía, cuya república fue establecida en 1923 tras ser abolido el sultanato por Kemal Ataturk, ha pretendido desde entonces ligar su destino a Europa, que se veía como espejo de laicismo, libertad y modernización. Pero ni la tormentosa historia europea del siglo XX ni la propia realidad turca han facilitado la práctica de los ideales, ciertamente loables, de los fundadores de la república de Turquía. No obstante, el hecho objetivo es que ese país ha sido un firme aliado de las potencias occidentales durante la Guerra Fría y ha pretendido, con menor éxito, mantener su distancia de las formulaciones más radicales del islamismo político. De hecho, en los últimos tiempos, lo que parecía un islamismo suave y pro occidental se ha ido transformando en un régimen político trufado de comportamientos autocráticos que ha ido devaluando los principios democráticos y socavando la libertad de expresión a mayor gloria del presidente de la República, Erdogan. Éste, en los días posteriores a la militarada, está sorprendiendo a propios y extraños con una purga en el conjunto del Estado que rebasa con mucho lo esperable y que recuerda acciones ominosas de la historia europea de la primera mitad del siglo XX.
Los sucesos que se vienen desarrollando en ese país nos trasladan un clima de división en la nación que nada bueno puede deparar en esa zona del Mediterráneo
Peligro de enfrentamiento civil y de desestabilización geopolítica
Está resultando todo tan llamativo y desmesurado, incluidas los llamamientos a la ocupación de las calles por parte de los seguidores islamistas, que han empezado a saltar las alarmas y también las preguntas acerca de los orígenes del levantamiento militar. Cuando esto se escribe, se desconocen sus autores y, lo que es más importante, la opinión del Ejército turco que, como es conocido, es una institución poderosa, además de ser el garante de los valores laicos y republicanos desde la fundación de la República de Turquía.
Los sucesos que se vienen desarrollando en ese país desde el viernes pasado nos trasladan un clima de división en la nación, adobado con la demagogia y la agresividad de tinte religioso, que nada bueno puede deparar en esa zona del Mediterráneo en la que Turquía siempre ha sido considerada una muralla sólida contra los extremismos que pululan por sus alrededores. Eso sin contar con el papel que le ha atribuido la Unión Europea para ordenar la crisis de los refugiados. Pues bien, todo eso podría saltar por los aires si la república turca se adentra en el enfrentamiento civil como parece previsible si no se frena la deriva adoptada por su presidente con la excusa de unos hechos cuyo origen parece bastante oscuro.
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