Un Yasin Kanza, inmigrante ilegal nacido en Marruecos, asesinó la semana pasada a un sacristán e hirió a otras cuatro personas en Algeciras. Lo hizo “en el nombre de Alá”; luego volveremos a ello.
Desde entonces, los equilibristas mediáticos andan rebuscando en los cajones para ver si encuentran alguna factura con la que establecer la igualdad entre todas las religiones, amén. En La Sexta Clave titulan el reportaje ad hoc con estas palabras: “Los cristianos también han matado en nombre de la religión: ¿cuáles han sido los casos más recientes?”.
Las Cruzadas para ir abriendo boca, demasiado previsible. El siguiente ejemplo ya introduce todos los elementos característicos de nuestro Industrial Light & Magic pornocultural: Anders Breivik, el “ultracatólico” que asesinó a 77 personas en Noruega. Breivik se declaraba a veces culturalmente cristiano. Otras veces decía que no era un hombre excesivamente religioso, sino ante todo un hombre entregado a la lógica. Y también llegó a escribir que no se consideraba cristiano. Era antimusulmán y antimarxista y había puesto nombre a las armas con las que cometió la matanza: Gungnir y Mjolnir, la lanza de Odín y el martillo de Thor. Decía muchas cosas, porque en casos como este las voces son siempre múltiples y variadas. Un informe antes del juicio sugirió que tal vez sufría esquizofrenia paranoide; otro posterior lo rebajó a trastorno narcisista. Pero como la semana pasada un marroquí asesinó en nombre de Alá a un sacristán en Algeciras, las productoras culturales tienen que ofrecer contenido de calidad; y así es como un trastornado neonazi odinista se convierte en un terrorista “ultracatólico”, para equilibrar.
Los productores querrían haber encontrado algo como esto.
Somos de Dios y a Dios volveremos.
Estoy informando a todos los valientes católicos del mundo que el autor de 'Versos satánicos', un texto escrito, editado y publicado contra el Cristianismo, el Hijo de Dios y la Biblia, junto con todos los editores y editoriales conscientes de su contenido, están condenados a muerte. Hago un llamamiento a todos los católicos valientes, dondequiera que se encuentren en el mundo, para que los maten sin demora, para que nadie se atreva a insultar las creencias sagradas de los católicos en lo sucesivo. Quien muera por esta causa será mártir, si Dios quiere. Mientras tanto, si alguien tiene acceso al autor del libro pero es incapaz de llevar a cabo la ejecución, debe informar a la gente para que sea castigado por sus acciones.
Querrían encontrar a alguien que fuera la principal autoridad religiosa y el líder supremo de un país católico y cuyas palabras en la radio pudieran suponer una sentencia de muerte contra un escritor. Algo como el párrafo anterior, la fetua del ayatolá Jomeini, con su recompensa oficial, pero en cristiano. No existe. Lo más cercano podría ser aquel mensaje que el Papa Francisco pronunció en un avión una semana después de los atentados islamistas contra Charlie Hebdo, hablando sobre los límites de la libertad de expresión: “Yo creo que no se puede reaccionar de manera violenta, pero si el señor Gasbarri, gran amigo, dice una mala palabra sobre mi madre, ¡pues le espera un puñetazo! ¡Es normal! Es normal. No se puede provocar, no se puede insultar la fe de otras personas”.
Las palabras de la principal autoridad del catolicismo fueron vergonzosas, pero no hizo ningún llamamiento a los católicos para que asesinaran a quienes ofenden a su religión
Es uno de los ejemplos más cercanos y al mismo tiempo la distancia es enorme, porque después de esas palabras el avión no se estrelló contra Irán, sino que aterrizó tranquilamente en su destino. Las palabras de la principal autoridad del catolicismo fueron vergonzosas, pero no hizo ningún llamamiento a los católicos para que asesinaran a quienes ofenden a su religión. Al contrario: “Matar en nombre de Dios es una aberración”. También dijo esto; entre otras razones, porque es lo que los católicos esperan de él.
No sabemos si el asesino de Algeciras mató por su religión, por las drogas o por un cerebro defectuoso. Sólo sabemos lo que dijo. Y lo que la prensa está diciendo sobre él. En El País titulan así la última noticia sobre Yasin Kanza: “El atacante de Algeciras recibió tratamiento psiquiátrico en Marruecos y carecía de antecedentes penales y policiales en su país”. Es un titular honesto, aunque el primer sustantivo hace creer que estamos hablando de un delantero del Wydad Casablanca. El historial médico es mucho más útil que el registro de la biblioteca si queremos explicar el asesinato cometido por un hombre solo. También si quisiéramos predecirlo. Pero el periodismo y la política tienen sus códigos, y no todos los asesinos tienen la suerte de Yasin Kanza. También en El País se puede leer la siguiente noticia: “Un hombre asesina a su pareja en Sestao. De confirmarse como un caso de violencia machista, sería el segundo de esta semana y el número 38 en lo que va de año”. En el asesinato de Sestao tampoco había denuncias previas. Lo que había era un tratamiento psiquiátrico por esquizofrenia, persecuciones imaginarias y el suicidio después de haber matado a su pareja. Había todo eso, pero sobre todo había un relato inamovible: la violencia de género.
Cualquier atentado en nombre de algo debe ser analizado con la precisión de un quirófano, porque entre el cerebro y las palabras no siempre hay una comunicación directa. A veces el asesino pertenece a la categoría de Said Kouachi o García Gaztelu; señalamientos claros, apoyo social, objetivos compartidos y planes racionales. Otras veces nos encontramos con un Mark David Chapman; soledad, drogas, medicamentos, trastornos mentales y un catálogo de detonantes entre los que elegir.
Sólo hay una categoría de asesino ante la que la precipitación es una exigencia política y periodística. El asesino adoctrinado en escuelas de radicalización machista. El consumidor de mensajes radiofónicos que llaman a los hombres a matar mujeres por el hecho de ser mujeres. Una categoría de la que no existe ningún caso. Y, sin embargo, ahí los tenemos. Los únicos asesinos aislados de la psiquiatría forense.