Forman un grupo exclusivo, ágil, solvente, infranqueable. Actúan con prudencia vaticana (a. de. F.), se mueven con supersticioso sigilo, ejecutan con impecable eficacia. Son 'los gallegos', el equipo que acompaña a Alberto Núñez Feijóo desde hace lustros y que esta primavera aterrizó en Génova.
El líder del PP es un tipo hermético, reservado, administra sus palabras y mide sus gestos. No frecuenta la simpatía aunque domina el arte de referir sucedidos y anécdotas. Fundamentalmente, es un político huidizo, algo escéptico y de sangre fría. Será la huella céltica. Y lo fundamental, Feijóo no se fía de nadie salvo de esos fieles que se trajo de Galicia para peregrinar mansamente hacia la Moncloa.
No meter la pata es la máxima favorita de la casa, algo difícil de concretar en una organización donde imperan las cotorras y los bocones. Para ello, se ha priorizado el control en la comparecencia ante los medios. Se acabaron las improvisaciones y los espontáneos, la verborrea sin pausa y el exhibicionismo sin mesura. Ahora todo obedece a un procedimiento rígido y firme, como en un monasterio, donde se no deja un resquicio al zangolotino ni una rendija a los sabiondos.
Ni gritos ni voces. Una ley que se cumple a rajatabla y que altera los ritmos vitales de la Moncloa donde se percibe un estado de alteración nerviosa merecedora de atención de un especialista
Tras su debate del martes en el Senado, fue Feijóo in person quien protagonizó el obligado corrillo con los periodistas. No cedió el turno ni a un acólito ni a un monaguiillo, y menos aún a alguno de esos voluntariosos correveidiles que persiguen alcachofas para arañar un favor o un titular. Tachó discretamente a Sánchez de 'faltón' y no fue más allá. "Yo no he venido aquí a insultar sino a ganar las elecciones", había advertido tras su salida de Santiago, hace seis meses. En la nueva Génova nadie se desmanda, nadie se despista, nadie va por libre. Ni gritos ni trifulcas. Una ley que se cumple a rajatabla y que altera los ritmos vitales de la Moncloa donde, como pudo observarse en la persona del presidente del Gobierno, se percibe un estado de crispación nerviosa merecedora de la atención de un especialista. A más calma en el PP, más histeria en el PSOE. Vasos comunicantes.
Mar Sánchez y Marta Varela, ambas periodistas, ambas llegadas de la Coruña, hábiles y discretas, han puesto orden en el anterior guirigay. Coordinan la presencia de Feijóo en los medios. Administran las comparecencias, sopesan los encuentros, miden las entrevistas... Madrid no es Santiago y el biotopo periodístico es bien distinto. Llevan 20 años con el jefe, se saben todas sus manías, sus recelos, sus debilidades y sus escenarios propicios para el acierto. Son elementos clave para la buena marcha de la estrategia comunicativa. Junto a ellas, Luis de la Matta, también trasvasado desde Galicia, dirige las relaciones del partido con la prensa, un proceloso maremágnum en el que mantiene con habilidad el rumbo requerido.
Autonomista por vocación y por obligación, Feijóo escucha a Juanma Moreno, el barón premium, el héroe que acabó con la hidra tóxica del socialismo en Andalucía. Lo de Ayuso ya es otra cosa
Tras la defenestración de Pablo Casado, se han efectuado algunos retoques internos sin alcanzar la categoría del 'estropicio', como diría Carlos Lesmes. Se trajo a Miguel Tellado, otro gallego de confianza, para ajustar la sala de máquinas del partido. No ha tenido siquiera que remover a los portavoces parlamentarios. Cuca Gamarra, Javier Maroto y Dolors Montserrat siguen al frente de los grupos respectivos en Congreso, Senado y Eurocámara bajo la supervisión de Álvaro Pérez, desplazado desde su puesto como primer fontanero de la presidencia de la Xunta. Puestos a no tocar, ahí sigue Javier Arenas, senador casi vitalicio, quien juró su cargo en la Cámara Alta desde una orondez algo descompensada. Para cuestiones diversas de alta política se recurre a Esteban González Pons, veterano, experto, fiable y gourmand de la vie. Está ahora encargado de resolver el laberinto de la renovación del CGPJ. Tarea fácil. No es no. Y punto.
Juan Bravo, de la factoría andaluza, dirige con sigilo el equipo económico que prepara las cien primeras medidas para los cien primeros días de Gobierno de los populares, allá por diciembre del próximo. Un gabinete de cartujos, sólido y férreo, en el que se trabaja en voz baja y se habla entre susurros, sin guiños ni filtraciones. Apenas se conoce quiénes integran este esforzado club de virtuosos de los balances y los presupuestos. En una España asfixiada por la crisis y ahogada por la inflación, serán la clave en la campaña de las generales.
Ah!, pero no habla inglés
Autonomista por vocación, tradición y obligación, Feijóo escucha a Juanma Moreno, el barón premium del partido, el héroe que acabó con la hidra tóxica del socialismo en Andalucía, la estrella emergente de la familia. Este verano compartieron días de asueto en las Rías. Una relación in progress. Con Isabel Díaz Ayuso mantiene una cordialidad inteligente. Se necesitan, se respetan. Desde una indisimulada distancia y un notorio desapego, el líder de la derecha dispensa una afable atención al resto de sus barones, fuente de problemas, líos heredados, enredos sin fin. Cantabria, Rioja, Cataluña... son algunas regiones pendientes de solución y recambios.
"No tiene equipo", reprochan los politólogos oficialistas. "Carece de experiencia", dicen las ministras cotorras. "Es muy flojito", le espetó Sánchez en el Senado. Cierto que su discurso del martes fue algo inconexo y aturullado. Quince minutos no dan para más. Pero pudo haberse pulido. "Necesita más aportaciones, la endogamia produce monstruos", comenta gente que lo valora y lo respeta. No se fía. No abrirá su círculo de hierro. Al menos, por el momento, el gallego y su cuadrilla, diría Cela, seguirán casi en solitario, sin expansiones ni desparrames. Ahora tan de moda los estoicos, atiende con interés el consejo de Gracián: "El silencio recatado es el refugio de la cordura".
Ah, pero Feijóo no habla inglés.