"No habrá justicia ni memoria mientras se siga blanqueando a los asesinos". Son las palabras certeras de Juan de Dios y de Ruth, hijos de Juan de Dios Doval, asesinado por los terroristas de ETA en San Sebastián el 31 de octubre de 1980. Era un hombre joven de 37 años, con hijos que nunca ya pudo educar, ni tratar más, ni ver crecer, que contaban 7 y 4 años respectivamente.
Recuerdo muy bien aquel día áspero y sombrío; yo estudiaba Derecho en la Facultad de Derecho de San Sebastián donde daba clase Juan de Dios Doval. Pasaban las 9 de la mañana cuando accedí al centro. Fue allí donde un compañero me advirtió que Juan de Dios Doval acababa de ser asesinado. Así fue, minutos antes de empezar las clases, unos terroristas se acercaron a su coche, cuando éste lo tomaba para dirigirse a la facultad, y le dispararon de muerte. Su delito, ser miembro de la Unión de Centro Democrático, partido ya entonces sacudido por mil tensiones internas, al punto de que el presidente Adolfo Suárez dimitió de su cargo tres meses después de aquel atentado terrorista. La UCD quedó arrasada en el País Vasco a consecuencia de la persecución asesina del terrorismo.
Ese crimen culminaba un mes especialmente sanguinario por parte de la banda terrorista ETA; a lo largo de octubre de 1980, quince personas fueron asesinadas, una cada dos días
Recuerdo que, impactado por la noticia de aquel asesinato, me dirigí a la clase entonces programada; también en el deseo de conocer la reacción de la comunidad universitaria ante ese crimen. Y después, se produjo el espanto de comprobar que esa clase no fue suspendida, ni siquiera contó con un elemental minuto de silencio. es que, además, El profesor ni siquiera efectuó la más mínima declaración en referencia a lo que acababa de suceder. Un extraño que desconociera los hechos que acababan de producirse nunca se habría enterado de lo ocurrido pues nada se dijo en esa clase lúgubre, por más que todos supieran ya lo sucedido. Se trató de una villanía, en la que el profesor –titular del mismo departamento de Derecho Procesal al que pertenecía Juan de Dios Doval– ni se molestaba en mencionar a su compañero recién asesinado. El silencio ominoso, tan pesado, amargo e indigesto como la propia muerte, dominaba todo en ese San Sebastián de 1980. Ese crimen culminaba un mes especialmente sanguinario por parte de la banda terrorista ETA; a lo largo de octubre de 1980, quince personas fueron asesinadas, una cada dos días. Es más, no había acabado ese 31 de octubre cuando el terrorismo volvió a asesinar, esta vez en la localidad guipuzcoana de Hernani.
Recuerdo también la manifestación masiva formada por miles de personas que recorrió, dos días después, las calles del centro de San Sebastián en repulsa por aquel asesinato. Manifestación que se enfrentó a unas decenas de militantes batasunos, que tuvieron la desvergüenza de acudir en reivindicación de aquel crimen, llegándose en determinados momentos al enfrentamiento físico entre ambos bloques.
Sabemos ahora, gracias al trabajo incansable de una periodista, Leyre Iglesias, que ha buceado en los archivos policiales hasta descubrir que en los informes de los mismos figura Arnaldo Otegui como el individuo que ordenó aquel asesinato, además de seis secuestros. Sabemos también que el propio Sr. Otegui ha sido denunciado ante la Audiencia Nacional para que responda por tales hechos.
Sabemos todo eso cuando, en forma casi anestesiada y silente, como quien lo da casi por hecho, la sociedad española asiste a una eventual investidura de Pedro Sánchez que contaría con los votos de Bildu, dirigida por el propio Otegui. Así ha quedado constancia en la fotografía del pasado 13 de octubre en la que se observa a un sonriente Sr. Sánchez –¿de qué se puede sonreír en esa instantánea infame?– reunido con la diputada de Bildu Merche Aizpurúa, condenada en su día por apoyo al terrorismo, y editora que fue del diario Egin y de la revista Punto y Hora, publicaciones ambas al servicio de la banda terrorista. En esa reunión, Bildu anunció su voto favorable a la investidura del aspirante socialista. Es terrible que todo esto suceda ante nuestros ojos sin apenas un gesto de rebeldía frente a tamaña miseria. La presencia de Puigdemont con su enloquecida pretensión de amnistía y demás disparates como requisito para esa investidura nos hace mirar para otro lado, con un olvido, moralmente insalubre, hacia la memoria del terrorismo. Es el blanqueo sistemático de los asesinos, sin los cuales ni la justicia ni la memoria podrán predicarse, como bien dicen los hijos de Juan de Dios Doval.
Es un pacto con olor a muerte avalado por aquellos que ni piden perdón, ni colaboran con la justicia en resolver ni uno solo de los más de trescientos asesinados perpetrados por la banda terrorista ETA de los cuales se desconoce su autoría
Tejer semejante alianza con vistas a una investidura no ya es que esté en las antípodas de un pretendido "gobierno de progreso"; es que es un pacto con olor a muerte avalado por aquellos que ni piden perdón, ni colaboran con la justicia en resolver ni uno solo de los más de trescientos asesinados perpetrados por la banda terrorista ETA de los cuales se desconoce su autoría. Entre ellos, el asesinato de Juan de Dios Doval, crimen no esclarecido por la justicia. Ese pacto condena a quien lo lleva a cabo por más palabras tramposas que se empeñe en emplear. Se pierde el alma, y la razón de ser, cuando se llevan a cabo semejantes alianzas.
Declaró el Sr. Sánchez ante las elecciones generales de 23 de julio que le separa "un abismo ético respecto de Bildu". Visto el devenir posterior de los hechos, y ante el desconocimiento radical de lo que significan esas palabras para quien las pronunció, es más probable que sean los españoles quienes se vean separados por ese abismo ético respecto del Sr. Sánchez. Nunca, en casi medio siglo desde la restauración de la democracia en España, había cotizado tan bajo el exclusivo empeño de una persona en ser investido como presidente del Gobierno, a cualquier precio por indigno que resulte.
Se trata de un pacto sucio, que obliga a la ciudadanía a rebelarse. Lo definió como nadie Albert Camus en El hombre rebelde: "¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero, si niega, no renuncia: es también un hombre que dice sí, desde su primer movimiento". Es, en efecto, un hombre que no se resigna, que no renuncia a lo más elemental, como es la defensa de los principios básicos que separan la vida de la muerte. Que guarda memoria y que exige a sus representantes públicos que la guarden también.