Uno de los símbolos más reconocibles de España en todo el mundo es un cuadro que representa los horrores de un bombardeo sobre población civil. El Guernica de Picasso ha trascendido su contexto original y se ha asentado como el espejo en el que plasmar la crudeza y el sufrimiento de la guerra. No hay un solo conflicto actual que no eche mano de la obra del malagueño para identificar a las víctimas civiles del cuadro con palestinos, ucranianos o sirios.
El bombardeo del 26 de abril de 1937 estremeció a Europa y al propio Picasso que en menos de dos meses pintó este lienzo eterno. No era la primera vez que se bombardeaba a población civil, pero el impacto de este ataque perpetrado por Alemania e Italia alertaba a una Europa en la que era previsible la guerra.
La aviación militar no dejaba de ser algo extremadamente novedoso y que todavía no había mostrado su potencialidad. Los globos aerostáticos se habían empleado como elementos de observación, igual que los primeros aviones que en la Primera Guerra Mundial de una manera muy rudimentaria, sirvieron como armas de guerra. Especialmente conocidos fueron los bombardeos de Londres por parte de zepelines alemanes. Pero fueron los avances del periodo de entreguerras los que posicionaron a la aviación como una nueva arma milagrosa destinada a resolver los conflictos.
Desmoralizar a la población
La teoría era clara, una campaña de bombardeos aéreos intensivos y continuados en el tiempo minarían el espíritu de resistencia de una nación. Los bombardeos estratégicos, así serán conocidos, llevarían los horrores de la guerra a las tranquilas capitales alejadas del frente. Los aviones crearon un nuevo escenario bélico en el que la población civil no tendría ninguna garantía de seguridad, con la consiguiente desmoralización.
En los años 20 y 30, hizo fortuna la teoría del general italiano Giulio Douhet que aseguraba que los bombardeos pesados causarían efectos devastadores sobre los sistemas de producción y la moral de los ciudadanos. En las mentes de aquel momento seguía muy vivas la carnicería que supuso la Primera Guerra Mundial con, a muy grandes rasgos, dos frentes inamovibles en líneas de trincheras en los que millones de soldados caían de forma alterna por avanzar unos pocos metros.
"El actual desarrollo de la fuerza aérea nos da la seguridad de que el poder militar será empleado para ataques directos contra la moral de los individuos no combatientes de una nación enemiga", señaló Frederick Sykes, responsable de la fuerza aérea británica al final de la Gran Guerra.
Bombardeos masivos sobre Alemania
Llegó la Segunda Guerra Mundial y las grandes potencias se habían entrenado en esta nueva estrategia. Todos los países efectuaron bombardeos sobre ciudades desde el propio inicio de la guerra con el bombardeo de Varsovia por parte de Alemania o las famosas incursiones nocturnas de la Luftwaffe sobre Londres. Pero serán los británicos y estadounidenses quienes más lo emplearon. Analizaremos aquí el impacto que tuvo sobre la principal potencia del Eje, la Alemania de Hitler. A comienzos de 1942, cuando la guerra se hacía total, los británicos decidieron efectuar bombardeos sobre ciudades alemanas para arrasarlas con un doble objetivo: destruir los centros de producción y aplastar la moral de la población.
El plan de la Royal Air Force propuso una gigantesca campaña de bombardeos sobre las 58 ciudades más grandes del país, donde vivían 22.000.000 millones de personas. Según las previsiones, los bombardeos provocarían la muerte de un millón de alemanes, causaría al menos 900.000 heridos y varios millones de desplazados, según recoge el historiador especializado en historia aérea Patrick Facon.
“La guerra contra el obrero alemán” como sería conocida por los historiadores desarrolló incursiones masivas en ataques nocturnos con millones de toneladas de bombas que atacaron centros industriales, vías de comunicación, o núcleos urbanos.
Los ataques generaron debates internos dentro del propio Ejército en el que las Fuerzas Aéreas trataban de imponerse menospreciando a la infantería y la marina. Los debates éticos tampoco quedaron al margen de la propia sociedad británica tras bombardeos como el de Dresde, que ya en la época fue descrito como un crimen de guerra, por la muerte de cientos de miles de civiles inocentes y la destrucción de patrimonio artístico.
Las dudas éticas llegaron a su punto cumbre con el desarrollo de la bomba atómica, a pesar de que suelo nipón ya se habían perpetrado otros como el de Tokio de marzo de 1945, un bombardeo continúo con material incendiario que dejó más de 100.000 muertes, superando a las víctimas causadas por las bombas atómicas.
Pero volviendo a los dos principales objetivos, los bombardeos ni consiguieron la derrota del Reich ni desmoralizaron a la población. El primer aspecto, especialistas como Richard Overy sostienen que “los bombardeos socavaron, en forma lenta pero segura, los cimientos de la producción futura, y las incursiones aéreas produjeron un efecto acumulativo de ruptura en la frágil red de producción y distribución elaborada con vistas a compensar las debilidades del sistema industrial”. La destrucción de centros insutriales y de las propias ciudades generaron un incuestionable perjuicio a la maquinaria de guerra alemana, pero sería la ocupación terrestre la que terminaría de poner de rodillas al Tercer Reich. Como recuerda Overy, en una guerra total resultan indisociables los distintos tipos de ataques y el panorama no hubiera sido igual si la economía alemana hubiera podido producir sin obstáculos durante los cinco años de guerra.
Respecto al hundimiento de la moral de los alemanes, Facon señala que el régimen nazi supo explotar la rabia de los alemanes ante cada nuevo bombardeo: "Contrariamente a la intención de los atacantes, las incursiones aéreas anglo-norteamericanas, revestidas de un carácter industrial o inscriptas en una lógica de terror, hicieron que los civiles se unieran detrás de sus dirigentes y forjaron un espíritu de resiliencia que había sido totalmente subestimado por los jefes del Bomber Command y de las US Army Air Forces".