Emerge un nuevo mundo en el que el espacio físico y las historias comunes se desdibujan. Individuos solitarios frente a pantallas conectadas a la red escogemos todo a la medida: religión, comida, sexo, vida, muerte… Pero el reverso del apogeo de la libertad individual pareciera ser una intensa soledad y una quiebra del sentido. Por si fuera poco, sentimos que, a medida que nos concentramos más en nuestro diseño personal de reducidísimo perímetro, fuerzas grandes e indiscernibles forjan —sin posibilidad de que incidamos en el proceso, coordinadas o no entre sí— el gran río en el que, precarias e inconexas, navegan nuestras cáscaras de nuez rumbo a una desembocadura que no alcanzamos a ver y que, en todo caso, no hemos conscientemente validado como destino.
Otras fuerzas —objetivamente complementarias— nos clavan en la plaza del pueblo celebrando glorias localísimas y esencias únicas “agraviadas” por ruines colosos. Demandan estas fogatas que reúnen a la tribu en la noche oscura —he aquí el detalle— soberanía, secesión. En el orbe hispanohablante —desde el siglo XIX— se hallan activísimas: han forjado decenas de Estados en Hispanoamérica. Su saldo: crónica inestabilidad, inerradicable pobreza, perpetua dependencia. Hoy operan claramente en los micronacionalismos lingüísticos peninsulares y en los indigenismos hispanoamericanos. Son marionetas de fuerzas que desean que los enanos permanezcan inconexos y sean cada vez más pequeños.
Descubrimos que la Inquisición española fue un fenómeno relativamente menor en el contexto de una Europa donde la intolerancia religiosa era la norma y se practicaba de forma más amplia y agresiva
Inconexos como individuos y en comunidades políticas impotentes: así nos quieren. Pero hay un grupo que, por su enorme potencial, merece un tratamiento adicional y singularísimo: nosotros, los hispanohablantes. Es administrado a través de un potente dardo: el autoaborrecimiento. Su veneno estalla en el centro de nuestro ser y socava toda posibilidad de firmeza, aliento, amplitud. Así, trocamos a nuestros ancestros que conectaron al mundo, que montaron un andamiaje global prodigioso y fundaron un pueblo mestizo en un territorio inconmensurable y desconocido en estandartes de abyección y atraso. ¡Hay que echarlos por la borda! Pero resulta imposible desprenderse de lo que nos es consubstancial. Así, erramos entre el desatino, la culpa y la vergüenza, y no podemos erigir un mástil que sostenga una vela relevante en el océano global… somos arrastrados por la corriente al cabotaje. Pero ha surgido un contraflujo inesperado: los hispanistas.
Hoy la palabra hispanista no abarca solo a personas estudiosas del ámbito hispánico. Incluye también a gente que —a ambos lados del océano y desde disímiles horizontes— revisa el pasado más allá de intimidantes ortodoxias y anacronismos crudos, contextualizando y comparando mucho… y llega a conclusiones sorprendentes: no debemos avergonzarnos o sentirnos culpables de tener ascendencia hispánica o de ser españoles. Así, descubrimos que la Inquisición española fue un fenómeno relativamente menor en el contexto de una Europa donde la intolerancia religiosa era la norma y se practicaba de forma más amplia y agresiva, con frecuencia sin marco jurídico formal. Y nada de genocidio en América. Si bien el encuentro claramente no fue entre ángeles, dio pie a un mundo nuevo donde el vencido ya no era exterminado y se mezclaba con el vencedor, ambos vasallos de la misma Corona y creyentes en el mismo Dios; ambos constructores de un imperio que, en los albores del XIX, prosperaba y vivía en paz interior, sin pestes ni hambrunas, bajo un orden adaptado a la diversidad y acatado por la inmensa mayoría de sus muy variopintos habitantes… Comienza así el quebrantamiento de la maciza losa de la leyenda negra, artefacto de guerra cultural activo desde el XVI, cuya propaganda terminamos insólitamente interiorizando. La grieta más visible infligida al edificio negrolegendario se abre en octubre de 2016: Imperiofobia y leyenda negra de María Elvira Roca Barea. Un parteaguas. Su amplísima difusión y discusión pública da más ímpetu y audiencia a quienes ya se batían y facilita la salida al ruedo de quienes rumiaban dudas en círculos restringidos o sencillamente no se atrevían a salpicar el sesgo imperante so pena de excomunión. Hoy el alcance hispanista se ha ampliado aún más: se manifiesta ya no solo en estudios, ensayos o artículos, sino también en redes sociales, eventos, novelas, musicales, documentales, películas… ha pasado de lo más bien académico a la sociedad toda. Netamente visible en España, pero también en curso en Hispanoamérica: Argentina, México, Perú, Venezuela, Ecuador… ¡e incluso los Estados Unidos!
