Al final, la prometida refundación de Ciudadanos no ha sido la de España. Ni siquiera la de Cataluña; tan sólo han conseguido la de la propia marca electoral. Y será además una refundación simulada. Los dos candidatos a liderar el proyecto actuaron hasta el último momento como si aún hubiera partido, pero hace ya demasiado tiempo que Ciudadanos era otra cosa. Montano describía muy bien su estado la semana pasada: Peter Sellers al comienzo de El Guateque. El trompetista que insiste en permanecer en el plano una y otra vez pensando que resiste heroicamente a la muerte, cuando en realidad lo único que consigue es ofrecer un ridículo interminable
La renovación de las dos candidaturas era en el fondo un intento de reanimación, y además la receta era la misma: ser capaces de pactar “con la izquierda y con la derecha”. ¿Qué significa esto? Pues exactamente lo que parece. Desterrar cualquier línea roja en cuanto a los principios, estar dispuestos a transigir con lo inaceptable y convertirse definitivamente en el único partido instalado en una realidad alternativa. Una realidad en la que hay un PSOE con límites y un PP con principios.
Pero la realidad no es esa, y probablemente no lo será nunca. Para eso precisamente surgió Ciudadanos. Para hablar una y otra vez de la normalización de la izquierda abertzale, plasmada en aquella portada de El Diario Vasco: Idoia Mendia, Andoni Ortuzar, el de Podemos y Arnaldo Otegi. El primer consenso. Para hablar en castellano en el Parlamento de Cataluña, para recordar que en cada vez más regiones españolas se impide estudiar nuestra lengua común, para jurar que allí donde nacieron como partido se produjo hace unos años un golpe de Estado aupado en la voluntad popular. El segundo consenso. Y sobre todo para señalar el elemento común en esos dos consensos tóxicos de Cataluña y País Vasco: el PSOE.
Ciudadanos no nació para ser acogido en el consenso, sino para pincharlo. No nació para instalarse en la comodidad cobarde, sino para la confrontación política. Hubo tres momentos especialmente importantes en su historia como partido nacional: los actos en Alsasua, Rentería y Miravalles. Estuvieron donde había que estar, sabiendo que no iban a cosechar grandes apoyos. Contaban con el odio de la izquierda local, reflejado en el paseíllo con el que los vecinos de Rentería despidieron a los simpatizantes. Contaban también con las risas y el desprecio de los partidos y periodistas de la izquierda. Ander Gil, hoy presidente del Senado, supo condensar todo eso en un tuit que es historia de España:
Y fueron a agitar el odio a #Alsasua los que nunca tuvieron q mirar por la mañana bajo su coche, los q nunca despidieron a un compañero en un funeral. Nada se construye desde el odio. No teneis proyecto de convivencia para unir a los españoles. Solo vivis de los conflictos
El principio del fin no fue, como repiten los analistas, el no rotundo de Rivera a Sánchez; aquello era una exigencia ética y estética
El partido que fue Ciudadanos logró ganar unas elecciones en Cataluña, una victoria importante y simbólica, pero lo mejor que hizo en su historia política fue forzar al PSOE a mostrar sus miserias, y permitir que los españoles las vieran. Lo peor que ha hecho es renegar de esa actitud y vender la idea de que el PSOE es un partido con el que habría que tender puentes.
Se ha escrito mucho sobre cuándo se jodió Ciudadanos. El principio del fin no fue, como repiten los analistas, el no rotundo de Rivera a Sánchez; aquello era una exigencia ética y estética. El principio del fin fue la infantilización del partido. Empezó con Rivera y el perrito Lucas y llega hasta estos días con el nuevo liderazgo de Patricia Guasp, que habla de un “proyecto estatal” y de “Balears” mientras se abre a pactos con Francina Armengol. Pasaron, en fin, de enfrentarse al odio de los abertzales y a las burlas de los socialistas a votar con el PSOE para abolir las armas nucleares; en el Ayuntamiento de Burgos.
La historia de Ciudadanos podría haber sido la del partido que consiguió introducir reformas profundas y cambios necesarios en España. Tenían -y tienen- a gente lúcida y valiente. Los líderes del partido prefirieron otra cosa: abrirse a la izquierda y la derecha para ofrecer lo peor de cada una de ellas.