Muchos españoles desconocen ciertos asuntos fundamentales, los dan por sentados, como el agua que sale del grifo. O saben de su existencia sólo de oídas, no por experiencia propia. Nunca disfrutarán lo que implica entrar en Madrid (o en Soria o Cáceres) y sentir cómo te invade con calidez la naturalidad de saberse español. Nunca observarán con asombro y consuelo la descomunal bandera de España en la plaza de Colón de la capital. ¡Pesa lo mismo que mi hijo mayor! Todas estas vivencias son, por desgracia, exclusivas de quienes vivimos en Cataluña, País Vasco y las regiones sobre las que planean como buitres los independentistas; las consideran parte de su, como dirían los nazis, Lebensraum. Vivo en Navarra, territorio no sólo ansiado por los nacionalistas vascos: Pamplona es codiciada en calidad de “capital histórica de Euskal Herría”.
Soy, por eso, incapaz de simpatizar con los españoles no independentistas que prefieren a Puigdemont o a Otegi antes que a Feijóo o Abascal; esos compatriotas que proclaman sin sonrojo que la bandera española es tan sólo un trapo, que su patria son la sanidad y la educación públicas. Cómo se nota que nunca han sido inmigrantes más allá de una beca Orgasmus. A ver, almas de cántaro, ¿cómo creen ustedes que pueden organizarse instituciones de este tipo sin un estado detrás, un estado que se sustenta en la nación histórica, y no al revés, como dice expresamente la constitución española? No deja de ser irónico que, en este sentido, ese tipo de españoles son muy similares a los “neoliberales” que odian con todas sus fuerzas, entre otras cosas por individualistas. Deberían conversar con sus colegas de compadreo, los independentistas a quienes sacan de la ecuación “fascistas a batir”. Al menos estos últimos tienen clara la importancia de la nación, por encima de cómo se configure política y burocráticamente una vez obtenido su reconocimiento.
Imagino que algunos habrán tragado sin resistencia esa gran mentira que parece reducir el enorme desastre nacional de hace casi un siglo a una guerra entre “españoles” e independentistas
Los independentistas son conscientes de que los estados no surgen de la nada, que son fruto de años de luchas cruentas. Parece que la mitad de los españoles ha olvidado esto último y nos les importa dilapidarlo por no parecer imperialistas, antidemocráticos, poco empáticos. En resumen, fachas. ¿Ha olvidado esta gente que durante la Guerra Civil ambos bandos luchaban por lo que les parecía conveniente para España? Imagino que algunos habrán tragado sin resistencia esa gran mentira que parece reducir el enorme desastre nacional de hace casi un siglo a una guerra entre “españoles” e independentistas. Si levantaran la cabeza sus abuelos y bisabuelos…
Quiero llevarle al Palacio Real y, entre tanto, enseñarle cosas sobre su país, esa España que -de momento- sigue unida
Mañana viajo a Madrid a impartir unas clases. Llevaré conmigo a mi hijo mayor. Sólo conoce la experiencia de ser inmigrante y la de vivir en “la capital histórica de Euskal Herría”, donde tiene que susurrar para hablar de ciertos temas, donde apenas ve banderas de España (en edificios oficiales y para de contar). Le llevaré a ver Malinche, el musical de Nacho Cano sobre la conquista de México. Su padre es de allá y quiero adelantarme a la leyenda negra, que sepa que la conquista no fue cosa de trescientos españoles, por más aguerridos que fueren. Que la conquista trajo el mestizaje, del que él es fruto directo y que empezó con la unión de Hernán Cortés y Malinche, con las hijas de Moctezuma casadas con españoles, unas jóvenes a quienes Cortés prometió a su padre cuidar como si fueran sus propias hijas. Quiero que mi niño vea esa gran bandera española, contarle que pesa lo mismo que él y que así -el día que viaje a Ciudad de México- no se avergüence como español al ver que allá ondean tres banderas monumentales mexicanas (medianas y pequeñas se encuentran por doquier, los mexicanos no se sienten fascistas por esto, qué cosas). Quiero llevarle al Palacio Real y, entre tanto, enseñarle cosas sobre su país, esa España que -de momento- sigue unida. Con cierta ingenuidad, espero que este fin de semana no sienta mi pequeño esa experiencia de alivio, de sentirse como en casa al pisar tierra en un sitio donde ser español es lo natural y poder así mostrarle Madrid con los versos de Miguel Hernández susurrándome al oído:
Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.