Visita Madrid, al menos, dos veces por semana. Tiene 48 años y seis hijos. Desde 2015 conduce un Blablacar que sale de Granada a las 7 de la mañana y regresa a la capital nazarí a las 11 de la noche. Se llama Iván y se gana la vida vendiendo pan de Alfacar en Madrid. Sus pasajeros costean la gasolina para recorrer los 840 kilómetros que hace con su furgoneta con un objetivo: ganarse la vida vendiendo pan de pueblo, cocido al horno de leña.
Iván nació en Madrid. Precisamente aquí arranca su historia porque, antes de trasladarse a la ciudad de la Alhambra, trabajaba como metre en un casino de la capital. Sin embargo, en 1992 su vida cambió por completo. “Conocí a un hombre que me prestó un libro de filosofía oriental. Me presentó a un grupo de musulmanes y, después de conocerlos y resolver mis reticencias, decidí hacerme musulmán”, revela Iván. “En realidad, —confiesa— es una putada porque hay que ser consecuentes con nuestras decisiones. Los musulmanes no podemos tomar alcohol, pero tampoco lo podemos vender. Así que tuve que dejar mi trabajo”.
Dejó el casino y se fue a vivir a Granada, donde se asienta una de las comunidades más extensas de musulmanes. Abrió una tienda de compra-venta de artículos de segunda mano. “Hace unos años me apunté a unos cursos de historia y filosofía en un centro de estudios de Madrid”, nos cuenta Iván, que empezó a vender pan para costearse el viaje. El pan de Alfacar es especial porque está integrado en una indicación geográfica protegida al tratarse de un producto “tradicional a base de harinas de trigo, masa madre natural fermentada en la zona de elaboración (el manantial granadino), levadura de panificación y sal comestible”, según indica el Ministerio de Agricultura.
Iván aprovechaba esos viajes para estar con su madre. “Está mayor, vive sola y así puedo estar más con ella”, señala. Wallapop se cargó su negocio. “Nos subieron el alquiler del local y ahora cada vez se vende más por internet, tuve que cerrar y me quedé sin trabajo”. Al quedarse en paro y con seis hijos, comenzó a publicar sus viajes en Blablacar para pagar la gasolina y aumentó la cantidad de barras que vendía.
“Empecé buzoneando en el edificio en el que vivía mi hermana y ahora traigo huevos, miel, aceite, magdalenas…”
“Empecé buzoneando en el edificio en el que vivía mi hermana y ahora traigo huevos, miel, aceite, magdalenas…”. Los lunes y los jueves los pasa siempre en Granada, aprovecha para estar con su familia y vender también allí “de todo menos pan, claro”.
“Se me ha roto la furgoneta”
Su Volkswagen Passat rojo de 1995 aparca en doble fila en la estación de Méndez Álvaro del sur de Madrid. Bajan cuatro pasajeras, cargadas con maletas pequeñas, y antes de despedirse, le compran unas barras y algún hojaldre. Subimos al coche y nos vamos hacia Ventas. “Allí vive mi madre, ya me he hecho una ruta de reparto para no perder tiempo”. Paramos de nuevo en doble fila, abre el maletero y me muestra ‘la mercancía’: 45 barras de pan, cinco cajas de magdalenas, una bandeja de hojaldres de chocolate y cabello de ángel.... “Antes traía la furgoneta para llevar mejor el producto pero se me rompió hace tres meses y no tengo para arreglarla”.
Iván carga con una pequeña nevera con huevos ecológicos, una bandeja de dulces y un saco con barras de pan. Entramos en un taller de coches: “¡Buenos días, traigo pan y vicio!”. Los mecánicos que allí trabajan ya le conocen y salen a recoger su pan de pueblo. Justo al lado hay una pequeña tienda de ropa de barrio. Su propietario, José, lleva tres meses comprándole: “me llevo pan, huevos y unos dulces que le encantan a mi hijo”, nos cuenta desde el mostrador. “Le compramos a él porque sabemos que lo que trae es bueno”, concluye.
“Si sobra algo, me lo llevo para consumo propio que en casa somos muchos”
Enfrente de la tienda, haciendo esquina, hay una oficina de Movistar. Se animan dos trabajadores y un par de clientes. Cuando lo vende todo, vuelve al coche a reponer las bandejas y continúa con su marcha: una floristería, un bar, una inmobiliaria, otro taller, una peluquería y una tienda de muebles. Anda muy rápido por la calle porque no tiene tiempo que perder. Ya es la 1 y a las 4:30 tiene que estar de nuevo en Méndez Álvaro para el viaje de vuelta.
“Me han cerrado el Blablacar”
Normalmente a esa hora ya lo tiene todo vendido. “Si sobra algo, me lo llevo para consumo propio que en casa somos muchos”, nos aclara. En el viaje de vuelta suele compartir con los viajeros grabaciones de conferencias o charlas que le parecen de interés para amenizar el trayecto. Su perfil en Blablacar tenía centenares de opiniones positivas, pero hace unos meses la plataforma de ‘carsharing’ decidió bloquearle el perfil. “Me han cerrado el Blablacar porque dicen que viajo mucho. Quién se va a imaginar que alguien publica tantos viajes para llevar pan a Madrid”. Ahora utiliza Amovens, una aplicación similar, con la que puede continuar su ‘negocio’ de transporte.