Opinión

“Izquierda y derecha son la misma mierda”, o cuando los putinejos aullaron el 23J

Los turras han sido los dueños de la política española durante la última década. Nos advertía estos días Narciso Michavila de que las entradas a las grandes ciudades probablemente se colapsarían a las siete de la tarde del

Los turras han sido los dueños de la política española durante la última década. Nos advertía estos días Narciso Michavila de que las entradas a las grandes ciudades probablemente se colapsarían a las siete de la tarde del domingo y eso podría dificultar a muchos de españoles el ejercicio del derecho al voto. A esa hora, según Google Maps, había tráfico fluido en las principales arterias por las que circulan los coches en Madrid y en Barcelona. Habrá quien haya estado preocupado durante todo el día sin razón, ante la sospecha de que no iba a llegar a votar por encontrar un atasco en la autovía. Los turras le habían alarmado sin razón una vez más. Turras demoscópicos, turras de partido y turras de tertulia.

La realidad, por fortuna, sucede en una dimensión paralela que es muy distinta a la que dibujan con sus habituales malos augurios. A las 19.55 de este domingo, mientras las campanas de la madrileña Real Colegiata de San Isidro llamaban a 'misa de ocho' en Madrid, en el centro de votación anexo había más apoderados y reporteros que votantes. Un vocal de mesa dormitaba a esa hora, una chica con vestido de playa subía a la carrera por las escaleras y dos representantes de Sumar acompañaban a otra votante acelerada a la segunda planta. A las 20.01, una treintañera con gafas de sol y atuendo de ‘vermú torero’ intentaba acceder al interior, pero cuatro policías se lo impedían. “Han tenido doce horas para hacerlo y vienen a la crítica hora”, decía el más simpático. Los otros tres parece que no estaban muy de acuerdo con la decisión de Pedro Sánchez de adelantar las elecciones. Estaban cansados. Sea como sea, quien quiso votar, votó, salvo casos aislados.

Lo mejor de cada casa

Tampoco esbozaban precisamente una sonrisa los agentes de la Nacional que vigilaban la concentración que estaba convocada a las 21.30 en la Plaza de las Cortes, junto a la puerta del Hotel Palace. Había sido convocada por una asociación que se llama Junta Democrática, a la que apoyan algunos de los personajes menos críticos con Putin -por así decirlo- del ruedo ibérico.

La Delegación del Gobierno trató de frenar la protesta al considerarla contraria a la normativa electoral, pero los organizadores acudieron a los juzgados y recibieron la autorización. Entre los convocantes se encontraba Rubén Gisbert, ese abogado y activista que con tanto empeño la ha emprendido contra la OTAN por su política para con Ucrania, pero que tan poco incisivo ha sido con Rusia. También el coronel Pedro Baños -¿cabe alguna duda a estas alturas?- y algún representante de esas facciones que oscilan entre el neocomunismo y la ideología násbol. La cual, por cierto, Putin reprimió.

Así que mientras la mayoría de los españoles prestaba atención al recuento electoral, al lado del Congreso de los Diputados se gritaba “Las siglas de partido son un timo”, “Yo no voto” o “Izquierda y derecha son la misma mierda”. Diez años después del 15M, aquello sonaba a algo añejo. España no es la misma ni Madrid tampoco. Los intentos de capitalizar ese malestar suenan hoy a turra. En esta marcha no eran hoy más de 250. Y el discurso radical ha tenido menos apoyo que en los últimos años en las urnas.

De Ferraz a Génova

Al filo de las diez de la noche, en Ferraz no sabían si celebrar el incremento de escaños del PSOE o si guardar cautela. Los pocos simpatizantes que estaban por allí a esa hora se apoyaban en las vallas que había colocado la policía frente a la sede. En la Taberna El Lagar, cuatro o cinco socialistas trajeados observaban con atención el recuento en La 1 y las terrazas estaban más llenas que la calzada. A las 23.15, la cosa había cambiado y los presentes ondeaban banderas socialistas y de la colectividad LGTBI mientras bailaban una canción de Rigoberta Bandini.

A cuatro paradas de metro de allí (línea 4) se encuentra la calle de Génova, donde los afiliados demostraban un poco más de entusiasmo. Era más bien una alegría artificial. Una efusividad escasa. El espíritu de la afición agradecida con el equipo que no cumple con las expectativas. La pantalla del cuartel general del Partido Popular mostraba imágenes de Vicente Vallés bajo una lona enorme con la fotografía de Alberto Núñez Feijóo. Cada vez que los populares subían un escaño en el recuento, la multitud (que no era tan múltiple) aplaudía y -ojo- cantaba eso de 'Sí, se puede'. Es decir, el grito de guerra de la izquierda contemporánea.

También se escuchaba aquello de 'Que te vote Txapote', es decir, ese cántico que tanto defendían los intelectuales del columnismo punki, tan dados a cambiar de partido cada vez que llevan a la ruina el anterior, y que quizás haya servido más para movilizar a la izquierda que a la derecha. Los que lo han gritado a los cuatro vientos durante las últimas semanas también podrían ser definidos como turras. Al igual que tantos politólogos, patrioteros, michavilas y tuiteros que tanto han contribuido a que durante la campaña se haya perdido tantas veces el decoro y el rumbo.

Decía José Manuel García Margallo durante una entrevista, que concedió a este periódico -poco antes de que Pablo Casado comenzara a agonizar- que la derecha sólo es capaz de alcanzar el Gobierno cuando se modera. Habrá que analizar estos días lo que ha ocurrido en estos comicios, pero, desde luego, parece que el miedo a Vox ha podido pesar más en el votante de izquierdas que el descontento con Pedro Sánchez. Porque Núñez Feijóo ganó claramente el cara a cara al presidente del Gobierno hace dos lunes, pero los resultados le dejan más lejos de Moncloa que a Sánchez y sus socios -con la sombra de la repetición electoral-. Y, lo peor, hacen que la formación del nuevo Ejecutivo dependa de que Carles Puigdemont exhiba el dedo pulgar hacia arriba o hacia abajo.

Hubo quien pensó que el 'Que te vote Txapote' era un 'Yes, we can' y todavía lo seguía esta noche coreando en Génova 13. En esto de la política, a veces es tan importante gustar a los tuyos como que no te detesten los contrarios. Y eso no lo ha medido muy bien la parte más dura de la derecha. Tampoco el hecho de que Sánchez tenía más fácil reclutar apoyos parlamentarios. Desde luego, ha sido una noche de cánticos extraños. “Yo nací para ser perra”, de Rigoberta; 'Que te vote Txapote', de aquel tipo que gritaba como un descosido por la televisión y el “la izquierda y la derecha son la misma mierda”, de putinejos, tuiteros y trasnochados.

Llega agosto y la agostidad y sólo cabe esperar que de aquí en lo sucesivo los turras reciban menos atención. Los de colectividades insoportables, los de pluma sesgada y los que tienen un especial afán por llenar el plato de forma fácil y abundante.

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