Era mucho tiempo fingiendo que no pasaba nada, que el bloque separatista era irrompible, monolítico, hecho de granito puro porque tenía detrás a todo el poble que los apoyaba sin fisuras. Ha sido el mantra que hemos venido escuchando hace años. Aquí todo se movía por mayorías abrumadoras, históricas y determinantes. Eso, y que el proceso iba de abajo hacia arriba, han sido los dos camelos más grandes de la historia. Quienes hemos señalado desde dentro y desde fuera lo falaz de esa representación teatral que escondía detrás de los grandes fuegos artificiales las envidias más mezquinas y los odios más africanos hemos sido siempre tachados, como poco, de malos analistas.
Es lo que tiene conocer la intrahistoria, saber que agua y aceite son imposibles de mezclar. Y eso ha pasado con Esquerra y la neoconvergencia. Estos últimos jamás se han fiado del partido de Maciá y de Companys porque Pujol era de origen burgués y en mi tierra los del dinerito siempre han mirado con malos ojos todo lo que viniera de la época de aquella República de checas, patrullas del amanecer, Alto Tribunal Contra el Espionaje, el temible SIM o los fusilamientos por el simple hecho de ser católico. Las gentes como Pujol entendieron que hacía falta un separatismo ayuno de rojez, integrado por empresarios y gente conservadora, aunque el mismo Pujol coquetease en su momento con la social democracia. Véase el prólogo rayano en ditirambo que escribió cuando se publicó la correspondencia entre Palme, Brandt y Kreisky.
Esas diferencias no tan solo no disminuyeron en democracia, sin que se acrecentaron. Esquerra jugaba la carta de un separatismo evolué frente al pactismo de Pujol, llegando a acordar con socialistas y comunistas un gobierno tripartito que a Convergencia les sonó a resabios del denostado Frente Popular. Llegados al momento actual, la unión falsa y frágil entre convergentes y los de Junqueras se ha pulverizado. No es de extrañar que Turull manifieste públicamente que, si no se revierte el rumbo del gobierno catalán, Junts puede abandonarlo, o que la secretaria de la mesa del parlamento catalán y diputada de Junts Aurora Madaula deje clarito que la manifestación de la Diada es únicamente independentista y que el que no lo acepte es mejor que se abstenga de acudir, en clara alusión al presidentín Aragonés. El juguete es suyo y no se hable más.
Estos últimos jamás se han fiado del partido de Maciá y de Companys porque Pujol era de origen burgués y en mi tierra los del dinerito siempre han mirado con malos ojos todo lo que viniera de la época de aquella República de checas
Siempre han defendido el derecho de admisión en esa quimérica republica catalana en la que, o eres de lo suyos, o mejor que te vayas. Es curiosa la insistencia en que quienes discrepamos debemos marcharnos. Cualquiera diría que no quieren testigos de lo que llevarían a término si pudieran, porque creo firmemente que ese sentido de la superioridad moral, social, política e incluso espiritual que detenta Junts tiene demasiados puntos en común con un fascismo incompatible con la coexistencia con personas ajenas a sus postulados. La intolerancia tiende a centrifugar lo que no le acomoda y si hasta ahora lo intentaban camuflar bajo la capa del ascensor social, del aquí cabemos todos, ha llegado el momento en que la goma de sus caretas de buena gente ha cedido de tanto tensarla y las máscaras han rodado por los suelos, dejando ver sus rostros congestionados por el fanatismo.
Si reservan el derecho de admisión incluso entre ellos no podemos esperar que a quienes no participamos de su ordalía insana nos traten mejor. No somos dignos de entrar en sus palacios que, por cierto, hemos pagado estos años entre todos, separatistas o no. Pero, claro, como España nos roba, pues ya se sabe…