“Necesitan volver a ser unos hijos de puta”. La frase cayó a plomo de los labios de un compadre, abofeteado por la derrota de su equipo. Y había un fondo de verdad en esas formas tan gruesas. El Atlético de Madrid echa de menos al belicoso Raúl García más de lo que nunca añoró al Forlán que fue Bota de Oro. El Calderón tolera que a su equipo le falte fantasía, pero no soporta que los suyos no tengan agallas. Y esa crisis de identidad separa de su grada a una tropa del ‘Cholo’ que, por primera vez en muchos derbis, perdió el sábado sin honor en la batalla.
Es probable que el lirismo rojiblanco que asomaba en algunos partidos de esta temporada haya sido la principal víctima del derbi. Alguien terminó convenciendo a Simeone tras el Waterloo de Milán de que había que jugar bonito a la vez que ganar. Que ser campeones de Liga y estar dos veces a una uña de ganar la Champions no era suficiente, sino de una eficacia vacía, casi grosera con el público neutral. Y el cambio de discurso le ha costado, aparentemente, una seria involución al equipo.
El Atleti es un gran púgil, pero no es una mole. Sabe encajar y economiza bien sus dos o tres golpes limpios por combate. Es capaz de ganar muchas peleas a los puntos, pero no tantas por un KO fulminante (donde a un lado hay Cristianos, al otro hay Gameiros). Quizá por eso fue un error escuchar al coro de críticos que le exigían boxear a tumba abierta. Pocos equipos del mundo son capaces de deshacerse de un Atlético rockero, pero su versión Von Karajan es sensiblemente más vulnerable.
Nostalgia de un estilo aguerrido que entronca con el concepto bilardiano que tanto criticaban las tertulias pero que tan buenos resultados daba, mientras, a la plantilla. Y que optaron por tocar cuando mejor funcionaba. No quiere decir esto que al Atlético del “molestamos” le faltase talento, pero le sobraba testosterona. A un fútbol intenso e incisivo (¿de verdad queda alguien que crea que se gana una Liga plantando el autobús durante nueve meses?) se unía un espíritu militar que ahora echan de menos.
Nadie en la ribera del Manzanares quiere ver a cuatro mediapuntas
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