El español es la segunda lengua en hablantes nativos, la tercera en internet, la segunda en sus plataformas sociales principales
La rebelión hispanista, unida a dos factores susceptibles de crear vasta comunidad, permite el optimismo. Son ellos: uno, el ciberespacio, abierto a todos en el mundo; dos, la lengua española, por su vocación comunicativa, enorme escala y adecuado equipamiento. Respecto a la escala, apunta el Instituto Cervantes, el español es la segunda lengua en hablantes nativos, la tercera en internet, la segunda en sus plataformas sociales principales. Tienen sus hablantes un poder de compra en torno al 9 % del PIB mundial. La combinación inglés-español provee el mayor poder de comunicación en los foros internacionales. Y en cuanto al acceso a internet, vital, el 70 % de los habitantes de territorios hispanohablantes lo posee. Respecto a su equipamiento para fluir en el ciberespacio, la nuestra es una de las cinco lenguas más avanzadas en ámbitos como inteligencia artificial, tratamiento de textos, reconocimiento de voz y traducción automática. Ello en virtud del interés privado en asegurar el mercado hispanohablante, del afán de instituciones como la RAE y Asale y de la inversión pública, esencialmente española. Esta última adquirió una aceleración impresionante y sin precedentes en el área en 2022: el Proyecto Estratégico para la Recuperación y Transformación (PERTE) de la Nueva Economía de la Lengua. Implica una inversión de más de mil millones de euros en campos clave: conocimiento en español, corpus lingüísticos, inteligencia artificial, ciencia, aprendizaje del español e industrias culturales. Pretende además este PERTE atraer mil millones de euros de inversión privada. De lograrse esta convergencia público-privada, los montos de este PERTE serían netamente mayores a los de la Unesco para el bienio en curso, lo cual nos da una cabal idea de las magnitudes de la inversión. De ser ejecutada de manera total y eficiente, el equipamiento de la lengua española para su uso en la dimensión virtual y en el diálogo —oral o escrito— con las máquinas se hallará a la vanguardia. Las ventajas culturales, políticas y económicas de esta circunstancia se pierden de vista.
Ya hemos hecho retroceder a formidables poderes, incluso antes de que surgiesen las plataformas sociales en línea: recordemos el intento de borrado de la eñe de nuestros teclados
Una comunidad gigantesca, sin complejos, convergiendo en internet en un solo idioma en tiempo real y sin fronteras se halla en posesión de una posibilidad clara de ejercicio palpable de poder global. Ya hemos hecho retroceder a formidables poderes, incluso antes de que surgiesen las plataformas sociales en línea: recordemos el intento de borrado de la eñe de nuestros teclados. Escritores, instituciones, humoristas, cantantes, ciudadanos de a pie… ¡unánime rechazo a la desaparición de nuestra singular letra! Centenares de millones constituimos una fuerza irresistible. Gracias a ella, la eñe todavía permanece en nuestros teclados. ¿Qué ocurriría si con los recursos ciberespaciales actuales hallásemos otras causas?
La familia hispánica no ha cesado de añorar la casa grande en la que, toda junta, era fuerte y relevante. Ello se ha traducido en recurrentes llamados a la unidad. Todos estériles. Todos de arriba hacia abajo. Todos incapaces de mover a oligarquías locales a abandonar sus pactos globales en beneficio de un proceso de creciente interdependencia y cohesión de territorios hoy inconexos y a la deriva. Idealismo, lirismo, espiritualidad, marxismo, integracionismo, tecnocratismo… tentativas sin asideros suficientes. La rebelión hispanista puede, desde una base anímica sólida y a partir del ciberespacio, evadir los escollos: relatos lastrantes, entusiasmos irrealistas o abiertamente delirantes, distancias geográficas, fragmentación política, reglamentación diversa. En efecto, con el ánimo entero y desde la ciberplaza común, al margen del lugar del mundo en que nos encontremos, convocados en español por cualquier hispanohablante, podemos puentear las barreras político-jurídicas y congregarnos, centenares de millones, en un tris, para presionar en asuntos de común conveniencia. Obtendríamos, sin duda, muchas victorias y recuperaríamos, desde resultados tangibles, procediendo de abajo hacia arriba, el espíritu de cuerpo… y ello pondría ante nuestros ojos la absoluta irracionalidad de nuestra fragmentación actual, empujaría un proceso centrípeto que iría generando una institucionalidad que nos cohesionaría gradual y naturalmente.
El corral de la irrelevancia
El mundo de los grandes teme una reedición del inmenso poderío global que el orbe hispánico ejerció. Consciente de nuestro potencial —de las brasas puede resurgir el fuego—, cuida de mantenernos en el corral de la irrelevancia —cachorros de león— minando nuestra autoestima y relegándonos a una periferia de turismo, materias primas, dependencia y deuda eterna. Pintorescos, coloridos, festivos, simpáticos, sensuales… pero nunca en situación de negociar desde una posición capaz de imponer puntos en la agenda del poder verdadero. No perdamos esto de vista: en la reconstitución del espíritu de cuerpo deberemos hacer frente a fuerzas formidables. Pero hoy esta situación puede y debe ser revertida. Convergen los factores que dan la escala y la fuerza necesarias: lengua de centenares de millones, ciberespacio accesible a todos, necesidad de salir de la soledad del cubículo y de la impotencia del campanario… y la salida del autoaborrecimiento de la mano de la creciente rebelión hispanista, que nos devuelve una autoimagen que permite desplegar nuestras velas sobre mástiles cada vez más firmes, aptos para navegar, otra vez, en alta mar.