Se cumple un mes desde que se inició la guerra en Ucrania y desde entonces, hemos seguido las andanzas de Vitaly Suárez, un joven empresario ucraniano que en estos 31 días se ha convertido en un héroe local para sus vecinos en Jersón. Desde que los rusos entraron en la ciudad y comenzaron los bombardeos, este ucraniano de ascendencia hispanovenezolana se ha encargado de comprar comida y donarla a los más desfavorecidos.
Desde el inicio hubo cierto caos, aunque durante este mes, los ucranianos se han comportado de manera ejemplar. Sin acopios ni enfrentamientos, los ciudadanos de Jersón esperaron las colas correspondientes para sacar dinero o poder comprar comida, que por entonces, hace un mes, abundaba. Los saqueos del ejército ruso y el consumo por parte de la población ha tenido un doble efecto: que los recursos ya estén agotados y que lo poco que queda, tenga un precio disparatado.
En un mes también han cambiado muchas cosas: los ciudadanos de Jersón pasaron de estar asustados a armarse con barricadas y cócteles molotov para tratar de impedir el avance ruso. Todo esto fue inútil, ya que el ejército invasor logró tomar la ciudad e imponer sus normas, como un toque de queda en el que ningún ucraniano puede abandonar su casa. De hacerlo, el riesgo es alto: todo vecino que esté en la calle más allá de las seis corre el peligro de ser disparado.
Han optado por manifestarse de forma pacífica, algo que tampoco ha gustado al Kremlin: los ha reprimido con fuerza y desde que comenzaron las protestas, ha habido muchos detenidos"
Los habitantes de Jersón, ante la incapacidad de doblegar al ejército ruso, han optado por manifestarse de forma pacífica, algo que tampoco ha gustado al Kremlin: los ha reprimido con fuerza y desde que comenzaron las protestas, ha habido muchos detenidos. Vitaly nos cuenta que la ciudad se ha vuelto algo sumisa tras observar cómo actuaban los rusos sobre civiles que solo piden vivir en paz.
Pese a la escasez de alimentos y otros suministros, Vitaly ha ayudado a todos los ciudadanos desde el principio. En un inicio, se encargó de repartir comida en solitario, pero ya no puede hacerlo sin ayuda: hay demasiada gente pasando hambre y con sus recursos no puede llegar a tantas personas. Ahora cuenta con un equipo de personas con las que reparte tareas como cocinar pan, contactar con supermercados que aún tienen comida o hacer largas colas para poder comprar gasolina y trasladar así los víveres.
Durante este mes, Vitaly ha demostrado una enorme valentía. Lo tenía fácil: su familia vive en España y él posee la nacionalidad. Podría haber salido del país como ciudadano de la Unión Europea y trasladarse, junto a su familia, a la costa alicantina, donde residen sus padres. Pero decidió quedarse para ayudar en todo lo posible a su pueblo. Aunque Vitaly no ha ido al frente y tampoco ha empuñado un arma, ha llevado a cabo una labor que quizá es más importante: mantener con vida a sus vecinos y darles la pizca de esperanza que necesitan para seguir adelante.
Jersón, protagonista de los altibajos de la guerra
Jersón fue tomada por los rusos con cierta rapidez. Tras ocho días de guerra, los invasores tomaron la ciudad y se hicieron cargo de ella. Después, el ejército ucraniano logró recuperar este entorno urbano, para después, volver a estar bajo el dominio del Kremlin. Desde que esto último ocurrió, ya no ha habido más cambios, salvo que ahora es el ejército quien patrulla las calles y no una policía impuesta por los invasores, ya que esta no fue capaz de frenar las ansias de reconquista.
Desde que comenzó su trabajo solidario, ha 'recibido el alto' de los soldados invasores en varias ocasiones y ha necesitado demostrar que no era un rebelde, sino alguien que simplemente quería ayudar a los que más lo necesitan"
Por ello, el ejército ruso decidió tomar el transporte de la ciudad: la estación se llenó trenes rusos y los tanques bloqueaban las salidas. Vitaly a duras penas podía abandonar Jersón: desde que comenzó su trabajo solidario, ha 'recibido el alto' de los soldados invasores en varias ocasiones y ha necesitado demostrar que no era un rebelde, sino alguien que simplemente quería ayudar a los que más lo necesitan.
Con Jersón tomada, la maquinaria mediática rusa comenzó su trabajo: soldados disfrazados de civiles comenzaron a llegar a la plaza de la independencia, el lugar emblema de la ciudad, para hacerse pasar por locales y pedir al Kremlin la adhesión de la ciudad a Rusia. Nada más lejos de la realidad: Jersón quiere ser ucraniana y así lo han manifestado en diferentes marchas, todas ellas reprimidas con detenciones y disparos por parte de las milicias de Putin.
De la incomprensión inicial -nadie en Jersón pensaba que Rusia acabaría atacando Ucrania- a la máxima desesperación, pasando por la frustración de la derrota y la euforia de una pequeña reconquista. Los habitantes de la ciudad han vivido toda clase de sentimientos, aunque uno por encima de todo: el odio hacia todo lo que sea ruso. Según cuenta Vitaly, cuando él y sus socios son confundidos con rusos, ven cómo los habitantes rechazan la comida, pese a que con mucha probabilidad llevan varios días sin comer. Los ucranianos claman paz, pero desde hace semanas, los bombardeos se han convertido en el hilo musical de la ciudad.
Vitaly, sin recursos
Pese a que Vitaly pertenece a una familia con recursos, ya le quedan pocos. El alto precio de la comida, el agua o los productos de higiene ha hecho que su gasto diario crezca a medida que los productos escasean. Todo lo que reparte son productos comprados y el problema es que la guerra ha bloqueado todos sus ingresos. Salvo algunas donaciones que le llegan desde España y el dinero que le manda su padre, Vitaly es un hombre al que apenas le queda dinero.
Los rusos, según cuenta Vitaly, están dispuestos a matarles de hambre. Además de arrasar los supermercados porque tampoco van sobrados de recursos, evitan la entrada de comida o suministros mediante el bloqueo de las carreteras. Denuncia que la ayuda internacional no está llegando, ya que se reparte en las tiendas próximas a la frontera.
Es por esto que Vitaly observa con desesperación cómo cada vez tiene menos acceso a comida mientras cada vez son más los ucranianos que conocen su historia y tratan de pedirle ayuda. La sensación que coge fuerza entre los ucranianos es que quizá las bombas no les maten, pero que sí lo haga el hambre.