Rajoy ha vuelto a confiar en su vicepresidenta para coordinar un problema de dimensiones internacionales y de enorme repercusión social y mediática. Primero fue el ébola, cuando se apartó a la entonces ministra de Sandidad, Ana Mato. Ahora es el éxodo de refugiados de Oriente Medio, un asunto candente que conducían, con relativo acierto, García-Margallo y Fernandez Diaz.
Los ministros afectados no han recibido con agrado las nuevas disposiciones de Rajoy. Consideran que se les pasa a un segundo plano y que incluso se pone en evidencia la estrategia que habían desplegado hasta el momento. Los acontecimientos les han desbordado y no fueron capaces de preverlos ni de adapartarse a ellos con la agilidad requerida, según algunos comentarios. Rajoy se dio cuenta de que en tan sensible asunto, España estaba desempeñando un papel equivocado. Se da la circunstancia de que tanto el titular de Exteriores como el de Interior forman parte del nucleo duro del Gobierno de Rajoy, mantienen con el presidente una relación de antigua amistad y recelan habitualmente de la actuacíón de la número dos de Moncloa.
Tanto Margallo como Fernández Díaz forman parte del nucleo duro de Rajoy: mantienen con el presidente una relación de antigua amistad y recelan habitualmente de la actuacíón de Sáenz de Santamaría
El cambio radical se produjo tras la visita de Rajoy a Alemania. Merkel le invitó a modificar sus planteamientos y así ha sido. Tras los plácidos paseos por los jardines del castillo de Messeberg, y tras escuchar a su firme interlocutora, el jefe del Ejecutivo español decidió ponerse las pilas y dio instrucciones para crear una comisión interparlamentaria con su vicepresidenta al frente. Se acabaron los topes a la solidaridad y las reticencias a las cuotas fijadas desde la Comisión Europea. España no podía aparecer como el eslabón insensible y antipático de Europa cuando es uno de los paises con más experiencia y atención al problema migratoro desde hace décadas.
Margallo había defendido una tesis poco amable al hablar de que Europa debía estudiar primero todos los aspectos sobre el origen del problema y luego, al final, como último paso, dedicarse a poner cuotas. Fernández Díaz invocaba la dificultad de atender a estas nuevas oleadas cuando España ya realiza un enorme esfuerzo económico y humano en el control de la frontera del sur de la UE. Fue cuando el Gobierno español aceptó recibir a 2.749 personas, cuando se le pedía del orden de 6.000. El panorama, sn embargo, cambió radicalmente con la profusa llegada de refugiados en los últimos días, las escenas del niño muerto en la playa turca y de las caravanas dramáticas de miles de familias caminando como zombis a través de Hungría, Macedonia y Austria. La angustia desesperada en las estaciones ferroviarias, niños gateando bajo alabradas, hacinamientos inhumanos, llantos, gritos... demasiado armamento para la oposicón en tiempos electorales.
Previsiones desbordadas
Centrado como estaba en la campaña electoral catalana, Rajoy no advirtió a tiempo tan severo error. Sus ministros al frente de la catástrofe humanitaria europea no habían reaccionado con rapidez. El presidente del Gobierno se percató del severo despiste tras su conversación con Merkel y así se creó esa comisión interparlamentaria, con responsbales de siete departamentos y con Sáenz de Santamaría al frente. Hoy mismo esta organismo celebra su primera reunión, con la mirada puesta tanto en las sugerencias de la canciller alemana, la UE y, naturalmente, el mercado de consumo interno.
Durante todo el fin de semana ya se le ha escuchado a Rajoy airear un nuevo discurso, consistente en insistir que España no pondrá barreras a la solidaridad, pero con prudencia, con sensatez. La comisión de la vicepresidenta estudiará cómo recibir a los casi 15.000 refugiados que inicialmente nos corresponden y, sobre todo, evaluar el rumbo que pueden seguir los acontecimientos. Esto no ha hecho más que empezar.