Opinión

¿Hacia dónde va la guerra de Ucrania?

El zar solitario puede pasar a encontrarse en una situación de creciente debilidad y soledad

  • Vladimir Putin

Una operación militar especial fue como definió Putin la invasión de Ucrania a partir del 24 de febrero de este año. Injustificada, pues nunca se definió claramente sus límites. Injustificada también, pues anunciar que tenía como objetivo desnazificar Ucrania parecía una broma de mal gusto en un país gobernado por un presidente, Zelenski, él mismo de origen judío. Y mal, muy mal ejecutada: la sensación de guerra relámpago con la sensación que el ejército ruso pudiera apoderarse del gobierno ucraniano en 24/48 horas saltó por los aires prácticamente desde los primeros días; desde que comprobamos su incapacidad y posterior renuncia para tomar Kiev.

A partir de ahí asistimos, entre barbaridades y salvajadas rusas sin cuento, a una guerra de desgaste inacabable, en que el ejército ruso se iba expandiendo por el Noreste hasta conquistar el Dombás y proseguir por el Sureste hasta enlazar con la península de Crimea. Así ha sido en estos largos meses.

Hasta principios de este mes de septiembre, en que las tornas de la guerra parecen estar cambiando. Primero, el anuncio ucraniano de una contraofensiva contra Jersón en el Sur del país, seguida de un automático refuerzo ruso con tropas en esa región, en tanto constituye un punto de unión estratégico entre el Dombás y Crimea. Pero no, en una maniobra que no deja de recordar el desembarco aliado en Normandía en 1944, en lugar de Calais donde era esperado por los alemanes, la contraofensiva ucraniana tuvo lugar en la región de Járkov, en el Norte del país y avanzando hacia el Noreste. Han pasado los días y asistimos a un desmoronamiento del ejército ruso que huye dejando atrás sus depósitos de armas y de municiones, en un marco de profunda desorganización en que también miles de prisioneros rusos quedan atrás. Y así, en estos días de septiembre, las autoridades ucranianas declaran alborozadas que han liberado más de seis mil kilómetros cuadrados, tanto como en la guerra de desgaste previa costó al ejército ruso ocupar ese mismo territorio por tres meses.

¿Se trata de un revés temporal o de un cambio de fondo en las perspectivas de la guerra? Es la pregunta clave. La reacción de Moscú deberá contestarla pronto; pero los rusos no cesan de enviar hasta ahora más que señales de debilidad.

Lo están anunciando ya movimientos a cargo de concejales en los ayuntamientos de San Petersburgo o Moscú, que piden el cese del Presidente Putin

A su vez, el líder del partido comunista ruso exige a Putin una movilización total, habla de guerra y no de mera “operación especial” y apela a una leva de la población en edad militar, una movilización general. En la misma estela se encuentran los sectores más belicistas de la política rusa, conscientes de que en estos momentos lo que está en juego es el porvenir de la guerra y el riesgo de una derrota militar agitada por el previo desmoronamiento del ejército. Si el avance ucraniano prosigue y alcanza no sólo el Este sino también el Sur del país, es probable que Putin no tenga más elección que entre la escalada militar y la negociación. El zar solitario que ha conducido hasta aquí la guerra, que ha encajado las sanciones económicas y el aislamiento ruso, que ha replicado eficazmente con el petróleo y el gas, convirtiendo a la Unión Europea en el auténtico adversario estratégico de la guerra, puede pasar a encontrarse en una situación de creciente debilidad y soledad. Lo están anunciando ya movimientos a cargo de concejales en los ayuntamientos de San Petersburgo o Moscú, que piden el cese del Presidente Putin, con el riesgo evidente de las represalias que puede lanzar contra ellos un poder tan autocrático como el que gobierna Rusia.

Todo puede ocurrir en ese caso: la desmovilización del ejército ruso, incluidos abandonos militares. El choque abierto en los sectores del poder ruso, incluso con golpes palaciegos. En cualquier caso, una sensación de debilidad e inestabilidad del poder ruso, incapaz de resituarse con un mínimo de organización. No sería nuevo en aquel país: ya en agosto de 1991, los sectores más rígidos y duros del poder soviético de la época dieron un golpe de estado en Crimea contra el recientemente fallecido Mijaíl Gorbachov. Aquella intentona fracasada llevó, en pocos meses, a la desintegración de la Unión Soviética.

Lo que sí sabemos, esto no es precisamente nuevo en la historia es que, de llegarse a ajustes de cuentas en las élites gobernantes rusas, serían probablemente salvajes en caso de que se consumara el desmoronamiento del ejército ruso. Atención a estos días, lo radicalmente imposible de vaticinar puede estar por llegar, y hoy es imposible saber en qué podría consistir.

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