Desde que hace unos días el INE hizo público que el crecimiento del PIB en 2022 alcanzó el 5,5%, el presidente del Gobierno empezó a mover su cola como un auténtico pavo real y he de confesar que no sé si me subleva más la crítica situación de la economía española o que, pese a ello, Pedro Sánchez presuma de lo contrario.
Empezando por la evolución del PIB, cierto es que el aumento del 5,5% no es un mal dato, pero su adecuada valoración requiere tener en cuenta varias circunstancias que en el habitual triunfalismo de Sánchez y los suyos son intencionadamente omitidas. Una, que la previsión inicial del Gobierno, plasmada en el cuadro macroeconómico que acompaña a los Presupuestos Generales, era que en 2.022 el crecimiento económico superase el 7%. Dos, que siendo España el país más atrasado entre los de nuestro entorno en recuperar el PIB perdido por el shock pandémico, faltaría más que ahora no crezcamos a un ritmo superior a los que ya lo habían recuperado. Tres, que los datos de evolución del PIB en los dos últimos trimestres, 0,2% en cada uno, evidencian que nuestra economía se encuentra cerca del estancamiento. Cuatro, que el no estar ya estancada se debe exclusivamente al ritmo desbocado del gasto público, pues su contribución al último crecimiento trimestral llega hasta el 0,4%, lo que supone que de obviarse el consumo estatal el PIB se habría reducido en el cuarto trimestre. Y quinto, que entre los componentes del PIB resulta especialmente alarmante el brutal descenso habido en la inversión privada. Todas estas consideraciones están ausentes del discurso que, rodeado de tambores y timbales, nos es regalado por Sánchez.
Que las empresas españolas no pueden siquiera mantener su nivel de empleo es un síntoma del estado de la preocupante coyuntura económica
En su triunfal discurso, el presidente del Gobierno también evita referirse a los 81.900 empleos que se han destruido entre octubre y diciembre de 2022, otro detalle preocupante que revela la actual tendencia negativa de la economía española y que sería mayor -hasta 101.900- si el dato no estuviera dopado con los 20.000 puestos de trabajo que han engordado la ya gruesa nómina de empleados públicos. Que las empresas españolas no pueden siquiera mantener su nivel de empleo es un síntoma del estado de la preocupante coyuntura económica por la que atraviesa España, pero por lo que se ve ni Sánchez ni su Gobierno le confieren relevancia alguna.
En su triunfalismo, tampoco otorga Sánchez trascendencia al enquistamiento del desbarajuste en las cuentas públicas. No se la da a que el déficit público siga en torno al 5% pese a habernos aumentado sideralmente la presión fiscal -hasta el 42% según el Instituto de Estudios Económicos-. Y tampoco a que la deuda pública haya superado ya el billón y medio de euros y suponga en torno al 115% del PIB. En ambos casos superamos amplia y desgraciadamente las reglas fiscales de la UE, por lo que cuando la Comisión de Bruselas reestablezca su vigencia, España vendrá obligada a realizar bruscamente los ajustes que no se están realizando antes con mayor suavidad.
En su actitud triunfante, Sánchez tampoco relata de modo fiel la crítica situación que están atravesando las familias españolas. La actual renta media en España medida en términos reales -tras aplicar el aumento del IPC como deflactor de la nominal- es inferior en un 6% a la existente antes de la crisis pandémica, y la renta disponible per cápita se ha reducido aún en mayor medida dada la voracidad fiscal que viene aplicando el Gobierno. Con el empobrecimiento que supone lo expuesto, los hogares españoles han de afrontar un gasto familiar cuyo principal componente –gasto en alimentación y bebidas no alcohólicas, un 22% del total- ha visto aumentar sus precios en un 15% en los últimos doce meses. Según parece, las familias españolas no forman parte de “la gente” para la que Sánchez afirma dirigir su acción de Gobierno.
Por lo que se ve, los actuales y futuros pensionistas tampoco forman parte de “la gente” que merece la atención de la gestión política de Sánchez y su Gobierno.
Qué decir del mega problema del sistema público de pensiones, cuya sostenibilidad futura está tan ausente del discurso triunfante de Sánchez como de la acción política de su Gobierno. Lo está hasta el punto de haber incumplido la exigencia de la Comisión Europea en orden a que le fuera remitido antes del 31 de diciembre pasado el proyecto de reforma que garantice la viabilidad financiera de las pensiones públicas de los futuros pensionistas y ¡también la de los actuales para los años próximos más inmediatos! Los agentes sociales presentes en la negociación de los temas pendientes de definir: edad de jubilación, periodo de cómputo para determinar el importe de la pensión, cambios en el sistema de cotizaciones …, cuentan y no paran acerca de la inacción del ministerio de Escrivá en los asuntos por decidir. Apenas se convocan reuniones, a las convocadas acuden los representantes ministeriales con las manos en los bolsillos sin un solo documento, durante su desarrollo no realizan propuesta alguna, no existe calendario previsto de avance ni orden para la resolución de los temas en cuestión. En fin ¡un caos! Por lo que se ve, los actuales y futuros pensionistas tampoco forman parte de “la gente” que merece la atención de la gestión política de Sánchez y su Gobierno.
En fin, que España y los españoles distan mucho de vivir en el país de las maravillas que dibuja nuestro presidente, por mucho que de modo absolutamente injustificado se pavonee cada vez que lo pinta. Es evidente que su política de comunicación sigue la máxima según la cual no importa la realidad, sino como se cuenta, pretendiendo que el falso contenido de su discurso enmascare la situación real de nuestra economía. Solo una pega Sánchez, cuando la distancia entre la realidad y la ficción es demasiado grande, los destinatarios del falso mensaje acaban descubriendo la trampa.