Hubo una estrella pop en los ochenta que apuntaba a ser tan grande como Prince, Madonna, Michael Jackson, Tina Turner y Bruce Springsteen. Hoy les sonará a muy pocos menores de cincuenta años, así que contamos su historia en Vozpópuli. Hablamos de Terence Trent D’Arby (Nueva York, 1962), cuyo primer álbum despachó un millón de copias en tres días en el Reino Unido y terminó por vender ocho millones en todo el mundo. Las canciones de Introducing the hardline according to Terence Trent D’Arby (1987) sonaban poderosas, sensibles y pegadizas, a la altura de los grandes grupos clásicos de la música negra. Entre los fans rendidos del álbum destacaban celebridades como Jack Nicholson, Miles Davis, Mick Jagger y la Princesa Diana.
El joven artista enamoraba a los periodistas con su frescura y arrogancia, que le llevó a decir que su primera obra era lo mejor que le había pasado al pop desde el Sgt. Peppers... de The Beatles. Además era guapo y bailaba como un Dios. Quien reescuche hoy canciones como “If you let my stay”, “Dance, little sister” y “Sign your name” comprobará que suenan como clásicos de la era dorada del soul, vitaminadas a ratos por cierta energía funk. No hay una sola pieza que baje del notable en un disco que solo puede recibir la etiqueta de clásico. Las letras contagiaban un romanticismo extremo en la época en que empezaba a imponerse la promiscuidad publicitaria de los cuerpos perfectos, usados como objetos de consumo. ¿Qué pudo torcerse para que un artista así de grande cayese en el olvido?
Para empezar, su segundo disco no gustó tanto como el primero. El barroco Neither flesh nor fish (1989) carecía de canciones de alto voltaje para la radiofórmula, apostando por la grandilocuencia espiritual y psicodélica. Nadie escribió que fuera un mal disco, pero sí que sonaba demasiado pomposo y autocomplaciente, saboteando el placer de escuchar a un superclase de la música negra. “Las peores letras de D’Arby te tientan para pensar que nunca volverá al buen camino, pero aquí hay al menos tres grandes clásicos, comenzando por 'Billy don’t fall'", escribía el prestigioso Robert Christgau en The Village Voice. “Incluso cuando suena más forzado, queda claro que es un maestro de la música negra, el abanico que abarca desde el r&b de 'I`ll be allright' hasta el funk reconstruido al estilo Prince de “This side of love” (…) Si desechan el disco por su grandilocuencia, se estarán perdiendo algo”, advertía.
Se rebautizó Senanda Maitreya y vive en un piso de Milán con sus esposa, la arquitecta y presentadora de televisión Francesca Francone, con quien tiene dos hijos
La metamorfosis de Terence Trent D'Arby
A partir de aquí, la historia de nuestro protagonista sigue el camino de Prince: cambio de nombre, duras acusaciones a la industria discográfica y etapa de grabaciones desbordantes que obedecen a un impulso espiritual más que a planificación comercial. Ahora se llama Sananda Maitreya y vive en un piso de Milán con sus esposa italiana, la arquitecta y presentadora de televisión Francesca Francone, con quien tiene dos hijos. Sobre el paralelismo con Prince, le preguntó hace poco la revista musical española Popular 1 , toda una hazaña porque Maitreya es poco amigo de las entrevistas. “Echo mucho de menos al maestro Prince, la forma en que trabajábamos…fuimos muy cercanos, estuvimos muy sintonizados el uno con el otro, y él siempre estuvo ahí apoyándome, fue muy alentador. Siempre supo lo mucho que yo le quería”, explica. Por contra, nunca terminó de encajar con Michael Jackson, "no tuvimos buen karma", recuerda. ¿El episodio más extravagante de su carrera? En 2014 estuvo a punto de sustituir al fallecido Michael Hutchence como cantante de INXS.
Considera a Prince el fundador del Post milenium rock, etiqueta inventada por él para dar nombre a un género transversal, cultivado por artistas actuales de amplia paleta musical, que trascienden las categorías clásicas de la industria. “El haber crecido en Sudamérica y Florida me dio una buena apreciación de la música”, destaca. ¿Cómo suena su nuevo álbum? Café para los muy cafeteros, en la forma de obra conceptual cuyo centro es la figura de Prometeo, el dios que viene a traer el fuego y una nueva forma de conocimiento a los humanos (para Maitreya, The Beatles son el equivalente a Prometeoen el pop).
Recuperado de los traumas de su etapa de superventas, y feliz con sus familia italiana, solo cabe alegrarse del momento de Terence Trent D’Arby, que sigue vivo a pesar de haber tenido todas las papeletas para acabar en el club de los 27, enormes artistas que murieron a esa edad por la presión de la industria. Ahí queda el ejemplo de Amy Winehouse, que también deslumbró al mundo con un disco que sonaba a clásico de la música negra, y que terminó presa de los excesos y de su propio éxito.